EL PAíS › A UN MES DEL MOTIN, PAGINA/12 ENTRO AL PENAL DE CORDOBA

Maldita prisión

Por primera vez, los presos que protagonizaron el motín cuentan cómo ocurrieron los hechos que terminaron con ocho muertos. Acusan al gobierno y a la Justicia cordobeses por las pésimas condiciones carcelarias.

 Por Camilo Ratti

Desde Córdoba

A un mes y dos días del motín más sangriento de la historia cordobesa, que dejó un saldo de ocho muertos y decenas de heridos, según la información oficial, Página/12 ingresó a la cárcel de San Martín luego de la veda gubernamental y recorrió el Pabellón Nº 2, donde conviven en condiciones miserables más de doscientos internos. Durante tres horas de conversación, los presos dieron su versión de cómo empezó la revuelta, las causas que la desencadenaron y lo difíciles y desesperantes que fueron esas veinticuatro horas en que tuvieron el dominio absoluto del penal, hasta que decidieron entregarlo para salvar sus vidas. “Esto fue como el cacerolazo que corrió del poder a De la Rúa: un hartazgo espontáneo que se desbordó producto de que aquí no se cumple la ley en ninguno de sus términos y desde hace mucho tiempo”, afirma mientras ceba mate sentado en su cama Ricardo Serravalle, uno de los reclusos que ofició de negociador en los calientes días del 10 y 11 de febrero, y que hoy integra el grupo de delegados que dialoga con las autoridades del Servicio Penitenciario.
La imagen es indigna y degradante: miles de hombres hacinados en viejísimos pabellones que se desmoronan, deambulando como zombis por los pasillos húmedos mientras esperan que el tiempo pise el acelerador, y alguna vez puedan “escapar del infierno”. Ese es el paisaje que ofrece a primera vista la cárcel de San Martín apenas termina la requisa de rigor y se traspasan los enormes portones que separan el área administrativa de donde conviven los internos. Abandono, desidia y suciedad es lo que se respira en el penal más antiguo del país, construido en 1889 para setecientos internos pero que hoy alberga a más de mil seiscientas personas privadas de su libertad. Las mismas que el 10 y 11 de febrero pasado protagonizaron una violenta rebelión que puso en jaque a todo el poder político y judicial de Córdoba, y que conmovió a todo el país.
A un mes de aquellas jornadas, la única certeza en el plano judicial es la imputación por parte del fiscal Javier Pradaude de 39 reclusos (muchos de los cuales fueron trasladados a la cárcel de máxima seguridad de Bower) y que una bala policial asesinó al guardiacárcel Andrés Abregú cuando oficiaba de escudo humano en el camión con el cual los presos intentaron fugarse, aunque resta dilucidar si el proyectil fue disparado por un policía o un interno.

Las causas del levantamiento

Este diario ingresó al Pabellón 2 y escuchó la versión de los principales protagonistas del levantamiento. “No olvidamos que murieron ocho personas, pero acá pasó lo menos peor de lo que podría haber pasado. Porque si la cárcel hubiera sido recuperada por asalto por parte de la policía, hoy estaríamos hablando de mil muertos. Y si eso no sucedió fue porque mantuvimos la cordura en un momento de locura y desesperación”, afirma Serravalle, preso desde hace siete años por robar un banco.
“Es mentira que el motín haya estado programado, como también es falso que comenzó por un enfrentamiento entre el pabellón 5 y 6. Esa fue la excusa de las autoridades para justificar su accionar. Y la prueba de lo que decimos es que mientras tuvimos el control absoluto del penal, no hubo una sola pelea entre ninguno de nosotros. Y mirá que las broncas acá se dirimen cuerpo a cuerpo, y muchos estaban armados hasta los dientes”, relata el interno.
Para ellos, lo que ocurrió fue “una rebelión espontánea que explotó por la decisión del servicio de cambiar el régimen de visitas, que para nosotros es lo más sagrado, pero se venía cultivando desde hace mucho tiempo porque aquí no se cumple la ley. Esa es la verdad, y para que la gente afuera nos crea es que invitamos a la prensa a conocer nuestra miseria: lo que ves ahora es la parte más lujosa de la cárcel, no sabés lo que es al fondo,ahí las paredes son colchas y los tipos duermen entre bichos y ratas”, dice Serravalle, acompañado por Ariel, Carlos y otros internos que se suman a la charla.
Sentados en ronda en una minúscula celda de cuatro por dos, donde duermen de a tres y cuatro internos, sostienen que la situación “no se aguantaba más”, pero nadie jamás imaginó que podían a llegar a tomar el control absoluto del penal.
“Una vez que tuvimos el control de todo el penal, nadie sabía qué hacer. ¿Vos sabés lo que es manejar a mil setecientos tipos que se quieren ir como sea de prisión? Había que mantener la cordura y la sensatez en un momento de locura, con internos armados, algunos muy alterados y que por momentos se creían Rambo porque tenían una ametralladora en el pecho”, dice Serravalle.
El fallido intento de fuga a cuatro horas de iniciado el motín es para él la prueba más cabal de que nadie sabía qué hacer. “Fue un suicidio. ¿Cómo podés pensar que vas a escaparte en un camioncito de mierda cuando está toda la policía rodeando la cárcel? Es un absurdo que sólo una manga de idiotas alterados podía creer que saldría bien.” Sin embargo, asegura que la reacción de la policía fue peor. “Con dispararles a las ruedas del camión bastaba. ¿Quién puede creer que fueron los presos los que mataron a Abregú si él era la única garantía que tenían para negociar una fuga? Fue una actitud criminal propia de esta policía y de este gobierno, que tiene en su mando más alto a un soberbio embriagado de poder.”

