CONTRATAPA

Correr

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO
Un amigo me lo comentó y yo –que estoy pasando por una inquietante adicción a la paradoja temporal de las novedades prehistóricas– corrí a buscarla y no demoré en alcanzarla: la ancestral novedad de que el hombre es hombre porque aprendió a correr. Sí: el Homo Erectus descubrió que tendría que ser veloz para capturar a su alimento o para no convertirse en comida. Y entonces desarrolló piernas y espalda y cierta actitud aerodinámica en sus cráneos –una saliente en la nuca que mantiene fija la cabeza al ganar velocidad– que lo separó para siempre de otros homínidos que optaron por permanecer o irse por las ramas. “El hecho de elegir correr –a expensas de la capacidad para vivir en árboles– es algo que tuvo mucho que ver con los orígenes de la forma moderna del cuerpo humano”, afirmó Dennis Bramble, profesor de Biología en Utah University. Es decir: correr nos volvió humanos. Correr es uno de los hechos más importantes de nuestra historia. Así es: un día bajamos de los árboles. Y empezamos a correr. En eso estamos todavía.

DOS
Y si la capacidad de correr y no dejar de moverse es lo que distingue a una especie más evolucionada de otra en los bordes de la extinción; entonces el pasado sábado quedó claro que el alegre y ligero Barça de Ronal- dhino y Eto’o tienen todo el futuro por delante mientras que el pesado dinosaurio Real Madrid –alguna vez conocido como “galáctico”– hoy es la sombría nebulosa de estrellas muertas que, de tanto en tanto, emiten el eco fantasma de alguna luz. Sí, parece que se acabó lo que se daba y la cosmética marketinera de grandes nombres funciona a la hora de vender souvenirs y firmar avisos y vender caros partidos amistosos a lo largo y ancho del mundo. Pero en casita la cosa se complica. Porque es ahí donde se juega la verdad del o corres o te mastican. Y no es que a mí me interese el fútbol. (De hecho no me interesa en absoluto y, sí, hay fascinantes rumores antropológicos de la posible existencia de una pequeña y secreta especie de escritores nacidos en Argentina que no utilizan a este deporte como metáfora o símbolo de absolutamente todo.) Pero también es cierto que, de tanto en tanto, resulta agradable ver correr mucho a un equipo mientras el otro, incrédulo, contempla paralizado cómo se le viene la noche más oscura, una noche sin estrellas, una noche perfecta para estrellarse. Y, además, pocos tipos que no conozco, pero que veo mucho me caen peor que el madridista Raúl.

TRES
Y quién sabe qué contarán los huesos de Raúl cuando sean desenterrados dentro de unos cuantos miles de años. Mientras tanto y hasta entonces, otra noticia prehistórica: los huesos del antediluviano Pierolapithecus catalanicus (Pau para los amigos, descubierto días atrás en un vertedero de Hostalets de Pierola, los orgullosos locales temen que se imponga el cómodo diminutivo Piero y se piense que es italiano y no catalán) nos narran la hipótesis de que, hace 13.000.000 de años, este primate fuera y sea el posible antepasado común de todos los grandes simios incluyendo a los jugadores del Barça y del Real Madrid.
Lo que se encontró de Pau fue el cráneo, costillas, vértebras y las articulaciones de una mano. Todo esto ha alcanzado para certificar que Paul era un espécimen-bisagra: corría, sí, pero no demasiado; no era bípedo; y todavía pasaba ratos largos en los árboles. ¿Cómo acabó Pau? Mal. Según Salvador Moyà –paleontólogo que lo encontró– las marcas de dientes en algunos de los restos hacen pensar en que “algún día, en un descuido al bajar de un árbol para beber, Pau pudo haber sido cazado por un depredador”. Lo mismo que le pasó a este Real Madrid que se quedó fosilizado en Barcelona y que algún día, pronto, será materia petrificada,pieza de museo, producto vencido, camiseta descatalogada en las tiendas del club.

CUATRO
Y mientras el alcalde de Hostalets de Pierola se frota las manos pensando en el negocio turístico que significa Pau y los galácticos madrileños vuelven vencidos a su cueva, de golpe yo recuerdo de dónde me viene esta fascinación por lo prehistórico: de ese diagrama escolar que mostraba –paso a paso, cuerpo a cuerpo– cómo el simio iba enderezándose hasta convertirse en hombre que corre. El peligro es que no dentro de mucho haya que agregar un nuevo eslabón a esta cadena de dibujitos. Un nuevo modelo donde el hombre aparezca sentado frente a una pantalla como apéndice de la máquina que construyó.
De todo esto hablaba días atrás el científico inglés Kevin Warwick en una conferencia en Madrid. Sobre la necesidad de que los humanos se actualicen y se asemejen a los cada vez más veloces organismos cibernéticos si no quieren ser eliminados por ellos. Warwick explicó que estamos anticuados, que nuestra memoria es limitada, que necesitamos de sentidos para comunicarnos y comprender lo que nos rodea, y que “apenas tenemos la ventaja de hacer bromas y de disfrutar de la música, cosas que, francamente, sólo preocupan a los humanos”. La solución y el futuro, según Warwick, está en irse implantando chips. El ya tuvo dos en su cuerpo y se rebautizó como Warwick 1.0 (con chip de rastreo para que se supiera dónde se encontraba en todo momento) y Warwick 2.0 (chip para conectar su sistema nervioso a una computadora que le permitió accionar una mano mecánica con “la fuerza de mis pensamientos”). Cuando un grupo de cirujanos examinó los injertos descubrió, asombrado, que “los tejidos corporales habían arropado al implante”. Es decir: el cuerpo de carne y hueso aceptaba al metal y la opción de mutar a cyborg. Y el enigma está en saber si todo esto nos hará correr más rápido o si, por lo contrario, nos devolverá al solipsismo sedentario de las terminales en la copa de árboles de metal. En diez años será el turno de Warwick 3.0 con un chip cerebral que le permitirá “controlarlo todo” y –luego de lo sucedido en el último clásico– no sería raro que los directivos del Real Madrid estén estudiando lo que ofrece este inglés.
Y va a tener su gracia cuando, en el futuro, se extrañen ante la aparición de despojos de organismos raros: huesos humanos que no incluyan partes de metal. Y, sí, me pregunto cómo rebautizarán al cráneo dientudo y sonriente de Ronaldhino y a sus huesos que, seguro, serán los de un primate que corría y corría y que una noche se comió crudo al inmóvil Raúl y a su tribu.

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