DEPORTES › LA DOBLE VIDA DE JUAN DE LA CRUZ KAIRUZ, EX FUTBOLISTA DE PRIMERA DIVISION

Entrenador de día y represor de noche

Mientras se desempeñaba como técnico de Atlético Ledesma de Jujuy, este ex jugador de Atlanta, Newell’s y San Martín de Tucumán, entre otros equipos, comandaba un grupo de tareas que secuestraba gente en Libertador General San Martín, bajo el ala protectora del ingenio azucarero Ledesma.

 Por Gustavo Veiga

El 13 de junio de 1977, después de una misa y cuando las sombras ya se habían apoderado de Libertador General San Martín, un grupo de tareas invadió la casa de la familia Aredes. A su frente estaba Juan de la Cruz Kairuz, un policía que trabajaba como represor por las noches y de día entrenaba al Atlético Ledesma, el club que ese año conduciría en el Campeonato Nacional de la AFA. Este esbirro de la familia Blaquier, propietaria del ingenio azucarero que colaboró con la desaparición de treinta trabajadores durante la última dictadura en aquella zona del noroeste, también había sido un conocido futbolista de Primera División en Atlanta, Newell’s, San Martín de Tucumán y Gimnasia de Jujuy entre 1966 y 1975.
Ricardo Aredes grabó en sus retinas aquel episodio que no sería el primero ni el último en su trágica historia familiar. Es el hijo de Olga, la madre de Plaza de Mayo que falleció el pasado 17 de marzo después de dar sola y durante años las vueltas del coraje alrededor de la plaza San Martín, allá en Ledesma. Es también el hijo del doctor Luis Aredes, ex intendente del pueblo que osó cobrarle impuestos al ingenio en 1973 y terminó desaparecido el 13 de mayo del ‘77 cuando salió del hospital de Fraile Pintado, una localidad vecina.
“Se cumplía el primer mes de la desaparición de mi padre y veníamos de una misa. Cuando acabábamos de llegar a casa, tocaron el timbre. Atendí yo y me tiraron la puerta para atrás. Entraron en gran cantidad militares con uniforme y ametralladoras que estaban comandados por Juan de la Cruz Kairuz, que en esa época era técnico de Atlético Ledesma. Me quedó su imagen porque a cada momento salía en reportajes en los diarios. Y cuando entró a punta de pistola y se llevó un montón de cosas, estaba de civil. El daba las órdenes y sabía perfectamente lo que hacía. En un segundo invadieron los tres pisos de mi casa. Sólo estábamos mi mamá, mi abuela y yo, que tenía dieciséis años”, recuerda Aredes, quien trabaja hoy en la Universidad de Buenos Aires.

Del fútbol a la represión:

El entrenador-represor hace tiempo que dejó de patrullar las calles de Libertador General San Martín, pero continúa en su otra actividad, el fútbol, que le daría cierta notoriedad cuando llegó desde su Tucumán natal a Buenos Aires para jugar en Atlanta. En el club de Villa Crespo tuvo como compañero de equipo en 1966 a Carlos Timoteo Griguol, quien no lo recuerda: “La verdad, no me acuerdo de él. Como sí de Zubeldía, Artime, Alberto González y Gatti, que vino mucho después. También de Errea, de mi primo Mario... Si lo viera hoy a Kairuz, no lo conocería”, cuenta el respetado técnico que salió campeón con Central y Ferro.
En el libro La historia de Atlanta, cuyo autor es el cordobés Alejandro Domínguez, se puede observar al defensor en una fotografía en blanco y negro, formado en un equipo de 1967, el último año en que jugó para los Bohemios. Allí están de pie Vignale, Biasutto, Lazzarini, Kairuz, Maguna y Perico Raimondo y en cuclillas Cabrera, Puntorero, Jorge Fernández, Salomone y Jorge Domínguez.
La trayectoria del lateral izquierdo nacido el 15 de marzo de 1945 dejó varias huellas en las crónicas deportivas de los ‘60. Un comentario del diario Crónica del 4 de abril de 1967 lo describe como un “marcador con elogiable tendencia ofensiva, audaz en el ataque, tipo Díaz o Marzolini...”
Kairuz había debutado a los 15 años en su provincia, también integró una selección nacional “B” y poco antes de fichar para Atlanta, jugaría uno de los partidos más importantes de su vida deportiva: contra el Santos de Brasil, que visitó San Miguel de Tucumán en 1966. Bastante presumido a la hora de declarar, en un reportaje que le realizó La Razón el 8 de junio del ‘67, recordaría un hecho que, para él, fue el más destacado de aquel amistoso: “Tuve que marcar a Pelé y al decir de todos los diarios, lo hice perfectamente, al extremo de haberlo anulado”. Sus desempeños en el club de Villa Crespo le dieron una comentada posibilidad de ser transferido a Boca, aunque, finalmente, en enero de 1968 fue vendido a Newell’s junto al volante Puntorero. Los dos pases se concretaron a cambio de 18 millones de pesos y la cesión del jugador Vizzo. Hasta 1970, Kairuz jugó en el equipo rosarino. Volvió a San Martín de Tucumán al año siguiente y luego continuó su campaña en Gimnasia de Jujuy, donde se perdieron sus últimos rastros como futbolista en 1975. Durante ese Nacional que ganó River –el segundo título consecutivo después de 18 años de sequía– el Lobo llegó al octogonal final e incluso le empató al campeón 2-2.
A fines de ese año, ya se gestaba el golpe militar y Kairuz bifurcaba sus ocupaciones. Como reconocería en un reportaje que le realizó el periodista Pablo Llonto para la revista El Gráfico en 2001, ingresó a las fuerzas de seguridad porque “...el jefe de la policía de Jujuy era hincha de fútbol y me ofreció el puesto. Se puede decir que fui lo que se dice hoy un favorecido, un ñoqui...”. Un ñoqui que además reconoció en esa nota un dato clave para entender aquel episodio en que se cruzará con los Aredes la noche del 13 de junio de 1977.
“Yo vivía dentro del ingenio...”, declaró.

