DEPORTES › OPINION

Licuación de delanteros

 Por Eduardo Fabregat

Es más o menos sabido: el pueblo argentino no quiere más abusos de Telefónica y Repsol, mientras los lobbystas de esas mismas empresas lloran por las ganancias que ya no tendrán y pretenden que los argentinos paguen por sus errores. Aquel que en eso vea sólo una cuestión de macroeconomía estará perdiendo de vista las consecuencias aplicables a nuestro viejo y querido deporte. Dicho de otro modo: el jueves por la noche, las algo más de 12 mil personas que pagaron para ver River vs. América no hicieron más que amortizar los errores del Real Madrid, el Atlético, el Zaragoza y hasta el Porto, responsable en última instancia –junto a un tal Ramón Díaz– de la licuación futbolística que llevó a Juan Esnaider a lucir la camiseta número 9 de River Plate.
El hincha de River puede perdonarle a sus jugadores muchas cosas. A D’Alessandro se le perdona que no tenga una noche brillante, a Cavenaghi se le perdona que esta vez no haya metido tres, a Ortega se le perdona que se haya lesionado o que haya zafado de la temprana expulsión solo por la no-presencia del árbitro Antonio “Dirijo a 20 metros” Pereira. A Fonseca, en cambio, es difícil perdonarle que no toque una pelota, pero eso no es tan irritante como esta maniobra del capital ibérico para sacarse de encima a una momia que reíte del Checho Batista dibujado por Rep. No, difícil perdonar en un jugador de Primera las grotescas imágenes de Esnaider tropezándose con la bocha y besando el pasto, no una sino dos veces. A la primera, el Monumental murmuró fuerte. A la segunda, cuando sólo faltaban unos minutos para cerrar el bochorno del pelotazo y el 0-1, la murmuración se convirtió en grito destemplado, brazo en alto, saludos a los parientes de Juancito y amenazas de ponerlo en la bodega del primer carguero que salga para las tierras de Saramago. Encima el tipo se enoja por todo, incluso cuando la jugada está aún a cincuenta metros de sus tobillos, algo mancados por la falta de uso. Tan pragmáticos como Duhalde, Aguilar y el Pelado se vanaglorian de tener dos delanteros de recambio casi gratis. Pero si el fútbol supiera de cacerolazos, en estos días Núñez sería escenario de un murga retumbante. O un pasodoble. Eso. Un pasodoble.

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