DEPORTES › MURIO AYER A LOS 82 AÑOS DE UN MAL INCURABLE

Se apagó la voz de Pipo Rossi, el inefable Gritón de América

Fue figura de River en los ’40 y los ’50, brilló en la Selección y grabó las memorias con su tremendo vozarrón.

Pudo haber sido campeón mundial “si no se hubiera desarmado aquel equipo que deslumbró en Lima” en el Sudamericano de 1957, 50 años atrás. “Aquel equipo tenía una enorme facilidad para armar jugadas de gol y una definición que no perdonaba la menor oportunidad –contaba una década atrás–. Quedó en la historia como una de las mejores de todos los tiempos porque ganó la Copa América una fecha antes. Pero se desmembró el cuadro y a Suecia fuimos con una venda en los ojos.” Se le negó la gloria, pero no la fama: Néstor Rossi, uno de los símbolos de aquella Selección que quedó en la historia por el motivo equivocado, falleció ayer en Buenos Aires, a los 82 años.

Un “constructor de juego con gran vocación ofensiva”, como lo definió el maestro Juvenal, un organizador de juego desde el centro del campo en el que podían confiar sus compañeros, a los que mantenía en vilo a lo largo de los 90 minutos con ese vozarrón que le valió el mote de El Gritón de América, de los que cuando el partido se ponía bravo sacaba a relucir la pierna afilada de reciedumbre, se fue ayer cuando el mal de Alzheimer que lo aquejaba desde hacía más de una década pitó el final.

Nacido en 1925, en Parque Patricios, jugó 16 años en Primera y cultivó ese recuerdo estentóreo en algunos de los mejores equipos del fútbol argentino, como esa Selección del ’57, o la campeona en el Sudamericano de Guayaquil, diez años antes (“ése era un cuadrazo y ganó el título al galope”), sin olvidar su contribución desinteresada con 20 años al River campeón de 1945, el de los estertores de la Máquina, en el que había debutado por la inspiración de Carlos Peucelle; al Millonarios de Bogotá, que sembró la semilla del fútbol en Colombia con su guía y la explosión de Alfredo Di Stéfano (ganando tres títulos consecutivos entre 1951 y 1953) o el River tricampeón de 1955-57, con Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau y un Gritón sosteniéndolo detrás. Dijo ayer Di Stéfano al enterarse de la noticia: “Rossi fue original porque era un fenómeno”, en el sentido estricto de la palabra: en esa época los cinco eran de pura marca...

Rossi fue dueño de una de las personalidades más deslumbrantes de la historia del fútbol argentino, por sus ocurrencias y su temperamento futbolero. Alguna vez Enrique Omar Sívori recordó que en un partido contra un equipo brasileño, Rossi le indicó que persiguiera “al negro”. “Pero si son todos negros”, reaccionó quien luego fuera entrenador de la Selección. “Entonces correlos a todos” fue la salida.

En un Uruguay-Argentina supercaliente, en el Centenario, Pipo había repartido un par de murras cuando fue a sacar un lateral. Le gritaron desde la tribuna. “Tiren acá, en el pecho”, replicó. La platea baja del Centenario reaccionó ofuscada, especialmente un hincha que casi explotaba de insultos. “Mirá, Cacho –le dijo Rossi a su compañero Juan Carlos Giménez, girando la cabeza con total calma–. Ese me conoce del barrio.”

“Jugaba con desplazamientos lentos y no corría mucho, pero al momento de recibir la pelota ya tenía una idea titular y dos suplentes de lo que iba a hacer”, lo juzgó Juan Carlos Muñoz, uno de los integrantes de la Máquina.

“Rossi era el que dirigía las maniobras del equipo. El que ponía las cosas en su lugar en el centro del campo”, recuerda desde el archivo Angel Labruna. En un partido en el ’45, Labruna se perdió un gol hecho y Rossi no pudo con su genio: “¿Esa dónde la aprendiste, Angel, en la academia Pitman?”.

La memoria destila admiración. “Siempre se sintió patrón, por presencia, apostura, riqueza de manejo y don de mando –lo pintó Juvenal–. Rossi les gritaba a los mayores, exigiéndoles la entrega del balón, reprochándoles un pase equivocado, reclamándoles más ayuda en la lucha por recuperarlo, llamándolos con palabras nada suaves para que bajaran a achicarle el terreno a defender. Y no le gritaba a cualquiera. Jugaba con Pedernera, Labruna, Loustau, con todos ellos se atrevía a dar voces de mando y pegar grandes bajadas de caña en pleno partido.”

Dejó el fútbol después de jugar tres años en Huracán, cuadro del que era hincha, entre 1959 y 1961, afectado por el lumbago: el Mundial de Suecia lo había jugado con un alambre de cobre atado a la cintura para combatir el mal. Se hizo entrenador y sacó campeón a Boca en 1965, además de dirigir a la Selección, Huracán, Racing (de donde se fue cuando los dirigentes le sugirieron cómo armar el equipo), Atlanta, Ferro, All Boys, Colón, Millonarios, Elche, Granada, Cerro Porteño y, por supuesto, River, donde hizo debutar en Primera a un lateral izquierdo en un clásico de verano contra Boca. “¿Se anima a jugar?”, le preguntó Rossi. “Yo sí, hay que ver si usted se anima a ponerme”, le respondió desde la frescura de sus 19 años Daniel Alberto Passarella.

Fue entrenando a Huracán que el volante tucumano Meija, que no tenía un gran partido, cayó lesionado. El kinesiólogo no sabía si entrar al campo a atenderlo, así que le preguntó a Pipo qué hacía. La respuesta fue sarcástica: “Echale alcohol en los ojos...”. Cuando el paraguayo Quiñones pateó mal un corner, Rossi se enojó. “Es que desde la tribuna me tiraron un gato”, se excusó el puntero. “¿Un gato? Un león tendrían que haberte tirado...”

Tuvo cuatro hijos: una de ellos, Fabiola, está casada con Jorge Burruchaga. Otro, Omar Guillermo, falleció en 1987. Pipo lo había bautizado así en honor a su hermano Omar Guillermo, que había muerto 20 años antes, el mismo día (el 11 de julio) a la misma hora (las 10.30) y por la misma causa (un linfoma).

Ayer le tocó a Pipo. 155 partidos en River, con siete goles; 54 partidos en Huracán, con un gol. Diez títulos. Una catarata de elogios. Y un grito imborrable en la historia del fútbol nacional.

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Néstor Raúl “Pipo” Rossi murió ayer, a los 82 años.
 
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