CONTRATAPA

Acento

Desde Barcelona

 Por Rodrigo Fresán

UNO “Si vos te vas yo me mato”, dice un tipo. “Matate”, le responde una chica. Las voces del tipo y de la chica brotan –de golpe– de mi televisor español con acento argentino. Es la propaganda de una película. Todas las azafatas van al cielo, se llama. Es una coproducción. El tipo de la película es el argentino Alfredo Casero que es argentino. La chica de la película es la española Ingrid Rubio que hace de argentina. La propaganda –dura poco, esa frase y poco más– aparece entre dos bloques del nuevo “Gran Hermano”. Yo me puse a ver este programa sospechando que, sí, este año iba a haber algún concursante argentino. Tipo o chica. Después de todo hubo una argentina en “Operación Triunfo”, y dos argentinas y un argentino en “Confianza Ciega”, y en “El Informal” iniciaron una campaña para juntar el dinero para traerse a toda una familia argentina a la Madre Patria. Lo que no está mal. Lo raro –lo sospechoso– es que todos esos argentinos que entran y salen desde mi televisor tengan acento tan pero tan argentino.

DOS Se sabe: cada vez hay más argentinos en España y, probablemente, en el mundo entero; pero en España hay muchos. En Barcelona –me dicen– esto se ha vuelto especialmente notorio a partir de las notables mejoras en el físico de las barwomen del Raval y de los camareros de la Villa Olímpica. Y –mientras uno intenta responderse acerca de qué puede haber adentro de la cabecita de una persona que se pasea tan pimpante por las Ramblas de Barcelona con la remerita de la Selección– sólo le queda formularse más preguntas. Preguntas que tienen que ver con los misterios del acento argentino. Ese acento que para las españolas suele ser “dulce” y para los españoles suele ser “repugnante”. Ese acento argentino (recién aquí uno se da cuenta lo cerca que está del italiano) que, por algún extraño motivo, a varios compatriotas parece potenciársele hasta casi la caricatura cuando salen de Argentina. Parecen argentinos imitando el acento de los argentinos. Ese acento –conviene aclararlo– que está muy lejos del que, por ejemplo, tenía Bioy Casares y muchísimo más cerca, por ejemplo, del que tiene Marcelo Araujo.

TRES Pero no era de esto de lo que quería hablar. Después de todo, cada uno es dueño de hacer lo que quiera con su acento. Un argentino y gran amigo mío se transformó en español al día siguiente de haber llegado aquí y, me dice, soporta con estoicismo las burlas de sus amistades cada vez que vuelve a Buenos Aires. Y ahí está Valdano hablando de tú en rosarino; Lalo Schiffrin hablando en inglés malevo; Di Stéfano practicando un porteño tipo Pucho, el de Hijitus; Darío Grandinetti en la última de Almodóvar pasando de Lavapiés a San Telmo sin darse cuenta; y Nacha Guevara y Leonor Benedetto declamando en ese alien/argento que se inventaron hace años. Leonardo Sbaraglia –voluntarioso, respetado, reciente ganador de un Goya– se preocupa cada vez más por pronunciar las s, las z, las c en cada una de las entrevistas con una entrega metodista de Actor’s Studio tal vez sin saber que se arriesga a perder “la gracia” una vez que se convierta en el perfecto madrileño. Saludos para todos. Lo raro es por qué aparecen cada vez más argentinos “anónimos” opinando sobre lo que venga al micrófono callejero de los noticieros (supongo, paranoico, que el productor ordena a su movilero un “no me vuelvas sin un argentino”) y –lo más inquietante– por qué hay cada vez más propagandas y publicidades de productos españoles protagonizadas por argentinos haciendo “de argentinos”. Primero fue el langostino en dibujo animado vestido de Gardel. Pero, enseguida, se vino el argentino chanta y adivino promocionando un servicio telefónico, los dos argentinos chantasconversando en una barra mientras beben y venden cerveza, el pizzero chanta que promociona un servicio de tv por cable, el argentino chanta que publicita las propiedades inverosímiles de un “shogúr”. Y lo peor de todo, lo más cruel: el de la españolita que le comunica a su padre que se quiere ir a Argentina para “empezar de nuevo”. La verdad que estaba por enviar una carta a El País, casi ofendido, cuando alguien me contó que todas estos spots “con argentinos” –¿leyenda urbana?– eran obra de tres jóvenes publicistas argentinos importados por ejecutivos españoles porque, parece, les gustaba su sentido del humor. Los argentinos deben haber pensado: “Si tanto les gusta, lo hacemos igual, como en Argentina, con argentinos”. Y ahí están. Todos. Cada vez más. Y tal vez haya que ir pensando en un nuevo Clío: Mejor Aviso Extranjero con Argentinos. Ganamos seguro.

CUATRO No es por andar criticando a nadie; pero lo cierto es que todo el asunto comienza a apestar un poco a esos viejos dibujos animados –recientemente jubilados de Cartoon Network en aras de la también exagerada corrección política– con negros, chinos o ratoncitos mexicanos hiperkinéticos. No sé. La verdad que irrita un poquito. Tanto como ese tipo con la camiseta de la Selección o el otro –también lo vi, lo escuché– que se indigna en un bar del Barrio Gótico porque no tienen cerveza Quilmes. Es raro: por un lado se alaba la “diferencia” de la cultura argentina y por otro se insiste en este maldito acento. Tal vez sea la revancha por tantas décadas de “gashego esto” y “gashego aquello”. Tal vez nos lo merezcamos igual que nos merecemos tantas cosas. Tal vez nuestro acento sea un nuevo producto de exportación. Una especie de tamagotchi o de sea-monkey o algo así.

CINCO Estoy por enviar esta contratapa y leo que Diego Armando Maradona ha sigo contratado por el festival de música electrónica y arte multimedia Sónar como poster-boy promocional para la edición 2002 a tener lugar entre el 13 y 15 del próximo junio. El responsable de la elección dijo algo acerca de Maradona a la “altura del Papa o de Elvis”. Lo que le habrá encantado al humilde Dieguito. Pero, a ver, a mí no me engañan: en ediciones anteriores utilizaron a una pareja de mellizas telekinéticas y el año pasado a grupos de personas con look bien años 50 y siempre meadas encima. Y ahora el Pelusa. Siguen los freaks. Ahora con acento argentino.
Lo bueno de los posters es que no hablan.

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