CULTURA › ANTONIO DAL MASETTO REFLEXIONA SOBRE SU NOVELA “LA TIERRA INCOMPARABLE”

“La expulsión es como una traición histórica”

El escritor, de origen italiano, describe las sensaciones que le produce su novela sobre el desarraigo, que acaba de ser reeditada. Un texto que remite a la “inmigración al revés” y que sirve para retratar estos tiempos en que “los pibes son expulsados de un país que fue construido por sus abuelos”.

 Por Angel Berlanga

Cuenta Antonio Dal Masetto que poco antes de cruzar el Atlántico hizo un pozo en el jardín de la casa, metió sus juguetes en una caja de metal y los enterró. Era el año 1950 y él, que por entonces tenía doce, abandonaba junto a su familia el pueblo natal, Intra, cerca de la frontera con Suiza, en Piamonte, Italia. Cuatro décadas después, Agata, la mujer de ochenta años que protagoniza La tierra incomparable, vuelve a ese pueblo, Intra, para reencontrarse con su lugar inicial, el de la primera mitad de su vida. La anciana intenta recuperar los juguetes de su hijo pero allí, en el jardín de esa casa que ahora pertenece a una mujer entre hostil e indiferente, ya no encuentra bajo la tierra más que unos despojos de chapa oxidada. “Pasó demasiado tiempo”, dice Agata en la novela. “Una locura de pibe, ¿no?”, dice ahora Dal Masetto en el pequeño escritorio de su departamento. “Vaya a saber: en una de ésas tenía la vaguísima idea, o ni siquiera, de un día volver a recuperarlos, como si fuera uno de esos tesoros de los piratas; por los libros que leía en esa época, Salgari y todo lo demás.”
En esta novela –ganadora del Premio Planeta 1994, ahora reeditada por Sudamericana–, Dal Masetto aborda el tema de la emigración con un enfoque preciso: el contraste entre lo que se recuerda de lo que se dejó al partir y lo que se encuentra al regresar. El Tano ya había abordado el tema en su libro anterior, Oscuramente fuerte es la vida: allí también Agata, un personaje inspirado en su madre, es la protagonista que evoca el contexto que empujó a su familia al barco que los traería a la Argentina. A contracorriente, el asunto tiene una vigencia extraordinaria: miles de argentinos, muchos de ellos nietos o hijos de emigrantes, empujados al otro lado del Atlántico en los últimos años.
En este escritorio, una ventana al contrafrente da luz de atardecer; del otro lado, la biblioteca. Por encima de la computadora, una mujer desnuda de Modigliani (“No hay un desnudo mejor que ése”, dice Dal Masetto); algo más abajo, notas enchinchadas: “Justificá tu día”, dice una; “Idea: hombre actúa como los elefantes. Al final va a buscar un sitio. ¿Para morir? No se sabe”, dice otra. Las señales están en la pared restante: una serie de imágenes enmarcadas. Están las tapas de algunos de los libros de Salgari que trajo de Italia, Sandokán contra i leopardo di Sarawak y La vendetta dei Thugs, entre otros; está la foto en blanco y negro del equipo de fútbol con el que ganó en 1955 un campeonato de fútbol en Salto, el pueblo de la provincia de Buenos Aires en el que se instaló cuando llegó de Italia; están los imaginarios rostros de Agata que ilustraron las primeras ediciones de sus libros de emigración; y está la foto de su hija, Daniela. A ella, que vive en España desde hace un año y pico, Dal Masetto dedicó La tierra incomparable.
–¿Cómo maduró el libro con el paso del tiempo?
–Yo lo vi parejo. Tanto éste como el otro de la saga son dos libros que por razones históricas argentinas, el tema de la inmigración, funcionaron bien. Son de los libros que más vendí. Me pareció que estaba correcto. Tiene ciertas señales, inclusive, que por ahí son como premonitorias de lo que ocurrió luego: esta inmigración al revés que se produjo. Mientras lo corregía para la reedición decía “pucha, cómo definir esto”, porque no es que todos estos pibes se van: son expulsados. Y son expulsados de un país que fue construido en buena parte por sus abuelos y sus bisabuelos, que vinieron de allá.
–Expulsados, también.
–Sí, pero por otras razones: la guerra, la miseria. La de ahora es una historia que valdría la pena contar si uno le encontrara la vuelta; si pudiera ponerme en el lugar de un viejo que vino a principios de siglo pasado, que construyó una casa, que formó una familia, que hizo estudiar a los hijos y terminaron poniendo la chapa famosa en la puerta, y luego losnietos también. Si ese viejo pudiera presenciar esta expulsión, ¿qué le pasaría por la cabeza? Es como una traición histórica. Yo no encuentro otro término para definirlo: traición. Es decir: todo su trabajo, todo el sentido de tierra de promisión que era la Argentina, se le dio vuelta. El país le echa a sus descendientes. Le raja lo que vino a sembrar.
