DISCOS › UNA CONMOVEDORA VERSION DE “LA MANO DE DIOS”

La otra biografía de Diego

Maradona debutó como cantante solista grabando, junto al autor, Ale Romero, el tema que resultó el gran éxito del final de la carrera de Rodrigo. En la versión brillan Pablo Mainetti y Colacho Brizuela.

Se oye un trueno, de esos que parten el cielo. Una fracción de segundo después, el bandoneón de Pablo Mainetti introduce una melodía melancólica, como si estuviese empezando una película. Un colchón de cuerdas refuerza el efecto cinematográfico. En ese clima, una voz chiquitita, que transmite desamparo, comienza una canción que millones de personas conocen, pero con la letra pasada a la primera persona. El que canta es Diego Armando Maradona: “En una villa nací, fue deseo de Dios/ crecer y sobrevivir/ a la humilde expresión/ enfrentar la adversidad/ con afán de ganarme a cada paso la vida./ En un potrero forjé una zurda inmortal/ y en la pobreza sedienta ambición de ganar/ de cebollita soñaba jugar un Mundial/ y consagrarme en Primera/ tal vez jugando pudiera a mi familia ayudar”. Es difícil de precisar cómo es que una canción puede emocionar, qué resortes de la psicología humana se conjugan cuando eso ocurre. Mucho más fácil es decir que esta versión de “La mano de Dios” emocionará a mucha gente.
“La mano de Dios” fue uno de los grandes temas de la historia de Rodrigo, acaso el más importante, junto a “Fue lo mejor del amor”. Pero en rigor fue escrito por Ale Romero, el hermano de su última novia, en un arranque nocturno de inspiración. La canción fue creciendo, con el paso del tiempo, en sus poderes de evocación y recuerdo. Cuando Rodrigo la grabó, y fue a mostrársela a Diego a Cuba, con las cámaras de televisión detrás, “La mano de Dios” era un buen tributo de un ídolo popular deseoso de notoriedad al jugador de fútbol que millones de argentinos amaron. Tras la muerte de Rodrigo, cada vez que se pasa o se canta, la canción también es un tributo a su figura, una especie de recordatorio de que alguna vez un género bastardeado y minimizado fue capaz de parir un artista destinado a borrar fronteras. Porque “La mano de Dios” es algo más que un hit de la bailanta: es una canción impresionante, que hubiese tenido un destino más central si hubiese sido compuesta por artistas de géneros con mejor prensa, como el rock o el pop.
La versión que canta Maradona, haciéndose intérprete de un tema que le tributa un homenaje, es conmovedora, y resignifica otra vez su contenido: su aval le da un carácter de autobiografía. La versión está incluida en un disco que Romero acaba de publicar, con bastante retraso respecto de la idea original, a beneficio del Hospital de Niños. Lejos de lo que podría suponerse, la versión es mucho menos contagiante que en la interpretación de Rodrigo. De hecho transmite tristeza. El arreglo, en que se destacan el acordeón del fabuloso Néstor Acuña y la guitarra de Colacho Brizuela, logra hacer perdurar la sensación de nostalgia y evocación de la introducción de Mainetti: esa melodía ralentada remite a madrugadas de hombres solos imaginando mujeres que no están, a trasnoches alcoholizadas de bailantas sobre piso de tierra, a patios con malvones en latas de querosén a esas horas en que ya nada queda por decir, pero la música sigue sonando.
Hay docenas de prejuicios en torno al fenómeno de la llamada música tropical argentina, cultivados tanto desde otros géneros –la famosa frase “La cumbia es una mierda”, de Cristian Aldana, de El Otro Yo– como desde esos sitios a los que un manual les indica qué es cultura y qué no. Pero tal vez llegue pronto la hora de pensar en serio qué están diciendo esos miles y miles de pibes que siguen a docenas de grupos a todas partes, gritando consignas con impronta de clase, cansados ya de esperar lo que nunca pasa. Mientras tanto, Maradona, afinando con el corazón y cantando con la ronquera de un Don Corleone a su vida de excesos y alegrías, produce un hecho artístico insoslayable. Ningún otro personaje argentino vivo, por otra parte, puede cantar en primera persona: “Sembró alegría en el pueblo/ regó de gloria este suelo”.

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