ECONOMíA › OPINION

Militantes del caos

 Por James Neilson

Por lo común, los poderosos se enfurecen con aquellos gobiernos tercermundistas que se animan a desafiarlos en nombre de alguna que otra ideología exótica, sea ésta marxista, nacionalista o clerical. En el caso de la Argentina, en cambio, el enojo que ya no intentan ocultar Hans Tietmeyer, Paul O’Neill, Anne Krueger y Horst Koehler toda vez que oyen hablar de su crisis política y económica se debe a que nadie, ni aquí ni en el exterior, tiene la menor idea de lo que se ha propuesto Eduardo Duhalde. Lejos de proclamarse dispuesto a morir por la revolución planetaria, la soberanía nacional o por Alá, jura estar plenamente en favor de todo cuanto más quieren los norteamericanos y europeos. Incluso les ha dicho que, a menos que lo ayuden un poquito, el país correrá peligro de caer en manos del populismo, advertencia que sin duda los ha dejado perplejos porque, personajes escasamente imaginativos, les cuesta concebir un mandatario más populista que el actual. Es que, desde el punto de vista de los de afuera, si Duhalde tiene una bandera ésta es la de la ineptitud principista o la parálisis que según parece considera propia del orden democrático, mientras que su táctica negociadora favorita consiste en procurar impresionarlos mostrándoles lo terrible que se ha vuelto el estado del país como consecuencia de su propia gestión.
Así las cosas, puede entenderse que la relación de la Argentina con “el mundo” haya adquirido ribetes surrealistas. Antes de desplomarse la economía local, a ningún régimen, ni siquiera al nigeriano, se le había ocurrido tomar la ineficacia por una causa digna, afirmándose resuelto a defender con heroísmo el derecho sagrado de los pueblos a crear un embrollo infernal que además de depauperarlos, transformando sus ciudades en baldíos, perjudicará a una multitud de personas e instituciones de otros países, pero el gobierno de los bonaerenses ha optado por hacer de la incapacidad de la clase política criolla para hacer frente a los problemas sociales un arma, al atribuir las penurias de la gente a la mezquindad de O’Neill y compañía.
Es una estrategia original, tan original que por lo pronto no ha producido ningún resultado concreto. Parecería que los interlocutores ricos no han comprendido que les corresponde ser buenos y enviar cajas llenas de dólares frescos porque de otro modo Duhalde y sus congéneres terminarán despedazando la ya abollada sociedad argentina, algo que están empeñados en hacer por tratarse de la única manera de convencer a los dueños del mundo de lo monstruoso que sería permitir que un país entero se destruyera.

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