CULTURA › REABRIO AYER LA RETROSPECTIVA DE LEON FERRARI

Cincuenta años y un día

Unas mil personas recorrieron la muestra, que incorporó los testimonios de la intolerancia, como las botellas rotas y las fajas de clausura, adquiriendo un nuevo sentido artístico.

 Por Julián Gorodischer

Pese a la tarde marcada por el calor y la tristeza, nadie quiso quedarse afuera de la reapertura de la retrospectiva de León Ferrari, en el Centro Cultural Recoleta. Y así fueron llegando para dar su respaldo las Madres de Plaza de Mayo, los artistas plásticos, familiares del artista y militantes de derechos humanos. Unas mil personas se mezclaron ayer entre las obras, que ya no son las mismas del primer día: ahora llevan las huellas de su entorno, nunca aisladas en una burbuja sino en continua relación con los fenómenos del mundo. Por eso, se sumaron el testimonio de expresiones violentas (botellas rotas), notas periodísticas, carteles de advertencia y catálogos fajados, y hasta un mural que da lugar a las quejas y los reclamos de la Sociedad Protectora de Animales. “Gallo, cagate en el arte deshumanizante”, dice uno que da risa. Según Andrea Giunta, la curadora de la muestra, “las cosas que sucedieron han generado en torno a las obras un aura que las enmarca en la comunidad”.
Este, más que nunca, es un arte abierto, vinculado a la ciudad que lo cobija, receptivo de las polémicas y nunca encerrado en sí mismo. El propio Ferrari, contento aunque cauto, celebró que la muestra no sea ya solamente “la muestra”. Ayer, unos aplaudían frente a “La civilización occidental y cristiana” (el Cristo sobre avión de guerra); otros señalaban al camarógrafo la “Licuadora con santos” con la necesidad de enfatizar lo que estuvo silenciado. “¿Y quién habrá dado de comer al pajarito?”, se preguntó una nena, frente a la jaula con palomas encima de láminas religiosas. Las preguntas y afirmaciones rehabitaban, de a poco, la sala Cronopios.
Pero lo que dominó es una curiosa naturalidad, tal vez por el desvío de la atención hacia la tragedia, tal vez por el duelo que respetaban los paseantes. Decía Maitén Zamorano Ferrari –nieta de León– que su propia falta de asombro, y su paciencia, derivan de una crianza “muy cercana a este tipo de cosas, siempre peleando por los derechos humanos, acostumbradas (las seis nietas) a defender las cosas en que uno cree”. No faltó la invocación a la calma: “No entiendan la muestra como un acto de violencia –dijo Maitén–. León quiere terminar con todo acto de tortura, con toda expresión que atente contra los derechos del hombre”. Esta vez fueron nieta y abuelo quienes además de recibir el apoyo quisieron ligarse a la tragedia de Cromañón: en el Centro Cultural nadie podía pensar en otra cosa, ni dejar de interpretar cada objeto en función de la masacre. “Y una se pone a unir cabos –decía Tati Almeyda, madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora– y se da cuenta de que si había pibas de 15 años con sus hijitos en el boliche es porque existe una Iglesia que no les permite usar preservativos, que condena el aborto. Y después estas chicas meten a sus bebés en un baño como guardería: todo está relacionado en un círculo.”
El arte político se pone al servicio de la coyuntura, relee los fenómenos de la ciudad, traza una historia de la violencia y permite abrir un espacio de reflexión para encontrar respuestas. Así lo entendieron las autoridades del Centro Cultural, que se expresaron sólo en un comunicado para mantener el bajo perfil que reclama un luto. “Las obras trascienden el sentido que le dio el artista –se leyó en el cartel–. El público completa o transforma el sentido desde el cual fueron pensadas.” Así lo tomaron los cientos que seguían haciendo cola bajo el sol, aguantando los 34 grados para sentirse parte de un “hito histórico”. “Es una fecha que se recordará –aseguraba Enrique Oteiza, director del Inadi–, porque se están garantizando dos principios básicos: el derecho a la libre expresión, y el del público que quiere ver la muestra.”
Impresionada por la cantidad de público (que, desde el 30 de noviembre, supera las 30 mil personas), Nora Hochbaum, directora del Centro Cultural Recoleta, aseguró que “es impresionante que haya tanta gente a pesar del calor, de las vacaciones... Desde el mediodía ya había público preguntando por la muestra, dando cuenta de una avidez por ver de cerca lo que se había clausurado”. Una de ellas fue Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, que invocó a que se acerque “más y más gente para que sepan qué enoja a una Iglesia cómplice de la dictadura militar, una Iglesia que sabía de la tortura a mujeres embarazadas y que ahora no puede estar protestando por una muestra de arte”. El contexto en todo momento estuvo presente en el Recoleta. Se expresó por sí solo, en la sala Cronopios, el testimonio de la intolerancia: es lo que se podía ver en las botellas rotas, en las fajas en los catálogos, en el fallo judicial de clausura, que –según Andrea Giunta– “otorgan nuevos sentidos al arte. Ahora el público, en su muestra de apoyo o su agresión, forma parte de esta Retrospectiva tanto como las mismas obras”.

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Una reapertura muy esperada, que convocó a una multitud en el Centro Cultural Recoleta.
 
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