CULTURA › FERIA DEL LIBRO 2003

En su apogeo como escritor, Walsh era considerado “un autor menor”

Una de las mesas más interesantes de toda la Feria, que concluyó ayer, giró en derredor de cómo se construye un “canon literario”.

 Por Silvina Friera

La reedición de la colección El Séptimo Círculo, dirigida al principio por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, puede ser hoy una nota de tapa de los suplementos culturales de los diarios o de las revistas de actualidad literaria. Pero hace 50 años el género policial no gozaba del beneplácito de los escritores, de los críticos y de la academia, por lo que nadie en su sano juicio hubiese destacado la aparición de aquella colección. Novelas como La bestia debe morir, de Nicholas Blake; o El cartero llama dos veces, de James Cain, estaban confinadas a la categoría marginal de sub-literatura, suerte de bolsa de residuos en la que se desechaban los textos considerados “menores”, como sucedía, también, con los folletines. Algo similar ocurrió con el escritor Rodolfo Walsh, hoy unidad segura de cualquier programa universitario de literatura argentina.
En los ‘60, el autor de Operación Masacre sólo era ponderado como un buen periodista. Su obra, ajena a la literatura según los valores de la época, poseía un carácter meramente testimonial y periodístico. En la mesa redonda “La construcción de un canon literario”, el filósofo Tomás Abraham, el crítico Martín Prieto y el psicoanalista Germán García, con la coordinación de Luis Gregorich, trazaron un itinerario de pautas que definen lo que se establece como canónico en la cultura occidental y qué instituciones intervienen –escuelas, universidades y la crítica literaria– en ese proceso de evaluación, selección y posterior “santificación” de obras, autores y géneros. La mesa fue una de las actividades más interesantes de toda la Feria del Libro, que anoche cerró sus puertas hasta el año que viene.
Prieto optó por leer un artículo de Walter Mignolo, de 1995, para exponer algunos aspectos centrales en la movilidad de un canon y su corpus. “Leopoldo Lugones canoniza el Martín Fierro en 1913, un texto increíblemente popular en los años ‘70, pero impugnado por los contemporáneos cultos de José Hernández, para quienes los biógrafos del Chacho Peñaloza escribía mal porque estaba fuera de la norma”. Con este ejemplo y el de Beatriz Sarlo en El imperio de los sentimientos, en donde realiza una relectura de los folletines, Prieto recordó una reflexión del escritor David Viñas, quien dijo que “el prestigio literario funciona como una bolsa: todo lo que sube, baja”. Para el escritor y crítico Noé Jitrik, la idea de canon ocupa todo el universo imaginario, pero poco a poco va siendo recortado por un nuevo tipo de discurso: la crítica, productora de canon ella misma, ya sea compitiendo con los cánones previos o creando otros nuevos. “Existen tantos cánones como lectores hay. Pero una cosa es el canon privado y otra es cuando el canon individual pretende intervenir en la formación de un canon social y colectivo”, señaló Prieto.
“Un canon es construido por un profesor universitario aún en la rutinaria actividad de preparar un programa de literatura. Un escritor construye canon de modo implícito, por ejemplo Juan José Saer, que incorpora en su narrativa toda la parafernalia poético-musical de Juan L. Ortiz, o de manera explícita, cuando arman sus propias genealogías. Borges hizo un arte de la genealogía leyendo a Lugones, Evaristo Carriego y Almafuerte”, enumeró Prieto. “Los periodistas culturales promueven un canon cuando deciden qué libro destacar sobre otros, a cuáles darle una página o una columnita.” Prieto añadió, como conclusión, que el canon es viejo por definición porque la literatura está todo el tiempo en movimiento: lo que estaba detrás pasa adelante, lo que estaba adelante se corre a un costado y lo que estaba al costado desaparece. “Por eso Thomas Eliot decía que cada cien años corresponde que se vuelva a escribir la historia literaria porque el nuevo crítico, con una nueva lente, verá un paisaje totalmente diferente.”
Desde una perspectiva filosófica y sociológica, Abraham –que el domingo presentó en la feria El último Foucault– se refirió a la relación delcanon con la cultura, en rigor, la “ley de difusión del canon”. Para Abraham, todos creen saber algo acerca del canon. “Por la difusión masiva y la vulgarización, tenemos un conocimiento cada vez más precario y parcial. Por ejemplo, muchos citan frases del Martín Fierro sin haberlo leído. Así, el canon se transforma en una especie de voz anónima que forma parte de la cultura sin querer.” Cuando Foucault habla del orden del discurso, está indicando lo que hay que saber y enseñar. “El canon forma parte de una necesidad de ordenar, legitimar y sancionar”, agregó el filósofo. “Maurice Blanchot piensa en la disolución de obras y de autores, que nadan como canoas en el mar del lenguaje. Entonces, los autores y las obras se pegan a distintos cruces en una gran red. Y esto implica, también, cambios en nuestro modo de leer”, precisó Abraham.
“Gracias al crítico literario, la literatura tiene valor de documento y alimenta nuestra voluntad de saber. Por eso leemos al crítico y no a la obra, a Harold Bloom y no a Shakespeare”, aclaró. Según el psicoanalista Germán García, el libro de Bloom –El canon occidental– está cruzado por la angustia de las influencias y tal vez por eso sea un texto provocador. Pero, a pesar del despliegue de osadías, García objetó que Bloom terminara sosteniendo que el canon es una cuestión de gustos. “El canon existe porque el texto canonizado sigue operando en otros textos que se escriben”, razonó.

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Rodolfo Walsh, un autor hoy clásico, fue resistido en su época.
“La literatura está todo el tiempo en movimiento”, recordó Martín Prieto.
 
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