CULTURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR, PERIODISTA Y TRADUCTOR MEXICANO JUAN VILLORO

“La literatura suele surgir de una pérdida”

El autor de la novela El testigo, con la que acaba de ganar el Premio Herralde, opina sobre los intelectuales de su país, el presidente Fox, el narcotráfico, la televisión y el Subcomandante Marcos.

 Por Angel Berlanga

“Julio Valdivieso comparte mis iniciales, mi edad y mi profesión. Digamos que es una versión extremada de mí mismo”, dice Juan Villoro respecto del protagonista de El testigo, la novela con la que ganó el Premio Herralde. Este escritor, traductor y periodista mexicano volvió a su país luego de tres años de residencia en Barcelona, donde redondeó el primer borrador de una historia que necesitaba nutrirse de la nostalgia que dan las distancias, porque Valdivieso lleva veinticuatro años viviendo fuera de México. “Hay similitudes más complejas –agrega Villoro–; por ejemplo, el hecho de que sea un escritor frustrado, que escribió un buen cuento y no pudo más, tuvo que optar por el silencio. Todo autor convive con la sombra de alguien que deja de escribir o que no debería haber escrito. Esos fantasmas del silencio y del arrepentimiento están presentes aunque publiques una novela de 500 páginas.” Esa sombra no ejercerá poder paralizante por estos días, porque Villoro cuenta que “en el México del free-lance –desde donde da esta entrevista– el que tiene menos de ocho trabajos califica como desempleado”, y que por lo tanto procura ser “un multiempleado promedio”.
–“Los mexicanos no saben emigrar, todos quieren regresar el próximo jueves a ver a su abuelita”, le dice un personaje a su protagonista. ¿Le pasó eso estando en Barcelona?
–Mi emigración fue breve, tres años en total, y sabiendo que regresaría en cualquier momento. Mi padre nació en Barcelona y tengo muchos amigos allá, de modo que tampoco se trata de un sitio exótico. Fue un buen lugar para cultivar la nostalgia de México, aprender otras cosas, sentir deseos de volver. La literatura suele surgir de una pérdida y de un afán compensatorio para llenarla. A veces esto se da de manera definitiva en la infancia (el caso de Günter Grass con Danzig), a veces vale la pena provocarlo con un alejamiento. Vivir lejos o vivir entre culturas permite afinar la mirada del entorno: eliminar cosas que sólo importan cuando las padeces, atesorar otras que tienen un valor secreto y requieren de la distancia para salir a flote.
–¿Y qué tal le resultó el regreso a México?
–Ha sido menos traumático que el de mi protagonista, aunque el país se parece de manera preocupante a la novela: videoescándalos, narcos que despachan o se ejecutan en cárceles de máxima seguridad, manifestaciones en mi barrio en memoria de los católicos asesinados en 1934, durante la persecución religiosa...
–Su testigo, esta novela, ¿es su modo de dar testimonio?
–Valdivieso ha estado veinticuatro años fuera de México y regresa convertido en otro. De algún modo, todo le es a un tiempo familiar y extraño. Más que un protagonista es un testigo, pero esta definición no hace sino complicar las cosas. Su padre, que era abogado, había escrito sobre las condiciones que debe cumplir un testigo en un tribunal. Desde un punto de vista moral, psicológico o aun religioso, ¿sabemos realmente cuándo somos testigos fidedignos? Es el problema de Valdivieso. No está del todo seguro de si lo que registra es la abigarrada realidad mexicana o si sencillamente es víctima de sus prejuicios, sus nervios, la subjetividad que lo atormenta. La novela entera reflexiona sobre la figura y las limitaciones del testigo.
Cerca de la mitad del libro, Villoro escribe que su personaje “no había regresado a México sino a sus recuerdos” y ahí, en el centro de los recuerdos, está la historia de amor, rota, con una prima carnal, a partir de la que recorre y contrasta pasado y presente de su familia, sus ilusiones, sus mentiras, su país, él mismo. Ligada a ese amor roto también está la figura del poeta Ramón López Velarde, la excusa de la vuelta de Valdivieso a un país en el que el PRI ha perdido, por fin, el manejo del gobierno. A un país en el que, nomás llegar, se le abren las puertas a las deformes tareas de la cocaína y la televisión, disciplinas que suelen tener vinculación con quienes ejercen poder.
