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Que se caiga el que está

Por Diego Bonadeo

Por allá por la década del setenta, el actual comentarista de la televisión oficial, y a la vez relator de repeticiones, en aquellos tiempos en el viejo Canal 7 de Leandro Alem y Viamonte –todavía en blanco y negro–, bautizó con agudeza perceptiva a quienes merodeaban la posibilidad de aparecer en cámaras, esperando algún contratiempo, viaje o enfermedad de los que habitualmente “ponían la caripela”. Los llamó “aves de rapiña”. Eran los que esperaban que los cuerpos se hicieran osamentas para comer la carroña. Dichos merodeadores hasta se maquillaban a diario, a la espera de alguna ausencia que les permitiera decir en el barrio que habían aparecido en la tele.
Algo parecido ha venido pasando desde siempre, en especial si de directores técnicos de fútbol en desgracia se trata.
Son muchísimos los casos de entrenadores que, en complicidad con dirigentes, jugadores, allegados e inclusive periodistas, embozados en antesalas de despachos, esperaban el despido de colegas en desavenencias con los clubes, para ocupar el lugar, con la misma obscena hipocresía de siempre: “Conmigo no habló nadie, y yo tampoco lo haría mientras haya otro técnico a cargo del equipo”.
Pero también hay episodios casi bizarros, como aquel que varias décadas atrás se vivió en San Lorenzo, que con la dirección técnica acéfala, sus dirigentes esperaban que Colón perdiera, para contratar al “Gitano Juárez”, por entonces técnico del equipo santafesino, lo que marcaba una notoria diferencia de criterios con la tontería instalada de “los técnicos ganadores”.
Por estos días, con Tabárez esperando en Montevideo una decisión de Carlos Bianchi respecto de la oferta de Boca, para que en el caso de ser negativa, volver a hacerse cargo del subcampeón del Apertura 2002, lo que también quedaba enganchado con el resultado de Barcelona –el sábado ganó 4 a 0 a Mallorca– suponiendo que de perder los catalanes el gordito Van Gaal sería despedido y entonces Bianchi iría en su lugar, se produjo entre otras, la casi escatológica reflexión del peinador Giordano –quien investigado por presunta evasión impositiva y empleo en negro a sus trabajadores– se limitó a vociferar “Vuelve Bianchi, vamos Boca todavía...” como si sus incumplimientos tributarios pudieran quedar condonados por su dudosa parcialidad futbolística. Porque con estos personajes, militantes de la vana tilinguería, uno siempre sospecha que lo que dicen –lo que sea– lo dicen para estar a la moda. Como los afeites que difunden. Lechuzas, buitres, gavilanes a la espera de que se caiga el que está. Así estamos.

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