CONTRATAPA

Bush no tiene su calendario

Por Robin Cook *

Se ha cumplido un año desde que un presidente George W. Bush con aire triunfal, ataviado con uniforme de batalla, se irguió en la cubierta de un portaaviones para anunciar que “las operaciones importantes de combate” habían concluido en Irak. Sin embargo, las imágenes de televisión muestran que conquistar Irak probablemente resultó fácil, pero gobernarlo como nación ocupada es un desafío mucho más difícil.
Los que crearon el problema no están dispuestos aún a reconocer su error de cálculo. La retórica del presidente y de sus generales en días recientes fue el lenguaje de la negativa. Las repetidas variaciones del tema de la determinación de “mantener el curso” tienen el propósito de prevenir intentos de preguntar si la cada vez más intensa confrontación demuestra que se han equivocado al elegirlo.
Es difícil convocar cualquier grado de confianza en que los líderes de la actual coalición encontrarán una solución cuando parecen incapaces de admitir que tienen un problema. La primera ley de los hoyos no es dejar de cavar, sino reconocer que estamos en uno. Gracias a nuestro ex embajador en Washington, ahora sabemos que la primera vez que Tony Blair y Bush hablaron de la invasión a Irak fue en la quincena siguiente al 11 de septiembre de 2001, año y medio antes de llevarla a cabo. Es de notarse, y es un indicio de negligencia deliberada, que el período intermedio se utilizó para planear con meticuloso detalle una operación militar, pero no se dedicó un segundo de pensamiento a los previsibles y formidables problemas de reconstruir a partir de cero todo el aparato de gobierno civil. Resulta difícil trazar un programa para la estabilidad después de un año plagado de torpezas épicas, como la precipitada desbandada de todo el ejército iraquí sin que los ex combatientes tuvieran empleos en qué ocuparse, pero llevándose sus armas.
De cualquier manera, respondamos a la reiterada demanda de “mirar hacia adelante” y ofrecer a las potencias de la coalición una escalera para salir del hoyo al que han saltado. El primer paso es que Estados Unidos deje de empeorar la situación de seguridad tratando de aplastar cualquier resistencia con fuerza abrumadora. Bombardear suburbios miserables con helicópteros Apache no hace sino convencer al grueso de sus pobladores de que los estadounidenses los tienen a todos por enemigos. Es una perversa ironía que, después de prometer que la victoria en Irak abriría una ruta hacia la paz en Medio Oriente, el gobierno de Bush en la práctica haya llevado a Bagdad las tácticas militares de Ariel Sharon contra los palestinos, exactamente con el mismo resultado de consolidar la oposición local. Los solos nombres en clave de las ofensivas estadounidenses (Operación Martillo de Hierro, Operación Vigilancia Decidida) son pruebas elocuentes de una mentalidad engañada por el espejismo de una solución militar y ciega a la necesidad de ganar corazones y mentes.
El segundo paso sería recetar a Paul Bremer un período obligatorio de descanso y recuperación en caso de que de verdad tenga la demencia suficiente para allanar una mezquita y cumplir su amenaza de arrestar a Moqtada al Sadr. Sus torpes acciones, comenzando por la supresión de un periódico marginal, han convertido en un par de semanas a un oscuro clérigo en figura central de la resistencia.
La tercera prioridad debe ser poner fin al manejo colonial de la economía iraquí. Hay cierto número de empresas, casi todas estadounidenses, que obtienen pingües ganancias de la reconstrucción de Irak. De manera notoria, los antiguos patrones del vicepresidente Dick Cheney en Halliburton han visto moverse su balance de pérdidas a ganancias como resultado directo de un enorme contrato en Irak, concedido sin concurso. Entre tanto, la gran mayoría de jóvenes iraquíes permanecen sin empleo. La coalición debe encontrar un modelo de reconstrucción que dé prioridad a los empleos en Irak sobre las ganancias en Texas.
La cuarta necesidad es procurar legitimidad entre el pueblo iraquí para el gobierno de su país. Sería un error posponer la transición política programada para el 30 de junio. Igualmente erróneo sería exagerar su significación. No se ha llevado a cabo un proceso representativo para instaurar el nuevo gobierno interino, el cual tendrá un aspecto muy semejante al del viejo consejo de gobierno designado por el Pentágono. Nadie sabe qué facultades se transferirán en realidad al gobierno interino pues, aunque parezca increíble, cuando sólo faltan dos meses para la fecha fijada, aún no se han acordado sus funciones. Se sabe, sin embargo, que el ejército iraquí operará “bajo un mando unificado”, es decir, un general estadounidense de cuatro estrellas, lo cual da un nuevo giro a las aseveraciones de que se transfiere la soberanía nacional.
La verdad es que el 30 de junio no es un parteaguas, sino un paso modesto en un proceso retardado, en el cual se pretende que el poder real se mantenga con Estados Unidos durante largo tiempo por venir. Si tenemos la seria intención de incrementar la legitimidad del gobierno de Bagdad a los ojos de los iraquíes, necesitamos actuar de manera mucho más decidida para hacerlo más representativo, transferir verdadero poder y suprimirnos del guión con mayor rapidez de la que el Pentágono considera.
El paso final para salir del hoyo es, digámoslo con firmeza, responsabilidad del Pentágono y de nadie más. El ejército estadounidense necesita formular una estrategia de salida para sus fuerzas en Irak. No existía tal estrategia en el momento de la invasión, por la sencilla razón de que el Pentágono no imaginaba que alguna vez tendría que salir. Es revelador que el primer acto de Donald Rumsfeld después de la guerra fue visitar Arabia Saudita para cerrar las bases que Estados Unidos ya no necesitaba a raíz de su invasión de Irak.
Incluso a estas alturas no me sorprendería que el Pentágono siga abrigando esperanzas de que un gobierno títere iraquí invite a las fuerzas estadounidenses a quedarse de manera permanente. ¿De qué otra forma explicamos los contratos que asigna para la construcción de 14 “bases duraderas” en Irak?
Sin embargo, mucho del resentimiento entre los iraquíes no es porque Washington haya ocupado su país como parte del proceso de librarse de Saddam Hussein, sino porque no tenga la clara intención de poner fin a esa ocupación. Estados Unidos necesita comprometerse con un calendario realista para la retirada y debe convencer a la juventud iraquí de que sus soldados partirán por voluntad propia, como resultado de un acuerdo, y no forzados por la violencia.

* Robin Cook fue ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña y el año pasado renunció a la presidencia de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak.

Texto de La Jornada, de México, especial para Página/12.

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