CONTRATAPA

Timba

 Por Antonio Dal Masetto

Tema obligado de conversación en el bar durante las últimas semanas: la situación entre el Fondo Monetario Internacional y nuestro Gobierno, las idas y vueltas, que nos van a dar un poco ahora y otro poco más tarde, que para recibir algo hay que hacer los deberes, que en una de ésas no nos dan nada. Los parroquianos hablamos y hablamos, argumentamos, nos acaloramos, pese a que estamos convencidos de que no hay nada que se pueda hacer, que somos simples espectadores y que hay que aceptar las cosas como vienen. De todos modos seguimos dándole a la lengua. Hasta que al parroquiano Guido se le ocurre hacer algo con este asunto.
–Muchachos –nos dice–, quien más quien menos, cada uno de los acá presentes tiene alma de timbero. Por lo tanto, teniendo en cuenta las circunstancias en las que nos encontramos involucrados, propongo rescatar el lado lúdico de la cosa.
El juego que propone Guido es que vayamos apostando entre nosotros a quién ganará la pulseada entre los banqueros del Fondo Monetario Internacional y nuestros representantes locales. O sea, entre la rapiña extranjera y la rapiña vernácula. Guido mantendrá el control de las apuestas y al final de cada jornada pasará información de cómo va la tabla de posiciones. Por la organización y el seguimiento, Guido percibirá un modesto 2 por ciento de comisión.
–Hagan juego señores –nos alienta–, no sean amarretes que están ante un acontecimiento lúdico inédito e histórico.
La verdad que nos entusiasmamos, pelamos nuestra platita y cada cual alabando a su candidato y las chances que le ve, apuesta. El único que se mantiene afuera es el Gallego. Lo miramos extrañados.
–A mí me gusta apostar a cualquier cosa –explica el Gallego–, pero timba clásica, naipes, dados, burros, ruleta. Porque ya una vez participé en un juego de apuestas de este tipo y tuve que dormir una semana al descampado.
–¿Qué pasó, perdió hasta el rancho?
–Era un pasatiempo igualito a éste. Se llevaba a cabo en la plaza de mi pueblo, frente al Ayuntamiento. Se instalaban mesas y sillas y a media mañana empezaba la discusión entre los prestamistas que habían llegado en colectivo de Pontevedra y nuestro alcalde con sus funcionarios. Siempre arrancaba igual. “Queremos la plata y los intereses, ahora”, decían los de Pontevedra. El alcalde les contestaba: “Plata no hay y la poca que tenemos es para mí y mi equipo”. Y así seguían, fintas, amenazas, golpes bajos, agresiones verbales, chupasangres de acá, corruptos de cuarta de allá. Alrededor de los contendientes nos reuníamos todos los varones del pueblo y apostábamos entre nosotros. Algunos, que la plata iba a terminar en los bolsillos del alcalde y sus ayudantes. Otros, que se la terminarían llevando los banqueros de Pontevedra. Después de meses de trabajar como bestias, ese día era un gran entretenimiento para los hombres del pueblo. Como se imaginarán no apostábamos precisamente dinero, porque estábamos en la ruina y hacía años que no veíamos un duro. Nos mandábamos con lo quepodíamos manotear en casa: una gallina, un pato, un lechón, una bolsa de harina. Hasta que un día, en lo mejor del asunto, cuando ya parecía que la cosa se definía, se oyó un ruido ensordecedor desde el fondo de la calle principal. Unos minutos después pudimos ver a todas las mujeres del pueblo, cada una con una escoba, que avanzaban barriendo con energía y a paso acelerado. La sorpresa paralizó las negociaciones y las apuestas. Las mujeres siguieron marchando. Era un muro en movimiento que se nos venía encima. Cuando llegaron a la plaza barrieron con todos los que estábamos allí, inclusive sillas y mesas, nos llevaron a escobazos hasta la cuesta del arroyo y allá fuimos rodando en confuso montón. Desde la otra orilla, empapados, nos quedamos mirando a las furias blandiendo las escobas que gritaban: “Ustedes, chupasangre, hijos de mala madre y nacidos en mala hora, ni se les ocurra aparecer por este pueblo. Y ustedes, alcalde y secuaces, crápulas y banda de ladrones, tampoco se les ocurra regresar. Y en cuanto a los demás, maridos y varones de este pueblo, recién cuando dejen de ser tan otarios y se pongan los pantalones de una buena vez, podrán volver a casa”. Y ahí fue cuando me pasé una semana muerto de hambre y tiritando del otro lado del arroyo. Pueden empezar sus apuestas si quieren, pero les aviso, para que lo tengan presente, que si bien en el mundo hubo muchos avances tecnológicos, las escobas no han cambiado, y las señoras –cuando ciertos juegos les dan propiamente en los ovarios–, las siguen usando con la misma eficacia con que lo vienen haciendo desde la noche de los tiempos.

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