CULTURA › SUS LIBROS, BORGES, FIDEL CASTRO Y LA RULETA RUSA

La azarosa vida de un caballero inglés

 Por Silvina Friera

No descubrió la pólvora de la literatura, pero supo recrear, a fuerza de oficio y rigor, los mecanismos nada banales de la intriga. Graham Greene fue uno de los más grandes escritores de lengua inglesa del siglo XX y logró la doble (y difícil) distinción de una pareja que suele vivir en un divorcio constante: la popularidad –más de veinte millones de ejemplares vendidos de sus novelas– y el reconocimiento de buena parte de la crítica, aunque no comulgaba con lo que canonizaban las vanguardias literarias. El, que prefería a Henry James y a Joseph Conrad antes que a James Joyce o a Virginia Woolf, a la hora de admitir sus influencias solía mencionar a autores considerados “clase B”, como Rider Haggard, Stanley Weyman o Anthony Hope. Hoy, hace 100 años, nacía en Berkhmasted, en el seno de una rígida familia calvinista, el creador de una obra narrativa construida sobre dos columnas temáticas: la novela metafísica, como El revés de la trama y El fin de la aventura, y las historias de intriga política internacional, como El americano impasible –publicado en 1955, en donde adelantó la intervención y posterior derrota de los Estados Unidos en Vietnam–, El factor humano o El cónsul honorario, un ácido cuadro de la opresión de las clases humildes, ambientado en el norte argentino, dedicado a Victoria Ocampo.
Greene pertenecía a esa raza de escritores –en la línea de William Shakespeare, Jean Paul Sartre y Thomas Mann– que se atrevía a mostrar las fisuras de la condición humana sin remilgos, por eso el gordo Osvaldo Soriano escribió en Página/12, “Nuestro hombre en el cielo”, una columna por la muerte del escritor inglés, en la que afirmaba: “Ninguna persona es la misma después de leer a Greene. Nadie sale indemne de sus páginas”. No existen vacunas que puedan prevenir el “efecto Graham”, una combinación letal de cinismo y acidez, proveniente de un hombre que se definía como “escritor de izquierda”, que condenó la desaparición forzada de personas en la Argentina, durante la última dictadura militar; que defendió los derechos soberanos de la Argentina sobre las Islas Malvinas (cuestionó duramente el hundimiento del crucero argentino General Belgrano); que adhirió a la causa de la revolución sandinista en Nicaragua, y fue amigo personal de Fidel Castro y del general panameño Omar Torrijos, a quien apoyó en su campaña por liberar la zona del canal de la jurisdicción norteamericana. Sólo con rememorar algunas frases de El americano impasible, basta para comprobar por qué sus historias son poderosas parábolas del mundo contemporáneo. “Ya no tenemos un partido liberal, porque el liberalismo ha infectado todos los demás partidos. Todos somos conservadores o liberales o socialistas liberales; todos tenemos la conciencia tranquila.”
De Greene se sabe que jugaba a la ruleta rusa para matar el aburrimiento, al que consideraba su peor enemigo; que viajar por el mundo era una manera de escapar de ese enemigo; que tempranamente se convirtió al catolicismo, una elección que aunque marcaría su vida, no le impediría incomodar al Vaticano con su implacable sinceridad. Lo curioso es que la vida de Greene, y hasta su muerte, tiene correspondencias con la de Jorge Luis Borges, al que conoció en Buenos Aires en la década del ’50. Ambos paladeaban la literatura policial (Borges admiraba la aparentemente sencilla prosa de Greene y la limpieza en la arquitectura de la trama de sus historias policíacas y de espías), los dos murieron en el exilio, sin acariciar el Premio Nobel de literatura. “Es un azar, una Lotería –señaló el inglés, que año tras año era nominado–. Hay muchos que se lo merecen y nunca lo tienen, como Borges.” Sólo la afición de Greene por el alcohol los separaba. El inglés, a diferencia de Borges, que sólo bebía agua, se entonaba por la mañana con vino blanco y continuaba por la tarde con whisky, aunque los médicos se lo habían prohibido. “Lo quise mucho –dijo Greene sobre Borges–. Cierta vez lo fui a buscar a la Biblioteca Nacional de la calle México, cuando él seguía siendo director. Cuando salimos, hablamos, mientras atravesábamos una esquina, de Robert Louis Stevenson, que fue primo hermano de mi madre. Borges lo admiraba mucho, yo, no tanto. Le dije, para complacerlo, que al menos Stevenson había escrito un buen poema. Borges se detuvo al borde de la vereda y me lo recitó sin vacilar: todo el poema.”
A lo largo de su vida fue criticado desde la izquierda y desde la derecha. “La gente suele volverse reaccionaria a medida que envejece, sobre todo los que han sido más revolucionarios; yo no he cambiado”, decía el escritor. Como un gran caballero inglés, Greene se despidió del mundo el 3 de abril de 1991 en Suiza, en la misma ciudad donde murieron Charles Chaplin (en 1977), Jean Anouilh (en 1987) y George Simenon (en 1989).

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