DIALOGOS › EL MODELO CHILENO Y LA RELACION CON AMERICA LATINA, SEGUN EL SOCIALISTA CARLOS OMINAMI

“Hemos sido los buenos alumnos pero los malos compañeros”

Es uno de los dirigentes que renovaron el socialismo chileno tras la caída de Allende. En su trayectoria mezcló lo político y lo académico. Fue ministro de Economía de Ailwyn, jefe de campaña de Lagos y ahora es senador. Aquí, derrumba algunos de los grandes mitos del modelo chileno. Y aclara que no tiene sentido intentar copiarlo.

 Por José Natanson

–¿Es exportable el modelo de desarrollo chileno?

–No

–¿Por qué?

–El modelo económico no se entiende, entre otras cosas, sin dieciséis años de dictadura. Y si la receta es tener dieciséis años de dictadura, entonces no se lo recomiendo a nadie. El de Chile fue un éxito, pero en condiciones muy particulares, con una apertura muy precoz. Chile fue el primer país latinoamericano que se abrió al mundo, y tiene ciertas características especiales. Es un país de talla intermedia, con un capital humano razonable y con algunos esfuerzos productivos que ya venían consolidándose antes de la dictadura y que fueron clave para el despegue económico. El régimen militar aprovechó esas ventajas. A nosotros nos pasa, por ejemplo, que vienen de algunos países africanos y nos dicen: nosotros hicimos lo mismo que ustedes y no funcionó. Y por supuesto, ¿cómo va a funcionar si son países completamente diferentes? Además, el tema de la geografía: Chile tiene cierta dotación de recursos, es un país muy limpio desde el punto de vista fitosanitario, casi una isla por la cordillera y el mar. Y con un Estado que razonablemente funcionaba y que el gobierno militar no desarmó. La principal empresa de Chile sigue siendo Codelco, que es estatal.

–Y que Pinochet no privatizó.

–Claro. La mantuvo pública. Y lo mismo en el tema agrario. La derecha nunca lo va a reconocer, pero Pinochet no hizo una contrarreforma agraria que tirara atrás los avances de la Democracia Cristiana antes del golpe. No restableció el latifundo. Y eso fue muy importante para el agro, las exportaciones agropecuarias, la agroindustria.

–¿La izquierda chilena es tan exitosa como suele decirse?

–Es una izquierda exitosa en el sentido de que escapó de la muerte, estaba condenada a morir y logró llegar al gobierno. Y produjo muchos avances, en materia económica, social, cultural, institucional. Pero se ha acostumbrado mucho a la administración de las cosas, perdió vocación transformadora.

–Pero si miran los índices de pobreza y crecimiento económico, Chile mejoró mucho.

–Sí. Tenemos buenos resultados en pobreza, pero malos en igualdad. En Chile, los ricos son cada vez más ricos. Eso no sería un problema. El problema es que son cada vez más poderosos: tienen poder político, económico, mediático.

–¿Se puede mejorar la situación de desigualdad sin cambiar la política económica?

–Sí. En el corto plazo hay que modificar algunos temas sensibles y delicados, pero fundamentales, como el tributario. Chile tiene una estructura tributaria en donde los ricos prácticamente no pagan impuestos. Al inicio de la Concertación se intentó cambiar esto, pero luego se lo fue dejando de lado. En 1990, cuando yo era ministro de Economía, hicimos una reforma tributaria, aumentamos los impuestos a los sectores ricos para financiar no inflacionariamente las políticas sociales.

–¿La mayor parte de lo recaudado en Chile es por vía de impuestos indirectos?

–Sí.

–Y el IVA es...

–19 por ciento

–¿Sobre todo?

–Sí. No hay excepciones.

–¿Y el Impuesto a las Ganancias?

–A las utilidades de las empresas es de 17 por ciento. Es muy bajo. Y, además, si una persona paga 17 por ciento como socia de una empresa lo puede desgravar de sus impuestos personales.

–¿Por qué no se avanzó más en este aspecto?