Azúcar amargo:

El menor de los Aredes –Ricardo tiene tres hermanos más, Olga, Adriana y Luis– sabe muy bien cómo funcionó el aparato represivo en Ledesma, la ciudad que toma el nombre del emporio azucarero de los Blaquier y donde nació Ariel Ortega (ver aparte). “Allá siempre hubo muchísima impunidad. Porque hay un poder feudal desde hace cien años, aunque no contaban con nuestra forma de tener memoria. La noche de los apagones y la complicidad del ingenio en llevarse a los nuestros en sus móviles, manejados por sus empleados, los denunciamos ante el mundo entero. No tomaron en cuenta que difundiríamos la complicidad del poder económico”, sostiene quien apenas era un adolescente cuando Kairuz irrumpió en su casa.
Aredes tampoco olvida la noche del 24 de marzo del ‘76, cuando detuvieron a su padre por primera vez: “Yo lo vi cuando lo llevaban en una camioneta de la empresa Ledesma, manejada por un empleado de la empresa Ledesma”. También lo impactó volver a ver el rostro de ese hombre de semblante duro y de baja estatura que comandaba el grupo de tareas que invadió su casa.
“Me impresionó mucho ver esa cara. Que ya fuera un hombre mayor, gordo, en la película Diablo, Familia y Propiedad de Fernando Krichmar. La foto de él, una foto actual, aparece ahí. Hasta donde sabía, trabajó en la seguridad de la Casa de Gobierno de Salta, con el gobernador Romero”, dijo el hijo de Olga, la mujer que es un personaje destacado en aquel documental y en otro que produjo el periodista Eduardo Aliverti, Sol de Noche, y que investigó el apagón que permitió el secuestro de 400 personas en Libertador General San Martín y Calilegua.
Kairuz reconoce haber estado conchabado en la policía jujeña durante ocho años, función que desarrolló de modo paralelo al fútbol, donde continuó como director técnico hasta diciembre del año pasado. Pasó por varios clubes del noroeste –además de Atlético Ledesma– como Juventud Antoniana y Central Norte de Salta, San Martín de Tucumán y hacia fines del 2004 todavía se desempeñaba en un equipo cuyo nombre le quedaba a medida: Atlético Policial de Catamarca. Su camiseta es igual a la de Boca y por eso les dicen los xeneizes.
“Al club lo fundaron ex policías, pero ya nada tiene que ver con ellos. Además, su fútbol está gerenciado. Se encuentra ubicado en la zona sur de la ciudad, en el barrio La Tablada y lo apoya una hinchada importante. Los dirigentes no quedaron conformes con Kairuz porque el equipo ganaba como local, pero lo goleaban como visitante. Por eso, lo reemplazaron”, le confió a Página/12 un periodista deportivo de El Ancasti, un diario local. Desde entonces, nada se sabe del represor con nombre evangélico. Juan de la Cruz, quien acaba de cumplir 60, seguramente añorará tiempos mejores. Algunas fotografías de sus años como futbolista en Primera División permiten verlo con la camiseta de Atlanta en un Monumental de Núñez repleto o con la rojinegra de Newell’s, siguiendo de cerca a Daniel Onega en el estadio del Parque Independencia.
“Yo no puedo convivir con la idea de que este tipo está libre, que goza de total impunidad, después de haber entrado a mi casa y dar órdenes a viva voz a los soldados que subieron hasta los tanques de agua. El operativo duró como una hora y me marcó muchísimo. Kairuz gritaba instrucciones precisas para hacer todo en el menor tiempo posible y así llevarse un montón de cosas, como sucedió”, evoca Aredes con la mirada triste.
Su madre falleció después de sufrir un tumor cancerígeno estimulado por la bagazosis, enfermedad que ocasiona la quema del bagazo –un desecho de la caña de azúcar– que el complejo agroindustrial de los Blaquier realiza al aire libre. Un recurso de amparo contra la empresa se tramitaba hasta marzo en la Justicia jujeña, donde se pide que “cese la contaminación ambiental provocada por el Ingenio Ledesma”. La causa corre ahora el riesgo de archivarse porque murió la querellante. Kairuz y otros represores como él, que cumplieron tareas en la empresa, sobrevivieron a Olga Aredes, un símbolo de la lucha por los derechos humanos. Pero no contaban con su inquebrantable lucha. Ricardo explica por qué: “Estábamos nosotros para denunciarlos”.

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El ex futbolista Juan de la Cruz Kairuz, entrenador de día y policía represor por las noches.
 
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