–Para componer a Agata usted se inspiró en su madre. ¿Viajó ella a Italia? ¿Lo que se cuenta en el libro son sus sensaciones?
–Este libro tiene una cuestión interesante desde el punto de vista literario. Para Oscuramente fuerte es la vida prácticamente la senté a ella y le pregunté cómo era: “¿Cómo era cuando vos eras piba, cómo era el mundo? La Primera Guerra Mundial, qué hacía tu viejo, qué morfaban, qué se te cruzó...” Y también algunos agregados que tenían que ver con mis recuerdos de pibe en los años ‘40, durante la guerra. En La tierra incomparable el personaje sigue siendo el mismo, pero el que hizo el viaje de regreso después de tantos años fui yo. Tenía casi 50 años, había pasado muchísimo tiempo, y nunca había podido volver. Así que cuando puse el pie en el avión, en Ezeiza, me dije “bueno, ahora estoy escribiendo la novela del famoso regreso con el que sueñan todos los emigrantes. Viajo yo, pero en realidad el personaje que viaja conmigo es Agata, la vieja de 80 años”. Fue muy interesante el desdoblaje permanente: todo el tiempo me tenía que acordar de mirar como una mujer de 80 años. Y, lógicamente, también tuve que amoldar esta mirada a todo el periplo que hace, que hice.
–Es una road movie muy curiosa, ¿no?
–Yo diría que es eso, de alguna forma, porque recorre mucho. Lo que me pasó, lo que le pasa a Agata en el libro, es que se encuentra con que lo que va a buscar no está. O mejor dicho: está cuando no está; sólo está en el recuerdo. Cuando lo enfrenta, no está más. Sólo está en la cabeza.
–El cotejo con la realidad desmiente todo el tiempo.
–Desaparece todo. Estuve cuatro o cinco días en un hotel de Intra e hice exactamente lo que hizo Agata, me fui como desilusionado. Y de pronto, una semana después, en la Toscana, me levanté y dije “puta madre, este pueblo no me va a joder a mí”, agarré el tren y me fui de vuelta. Y me instalé. Pero no sabía bien todavía por qué. Y la especie de solución loca que encontré como para recuperar algo fue caminar. Me levantaba a la mañana y caminaba por las montañas, por los costados de los ríos, por los pueblos. Caminaba todo el día, con la misteriosa, oscura, esperanza de que este cansancio del cuerpo sobre la tierra finalmente produjera algún tipo de conexión, que devolviera algo de aquello que se había perdido.
–Quince años atrás le dijo a Miguel Briante que aunque se sentía argentino, algunas veces también se sentía italiano. “Una sensación de ser extraño”, dijo. ¿Ahora también?
–Ese es un tema sin solución. Pero tampoco es un problema. Siempre digo que estoy ubicado en un tercer lugar, como en un territorio a medio camino. Descubrí que la inserción en otro lugar tarda mucho. Yo pensé que había sido muy rápida, porque aprendí el idioma, me comuniqué siempre con gente argentina, nunca estuve ligado con la comunidad italiana, mis amigos eran de acá... Pero el choque inicial evidentemente debe haber sido bastante fuerte, en el sentido en que sos un extraño. Y te lo hacen sentir. Y me preguntaba por qué razón yo no había escrito una sola línea sobre el tema de la inmigración hasta estas novelas, en los ‘90, mucho después que otros libros míos. Mi respuesta fue que después de demostrar que escribía libros argentinos, sobre el pueblo, la ciudad, el sur, de decir “miren, soy de acá, no soy un gringo”, me sentí con derecho a hablar de este tema. Estoy inventando, pero seguramente algo hay de realidad.
–¿Y la escritura de estos libros le cambió algo en torno de eso?
–Sentí que había saldado una deuda. También acá estoy manoteando en el aire algún tipo de respuesta, pero me parece que con cada libro se paga alguna deuda. Y en este caso me parece que debía una suerte de homenaje no sólo a mi madre sino a toda esta gente que vino, la sudó, la yugó, y dejó su tierra y todo lo demás. En el primer libro traté de contar algo que en general no estaba visto: cómo era una familia antes de partir y por qué partían. Y en el segundo, qué les pasa cuando vuelven. El título, La tierra incomparable, tiene un doble sentido: no hay otra tierra como aquella que uno abandonó y recordó, pero al mismo tiempo, cuando uno se enfrenta con esa tierra incomparable, no resulta: ya no está más.
–Cuando volvió a su pueblo, ¿realmente hizo el pozo en el jardín de su antigua casa para tratar de recuperar los juguetes?
–Lo que es real es que los enterré cuando tenía doce años, antes de venirme. Pero lo que es inventado es la búsqueda: imposible ir y decirle a los señores que vivían ahí “Les voy a hacer un agujero en su jardín”.

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Antonio Dal Masetto reconoce nexos biográficos en su novela.
 
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