–Por las características de la sucesión en Chile. (Eduardo) Frei tenía menos convicción en esto que (Patricio) Ailwyn y pensaba que, así como la tarea del gobierno anterior había sido la democratización, la del suyo era la reforma del Estado. E hizo algo muy importante: la reforma de la Justicia. Pero tenía poca disposición a hacer algo distinto en materia económica. Las corrientes más neoliberales comenzaron a reagruparse y lograron frenar la reforma. Luego vino la crisis asiática de 1997, que nos afectó mucho. Y en una situación de crisis siempre es difícil tocar el tema tributario.

–¿El gobierno de Ricardo Lagos no produjo avances?

–Es que al principio le costó despegar desde el punto de vista económico, porque heredaba la situación de crisis de 1997 y 1998. El dijo que no iba a modificar los impuestos, pero que iba a hacer un gran plan para mejorar la recaudación y combatir la evasión y la elusión. Hubo incluso una contrarreforma tributaria. Y Michelle Bachelet dijo que no iba a tocar los impuestos, sino reducir las excepciones. Pero no sacaron ninguna. Yo soy senador de la Concertación, pero soy bastante crítico de la política económica.

–¿Qué otras cosas impiden que Chile supere la desigualdad?

–Un segundo tema importante es el mercado salarial y los temas de negociación colectiva. En Chile se negocia colectivamente menos del 10 por ciento de la masa salarial. No hay incentivos a formar sindicatos porque no hay negociación colectiva. La mayor parte de las empresas son pequeñas, no llegan a la talla mínima que se exige para las negociaciones colectivas. Campean las prácticas antisindicales. Es necesario hacer un esfuerzo para mejorar esto. Y hay otros temas de fondo. Nuestra estructura productiva genera desigualdad. La mayor parte de los sectores dinámicos, salvo la gran minería, generan relaciones laborales muy precarias: por ejemplo, el sector agroindustrial está apoyado en trabajadores mal pagados, sin cobertura social. Lo mismo con el sector forestal, uno de los grandes sectores exportadores, con salarios mínimos de 120 dólares.

–El modelo chileno no ha sido de políticas sociales universales, sino focalizadas. ¿Cuál es su balance?

–Si tenemos en cuenta que, cuando Pinochet dejó la presidencia, Chile tenía casi 40 por ciento de pobreza, creo que fue una buena decisión. Haberse focalizado en los sectores más pobres fue una opción correcta, aunque hoy sea insuficiente. De 38,9 por ciento en 1990 de pobreza pasamos a 13,8. Es una baja sustancial. No hay ningún otro país de América latina que haya logrado esto. La indigencia también bajó mucho, hoy se encuentra por debajo del 5 por ciento gracias a los planes sociales específicos, profundizados durante el gobierno de Lagos. ¿Qué ocurre ahora? Hay un sector de clase media empobrecida, que no llega a ser pobre, pero que tiene grandes costos y pocos beneficios. Al ser un sistema económico totalmente privatizado, este sector sufre mucho: la universidad es cara, las tarifas son caras. Y la gente ha entrado en niveles de consumo importantes, son sectores que están bajo un gran agobio económico. Este sector es el centro de una cierta desazón, incomodidad, malestar. Ven el consumo, participan de alguna forma, pero les cuesta incorporarse plenamente. La cuestión es cómo dar un salto en estos sectores medios empobrecidos.

–¿Chile está alejado de América latina?

–Es un gran tema para el gobierno de Bachelet, profundizar la integración regional. Con Lagos comenzaron a hacerse cosas. Cuando yo era ministro de Hacienda, en 1990, tuve una pelea brutal con Cavallo porque decidimos no entrar al Mercosur. No podíamos bajar nuestras tarifas para adecuarnos. Finalmente fue posible, con Lagos, hacer este arreglo de 4+1, donde Chile se constituye como miembro asociado. Tenemos acuerdos de complementación con otros países, con Venezuela, Colombia, México, que es con el que mejor funciona. Chile se ha reinsertado en América latina. Pero persiste cierta desconfianza.

–¿Y cómo percibe la mirada de América latina hacia Chile?

