CONTRATAPA › INFIERNO EN ONCE
LA VUELTA A CLASES DESPUES DE CROMAÑON

Un regreso con sabor amargo

Habrá decenas de bancos vacíos. Y cientos ocupados por sobrevivientes. De los que fueron heridos, de los que aún se recuperan, de los que salieron ilesos, pero marcados con un estigma. Aquí, especialistas en educación y en psicología analizan el papel que debe cumplir la escuela después de la tragedia.

De los sucesivos impactos causados por la catástrofe de República Cromañón en la sociedad argentina, uno de los más importantes está a punto de producirse: sus efectos en la comunidad educativa, cuando los miles de chicos que directa o indirectamente fueron tocados por la tragedia se reencuentren, al recomenzar las clases, con sus compañeros y profesores. Los especialistas consultados por este diario coincidieron en la necesidad de que las autoridades y profesores estén preparados para enfrentar la situación: “Cada profesor debiera estar informado de quiénes, de entre sus alumnos, fueron afectados por la catástrofe, y entender que la situación de un solo integrante incide sobre el funcionamiento de todo el grupo de aprendizaje”, advirtió uno de ellos. En una perspectiva bien concreta, lo sucedido pone sobre el tapete falencias que en muchas escuelas –según denuncias de Ctera– vulneran la legislación sobre seguridad e higiene; también, a la ausencia de prácticas necesarias como los simulacros de evacuación periódicos. En otro orden y desde distintas perspectivas, los especialistas apuntaron a la importancia de que Cromañón sirva como punto de partida para la enseñanza, “a fin de que los chicos sepan cuáles son sus derechos, quiénes son los responsables de que no se hagan efectivos y qué formas de organización pueden ensayar para reclamarlos”. Según señaló Adriana Puiggrós, “Cromañón puede actuar como un aviso para que la sociedad adulta preste más atención a los adolescentes”.
“¿Cuántas veces en las escuelas se hacen simulacros de evacuación con los alumnos para casos de incendio?”, pregunta Silvina Gvirtz –directora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés e investigadora del Conicet– y, por supuesto, la respuesta es que casi nunca o nunca se hacen esos ejercicios. Por eso, “Cromañón debería ser una lección aprendida en cuanto a empezar a atender al tema de la seguridad en las escuelas”. Los simulacros de evacuación “deberían formar parte de una cultura instalada, no sólo porque en sí mismos responden a una cuestión de seguridad sino porque constituyen un mecanismo de enseñanza sobre las precauciones que se deben tomar y requerir en distintos ámbitos. Pero esto está totalmente descuidado en las escuelas”, advierte.
En otro orden, “hay que considerar el caso de los colegios donde hay chicos directamente afectados por el trauma de Cromañón: los profesores y las autoridades de la escuela debieran estar preparados para saber qué medidas tomar y cómo trabajar con ellos. Es posible que algunos tengan problemas de atención; que, consumidos por esta historia reciente, encuentren dificultades para ocuparse, digamos, de historia medieval”, grafica Gvirtz.
Entonces, “los profesores debieran estar informados de si tendrán alumnos directamente afectados, y trabajar con el equipo psicológico de la escuela o del distrito escolar, además de debatir entre ellos mismos cómo encarar en clase estas cuestiones. Lo que le pasa a un chico incide en la dinámica del grupo en su conjunto y conviene que el profesor tenga previsto, por ejemplo, si va a tomar o no la cuestión como tema para trabajar en clase”, explica la especialista.
Porque, también, “la cuestión puede concernir a la enseñanza en sí misma: ¿cómo se pueden prevenir catástrofes de ese orden? ¿Cómo puede colaborar la población para evitarlas? Es un buen tema para trabajar, por ejemplo, en las materias referidas a la educación cívica”, concluye Gvirtz.
Para Adriana Puiggrós –profesora titular de historia de la educación en la UBA y actualmente asesora del Ministerio de Educación bonaerense–, “Cromañón puede actuar como un aviso para que la sociedad adulta preste más atención a los adolescentes”. Es que “se perfila, creo, un elemento nuevo en la preocupación de los chicos, los padres y los docentes: se trata de la seguridad, pero no sólo en sus términos más inmediatos sino en cuanto al tema de la contención y la preocupación por el lugar del adolescente. También hay una preocupación de las autoridades, que esperemos sea permanente y no espasmódica”.Especialmente, según Puiggrós, “los propios adolescentes están más alertas respecto a lo que ellos mismos hacen, lo que beben, lo que les hace bien o mal. Y, también, muy desconfiados en los adultos”.