–¿Tanto empeoraron las cosas con el presidente Vicente Fox en México?
–El triunfo de Fox fue necesario para que México entrara a la modernidad política. Fue un buen candidato, un hombre carismático y valiente, pero está probado que no es un estadista. Es el primero en querer acabar con su trabajo y volver a su rancho. En este sentido, las muchas expectativas despertadas por la transición han desembocado en una sensación de ilusión traicionada.
–Usted ha manifestado su entusiasmo por la “vitalidad cultural mexicana” y la contrastó con lo decepcionante de la política. ¿Por qué habrá ese contraste entre un rubro y otro?
–Es una paradoja bastante usual que me recuerda lo que ocurre en la película El tercer hombre, con guión de Graham Greene: la paz y la estabilidad de Suiza provocaron el reloj cucú; en cambio, la corrupción y las traiciones de Italia provocaron el Renacimiento.
–Valdivieso es un intelectual que asiste a un estado de cosas en México. ¿Qué actitudes tiene, cómo se sitúa él, cómo se sitúa usted, frente a ese estado de cosas?
–Es difícil generalizar la situación de los intelectuales en México. Por un lado, ha sido muy importante que escritores y artistas participaran en la creación de editoriales, proyectos culturales, campañas de alfabetización, una política exterior muy por encima de nuestra política nacional. Al mismo tiempo, los subsidios, los sueldos y las becas burocratizaron a algunos escritores y minaron su rebeldía. No es el caso de los más importantes; hay escritores independientes de primera fila: Monsiváis, Pitol, Poniatowska, Leñero, Morábito, Bellatin, Fadanelli, muchos otros. Julio Valdivieso es un mediocre, pero un mediocre independiente. Desde esa perspectiva ve que algunos de sus colegas pasan de gozar de los favores del gobierno a ser consejeros de la televisión, tan necesitada de credibilidad intelectual como el antiguo PRI.
–¿Y el narcotráfico?
–Es un problema genérico que deriva su fuerza de ser ilocalizable. Nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde llega. Después del 11 de septiembre buena parte de la droga que iba a Estados Unidos se ha quedado en México. Hay un claro aumento del consumo de droga y la injerencia del narco en muy diversas áreas es patente. Hace unos días hubo una masacre de 13 sicarios: resultó que dos de ellos eran futbolistas profesionales, del equipo Tecos, de Guadalajara... Un alto funcionario de la presidencia está siendo investigado por narcotráfico... En El testigo el narco no es un tema central, opera como la periferia del relato, es lo que no se ve pero domina. Ese horizonte de sombra influye en la corrupción y la violencia, siempre latentes, que padecemos en México.
–¿Cómo es su personaje respecto de la figura del “intelectual comprometido”?
–Mi personaje está demasiado confundido para asumir una idea del compromiso. Habla desde la perplejidad del testigo, no desde la certeza del profeta. Cuando Thomas Mann se refiere a Naphta dice: “Mientras hablaba, tenía razón”. Una definición perfecta del caudillo intelectual cuyo carisma opera con eficacia en el presente, aunque luego se pueda desconfiar de él. Mi protagonista tiene más preguntas que respuestas, por eso me interesa su mirada.
–¿Cómo percibe hoy al zapatismo y a Marcos, rumbo a qué va eso?
–Es un momento de repliegue. Los zapatistas han desaparecido varias veces de la escena para resurgir con fuerza, como ocurrió en la Caravana de 2001 que los llevó a la capital. Los legisladores han sido de una torpeza enorme para convertir en ley las demandas zapatistas. Por el momento, Marcos está escribiendo una novela. Esto alimentará las críticas de quienes piensan que se levantó en armas para publicar en los periódicos. Espero que su novela pase pronto al segundo o tercer plano de la vida pública en la que debemos estar los novelistas.

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Villoro dice que el protagonista de El testigo es una versión extremada de sí mismo.
 
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