CULTURA › OPINION

Un fantasma de letras

Por Horacio González

En los últimos años seguramente habría decidido tener una voz más nítida en relación a lo que Sartre había llamado “compromiso”. Por un lado, su discurso en la Gare de Lyon, entre maquinistas y boleteros de la estación en huelga. Por otro lado, su libro Sobre la televisión, en el que una vez más intentaba poner a prueba su tesis sobre el “campo intelectual”, ahora desentrañando los símbolos reflexivos que imponía la técnica televisiva. Si hubiéramos de decir qué fue Bourdieu, diríamos: un sociólogo, que a la preocupación por las formas simbólicas, a la manera de Cassirer, le agregó una teoría clásica del poder, de fuertes simpatías plebeyas.
Testimonio de esa inquietud es un libro que coordinó, La miseria del mundo, que a la vez de ser una sutil interrogación sobre las posibilidades y límites existenciales de la encuesta, entre tantos otros temas expresa penetrantes pensamientos sobre “la desesperación por sí mismo” en François y Alí, dos chicos de la periferia de una ciudad francesa. Bourdieu inventó conceptos y uno de ellos, el de habitus, la memoria ritual individual, se convirtió fatalmente en un “sambenito” universitario que sufría en su utilización lo mismo que deseaba criticar. El mismo fue complaciente con esos efectos al exacerbar su crítica militante a los filósofos que no eran capaces de reconocer una raíz social en la base de sus gustos, distinciones y lenguajes.
Su obra es inagotable. Su interés por Pascal o por Montaigne lograba mantener la ilusión sociológica como un capítulo de la dignidad filosófica que, al fin y a su pesar, se encontraba en las estaciones de tren en huelga con su ilustre antagonista, el fantasma sartreano. Los que leímos a Bourdieu en las condiciones argentinas, a destiempo e incompleto, los que de todos modos no compartíamos su atareada galería de denuestos, podemos sentir un pequeño golpe sordo en nuestra memoria. Su nombre estaba en los libros que abrimos, perdimos o dejamos yacer en infinitas mesas de bar de Buenos Aires. Ahora es también un fantasma de letras.

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