La investigadora propone “darles a los chicos la posibilidad de expresarse: de que manifiesten su miedo tanto como sus reproches, y que las respuestas atiendan a su seguridad también con horarios de clases que no se suspendan, con docentes bien pagos y con programas que sostengan la contención al mantener las escuelas abiertas los fines de semana para distintas actividades, en especial, las que ellos mismos propongan”.
Mariano Narodowsky, titular de educación en la Universidad Torcuato Di Tella, sostiene que “Cromañón marca el fin de la ‘cultura del aguante’, generada desde fines de los ’80 como una suerte de resistencia antipolítica, y carente de proyecto político, que se expresaba en manifestaciones como la cumbia villera y algunas bandas de rock. La tragedia hizo patente entre los jóvenes que no toda ley es represiva y que hay normas que deben ser respetadas: trabajar esto con los adolescentes es, en el fondo, enseñar la importancia de construir un Estado democrático”.
Para Narodowsky, “también es función de la escuela brindar un espacio para discutir los factores sociales y políticos que propiciaron la masacre y que son evitables; no se trató de una catástrofe natural a la que haya que resignarse”.
También para Isabel Lucioni –miembro de la Sociedad Psicoanalítica del Sur y profesora titular en la Universidad Abierta Interamericana–, Cromañón marcó un cambio en la actitud de los adolescentes: “Se advierte una toma de conciencia en cuanto a la búsqueda de seguridad, en cuanto al propio cuidado”.
La psicoanalista advierte “un fuerte temor, en muchos chicos, en cuanto a concurrir a boliches; son muchos los que han tenido contacto con las víctimas o con algunos de los miles que estuvieron aquella noche. El miedo no se refiere en principio a situaciones escolares, a diferencia de lo que pasó luego del suceso de Carmen de Patagones, pero podría extenderse en algunos casos, como sintomatología fóbica, a los conglomerados humanos como los que se constituyen en los colegios. Los hechos traumáticos pueden tener efectos a largo plazo; hay reacciones que no se conocerán hasta que sucedan, ya que tampoco están a disposición de la conciencia de los chicos”.
Para las escuelas donde hay afectados directos, Stella Maldonado, secretaria de Educación de Ctera, solicita “dispositivos específicos, que deben ser montados por las autoridades educativas, con participación de los equipos de psicólogos y asistentes sociales que integran los gabinetes de las escuelas o, en la Ciudad de Buenos Aires, se adscriben a los distritos escolares”, y observa que “en una escuela porteña, hay por lo menos, 13 víctimas de Cromañón”.
Maldonado recordó que “desde nuestras organizaciones gremiales venimos proponiendo, desde hace mucho tiempo, trabajar sobre los derechos de los jóvenes y especialmente el desamparo en que se encuentran, en ausencia de políticas públicas específicas. Así lo hicimos cuando se produjeron los sucesos de Patagones y, después, cuando se discutió el tema de la edad de inimputabilidad”.
En un sentido muy concreto, “el caso de Cromañón puede vincularse con las condiciones en que se encuentran muchas escuelas: todos los años hacemos planteos y denuncias sobre falencias con relación a la ley de seguridad e higiene”, señala la investigadora y dirigente gremial.
También para ella el tema Cromañón merece incorporarse a la enseñanza, “en la perspectiva de los derechos económicos y sociales de los chicos: para que sepan exactamente cuáles son estos derechos, quiénes son los responsables de que no se hagan efectivos y qué formas de organización pueden ensayar para reclamarlos. El pasaje por la escuela no debiera servir sólo para incorporar contenidos de distintas asignaturas sino como un ejercicio de ciudadanía: la escuela debe ser un lugar privilegiado de construcción de derechos”.

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