La negociación

“Yo a todo le busco una explicación racional, por eso estudio. Pero creo que si aquí no pasó una catástrofe fue porque Dios entró al penal”, confiesa Serravalle. Además de negociar con los distintos grupos y bandas que habitan en la cárcel, muchos de los cuales son “pesados y mafiosos”, el “Intelectual” (como lo llaman los internos, porque es estudiante de Historia en la Universidad Nacional de Córdoba) se convirtió en uno de los voceros de los presos que dialogó con la policía y los fiscales. “Después de mucho discutir entre nosotros, llegamos a la conclusión de que lo único que queríamos era salir vivos de esto. Y la única manera de lograrlo era entregando el penal ni bien amaneciera, sin disparar un solo tiro. Cuando en la madrugada hablaba con los efectivos del Eter (el grupo de elite de la policía), ellos se morían de ganas de entrar y disparar a mansalva. Por eso, ni en pedo entregábamos la cárcel de noche”, cuenta.
“La única condición que pusimos fue que el viernes a primera hora ingresara el padre Hugo Olivo junto a los fiscales y las cámaras de televisión. Todos queríamos ser filmados antes de entregarnos para que quedara registrado que todos estábamos sanos y salvos. No queríamos muertes ni lesiones. Si algo pasaba, quién iba a creernos a nosotros”, dice Serravalle.
Así fue como el “padre Coraje”, como llaman los internos al capellán Olivo, entró a la cárcel acompañado por un familiar que filmó a los presos y, pabellón por pabellón, convenció a todos los internos de entregar el penal. “El padre es la persona más querida y respetada de la cárcel y su actitud fue clave para terminar la rebelión.”

Que se cumpla la ley

A cuatro semanas del motín, la situación dentro del penal es de tensión. Y aunque los reclusos tienen un grupo de delegados que pelea mejores condiciones de vida, las cosas no mejoraron. “Organizamos un cuerpo de delegados que representa a los veintiún pabellones, y pedimos que se cumpla la ley 24.660, que reglamenta las condiciones en que un preso debe cumplir su condena. Y aquí se viola sistemáticamente esa ley”, relata José, otro de los internos que este año comienza a estudiar en la universidad. Detenido por robo, es otro de los que se prepara para cuando consiga su libertad: fundó el coro de la capilla, terminó el secundario en la cárcel, se recibió de operador de PC y hoy integra junto a Serravalle un grupo de “concientizadores” (así se hacen llamar) que asesoran a otros presos sobre los derechos del detenido.
“Acá nadie te incentiva para que alguna vez puedas reinsertarte. Al contrario, se infantiliza a la gente y, por ignorancia, los presos terminan asimilando la cárcel, sus códigos, su cultura. No existen canales de drenaje, no hay opciones para trabajar o estudiar”, se queja José, aunque no se da por vencido: “La cárcel te deja secuelas, pero la salvación depende de uno”.
Tanto él como Ricardo, otro interno, advierten sobre la situación injusta que se aplica en el penal: “Aquí no existe selección de delitos ni diferenciación de causas. En una misma celda está un tipo que robó un quiosco con aquel que mató o violó a una menor. Aquel a quien le dieron perpetua con el que debe cumplir una condena de dos años. El que tiene perpetua no tiene nada que perder, pero el tipo que está por poco tiempo sí, entonces quiere hacer las cosas bien para irse rápido y el sistema no no se lo permite”.
En un petitorio que elevaron a los fiscales, la asamblea de presos solicita el cumplimiento de cuatro puntos: amnistía postmotín, que se instrumente el sistema de jueces de ejecución, que De la Sota no autorizó “por razones presupuestarias”, que se conforme una comisión mixta con organizaciones de la sociedad civil y que ésta pueda ingresar a la cárcel (ver aparte), y que se efectúe una requisa de armas.
Al final de la visita, tanto Ricardo como José, en representación del Pabellón, afirman: “Ha pasado un mes del motín y ni un solo juez penal vino a la cárcel para conocer la situación, siendo que por ley son ellos los responsables de monitorear el cumplimiento de las penas hasta tanto se implemente la figura del juez de ejecución. Por eso decimos que la Justicia de Córdoba, con su sordera y su indiferencia, fue la responsable número uno del motín y es la que permite y consiente cada una de las violaciones a los derechos humanos que ocurren en este penal”.

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