–Chile se ha dejado utilizar por la comunidad financiera internacional, por Estados Unidos, por los organismos de crédito, que se pasean por el mundo, particularmente por América latina, diciendo: ustedes son tontos, los chilenos son los que saben. Hemos sido los buenos alumnos del curso pero los malos compañeros. Nos jugamos mucho en eso. Nos escuchan y nos respetan mucho, pero no sé si nos quieren. El desafío es revertir esta situación.

–¿Se puede encarar una transformación de la estructura productiva, que mejore las condiciones sociales y corrija la inserción internacional de Chile, con el modelo vigente?

–Sí. Dentro del marco de la economía de mercado, pero con una estrategia de desarrollo distinta, no neoliberal, es posible.

–El politólogo Manuel Antonio Garretón suele decir que se puede administrar un Estado de bienestar con una política neoliberal, pero que lo que no se puede es crearlo. ¿Está de acuerdo?

–No. Yo creo que se puede, aunque es difícil. El gran tema que tenemos hoy por delante es la reforma del sistema de previsión social. Esto va a generar un impacto internacional. Chile era presentado como joyita de la reforma previsional por su sistema privado de capitalización individual. La vendieron en todas partes: en Argentina, en los pobres países de Europa del Este. La vendieron sin misericordia. Y ahora tenemos un sistema en el que el 50 por ciento de los trabajadores no tiene previsión. Y de los que están adentro, a una parte importante no le alcanza para la pensión mínima. Se necesita un cambio importante: se va a establecer una pensión mínima solidaria para todos y se van a mejorar las pensiones más bajas.

–Aun con la reforma, ¿el nuevo sistema sigue siendo totalmente privado o se abre una instancia de reparto, como en Argentina?

–Sigue totalmente privado. Eso no se cuestionó. Ni siquiera la Central Unica de Trabajadores. Lo que hace la reforma es crear un gran pilar solidario, pero sin cuestionar la capitalización individual. Este pilar solidario permite que aquellas personas que no tienen pensiones tengan algo. Y que aquellas que tienen pero no llegan, reciban un adicional para mejorar.

–¿Cuál es el ingreso per capita de Chile?

–Nueve mil dólares.

–¿Mucho?

–No está mal. Si en los próximos años hacemos las cosas bien, podemos dejar de ser un país subdesarrollado para ser un país casi desarrollado. Tener, por ejemplo, el ingreso que tenía España hace quince años. Pero para eso nos falta.

–Entonces, ¿qué le falta a Chile para ser un país plenamente desarrollado?

–Muchas cosas. Hay un gran libro de Aníbal Pinto, Chile, un caso de desarrollo frustrado. Su tesis era que las circunstancias históricas habían generado una clase política, un sistema político bastante desarrollado, pero con una base económica precaria. Y que fue el desencuentro entre una y otra lo que generó el golpe del ’73. Yo creo que hoy las cosas son al revés. Hemos ido generando una cierta base productiva, a la que le falta, por supuesto, porque le falta innovación, diversificación, porque está muy concentrada en recursos naturales. Pero que tiene cierto dinamismo. Hay una clase empresarial que pasó por todos los rigores de la apertura, la competencia y que hoy sale al mundo. Son empresarios que están en Brasil, en Argentina. Acá nomás está Falabella, de dueños chilenos. El problema principal es el subdesarrollo político. Tenemos un presidencialismo demasiado fuerte. Nosotros, a finales de los ’80, pensábamos que había que atenuar el presidencialismo, que venía de la historia del siglo XX y que fue agudizado por Pinochet. Pero los presidentes de la Concertación se acomodaron a eso. Era lógico que Ailwyn lo hiciera, también Frei, porque aún estaba Pinochet, con mucho poder, y había que enfrentarlo. Pero ya Lagos podría haber hecho otra cosa. Los grandes problemas de Bachelet hoy tienen que ver con eso. Se crean vacíos porque el presidente no puede ocuparse de todo. Y entonces el que se ocupa de todo es el ministro de Hacienda.

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