CONTRATAPA

Handbol

Por Eduardo Sguiglia

Siempre me pregunté sobre el proceder de los espías en campo enemigo. Es una actividad peligrosa porque, ante una situación adversa, deben reprimir sus sentimientos, fingir serenidad o alborozo, exhibir quietud en lugar de miedo. O improvisar cualquier excusa, cualquier palabra que los saque del orsái.
El domingo pasado jugaron Ñubel y Gimnasia. A la salida fuimos con Eduardo, un compinche de ley, y nuestros hijos a festejar el triunfo que nos acercaba a un nuevo campeonato. El sexto, según la Real Academia Rojinegra. Los platenses habían ofrecido tanta resistencia, que terminamos extenuados, como si hubiésemos subido el Monumento a la Bandera al trotecito. Nos sentamos a una mesa cerca del estadio, al borde del lago, y pedimos gaseosas y unos sandwiches para reponer fuerzas. Pronto el bar desbordó de hinchas y de cánticos plenos de optimismo. Siete largos días nos separaban de la consagración. Había risas y abrazos. Excepto en una pareja que conversaba a nuestro lado. Ella –morena, de minifaldas y una blusa escotada– y él –de pantaloncitos y remera blanca– hablaban en voz baja y seguían por el rabillo del ojo nuestras bromas. No se veían como una dupla de amantes sorprendidos por una multitud victoriosa. Nada de eso. Estaban allí, atentos, cavilosos.
En un momento, el tipo se echó hacia atrás y nos miramos, sin bajar los ojos. Su mirada era quieta, fría, insondable. Parecía sonreír, tal vez por el efecto del sol sobre su cara.
–¿Ganaron? –preguntó.
Eduardo respondió por mí:
–Sí, dos a cero.
La mujer intervino.
–¿Por eso están de festejos? –preguntó.
–Claro –dijo Eduardo– con un empate el próximo domingo, salimos campeones.
El tipo carraspeó.
–¿Y hace mucho que no salen campeones?
Mi tocayo se bajó media botella de agua antes de replicar.
–Doce años –apuntó–. ¿Qué te parece?
El tipo se encogió de hombros. Ella volvió a intervenir con una voz no más alta que un murmullo:
–Bien... Si se les da.
Los había observado con atención a los dos, pero me dirigí a él.
–¿De qué cuadro sos? –le pregunté.
El tipo dudó por unos instantes. Le echó un vistazo a la mujer y, luego de tragar saliva, respondió:
–De ninguno –balbuceó–, nosotros practicamos handbol. Somos de Los Quirquinchos y vinimos con nuestro equipo para disputar un cuadrangular.
¿Los Quirquinchos? ¿Cuadrangular de handbol? ¡Pueden creerlo! Menos mal que no le pregunté los resultados, porque aquel canallón no hubiera sabido qué contestar.
Difícil oficiar de espía, pensé ayer en la cancha del rojo cuando, repletos de fervor, dimos la vuelta. No hay problemas, me dije. Nosotros dedicados al fútbol, y los de Central, que sigan con el handbol.

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