ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: DESARROLLO ECONóMICO

Caminos para alcanzar el progreso

Los especialistas analizan las distintas alternativas existentes para alcanzar el desarrollo económico y formulan cuáles son sus preferencias para no sólo crecer, sino también lograr mayor inclusión social.

Producción: Tomás Lukin

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¿Competitividad o cooperación?

Por Mariano Féliz *

Las elecciones de junio marcaron el fin de la hegemonía política del kirchnerismo y el comienzo del “diálogo social”. A través de éste los sectores hegemónicos pretenden articular y canalizar sus diversas demandas a los fines de construir una transición ordenada hacia la próxima alianza dominante. En esta etapa el debate es el modelo económico y en particular la necesidad de recuperar la llamada “competitividad” de la economía. Desde el punto de vista del capital esto supone devaluar la moneda, reducir las retenciones a las exportaciones, contener las presiones salariales, sostener el superávit fiscal y mantener los subsidios a las grandes empresas. Es decir, profundizar la capacidad del país de competir internacionalmente sobre la base de la precarización. La búsqueda de competitividad como piedra de toque de las políticas económicas privilegia la ganancia empresaria y los valores del capital: la competencia como medio de desarrollo, la producción por la producción misma, los beneficios privados por sobre los intereses de la sociedad.

Desarrollarse sobre la base de promover la competitividad internacional significa que “el país” busca ganar en el mercado mundial a costa de otros países. Dentro de esta forma de desarrollo ganar es siempre “empobrecer al vecino”. La incapacidad de competir implicará la necesidad del “ajuste”: las empresas deberán reducir su personal, los trabajadores aumentar su rendimiento y postergar sus demandas de mejoras en las condiciones laborales. Todo esto so pena de mantenerse “ineficientes”, incapaces de honrar al Dios mercado. Cuando eso ocurre, fuga de capitales, despidos y suspensiones se convierten en la respuesta del capital.

En este marco el diálogo sobre las políticas públicas deja de lado un debate más de fondo. ¿Sólo nos queda ser competitivos para “desarrollarnos”? ¿No hay otras alternativas? Por el contrario, a esta modalidad de desarrollo –que expresa la economía política del capital– se opone otra estrategia, otra posibilidad: la economía política del trabajo.

Esta economía política se basa en las experiencias de organización del pueblo trabajador y sus fundamentos. A la competencia que todo lo destruye, opone la cooperación. Desde la voluntad de organizarse colectivamente en sindicatos y comisiones internas al armado de agrupaciones de base y asambleas barriales, la historia del pueblo trabajador indica que la solidaridad y cooperación es la mejor estrategia para mejorar y defender sus condiciones de vida. La organización jerárquica de la producción capitalista es cuestionada por las modalidades de autogestión obrera. Desde Fasinpat (ex Zanon) hasta las cooperativas textiles de los movimientos territoriales autónomos, todas estas experiencias dan cuenta de la “improductividad” de los patrones y dan muestras de la potencial eficacia de la autoorganización de los trabajadores. Frente a la producción por la producción misma que privilegia sólo la ganancia privada, la economía política del trabajo presenta la necesidad de producir para la satisfacción de necesidades y privilegiando la protección del medio ambiente.

Las asambleas y movimientos que participan de la Unión de Asambleas Ciudadanas y los movimientos campesinos son hoy ejemplo de la posibilidad de comenzar a pensar un mundo que respete a la tierra y construir una modalidad de desarrollo que haga uso de las riquezas naturales –sin saquearlas y destruirlas—. Por fin, la expansión sin límites de los mercados capitalistas y la propiedad privada es cuestionada por una voluntad de ampliar el espacio común y la distribución de bienes y servicios sin la mediación del dinero y los precios. En ese camino encontramos la lucha por el software libre y la producción pública de medicamentos, la creación de bachilleratos populares y la lucha por la educación y salud pública. En síntesis, la economía política de los/as trabajadores/as enfrenta a los valores del capital, los sueños y necesidades vitales del pueblo. Privilegia la solidaridad sobre el egoísmo, la unidad de los pueblos a la centralización regional del capital, el tiempo vital sobre el tiempo de trabajo abstracto, el intercambio de culturas y experiencias frente al movimiento de mercancías.

Esa economía política puede orientar otro modelo de desarrollo poscapitalista a ser construido (prefigurado) a partir de hoy mismo. Un proyecto de desarrollo que fomente los emprendimientos asociativos con financiamiento y tecnología adecuada a modalidades cooperativas de gestión. Un programa que involucre la creación de espacios de intercambio no mercantilizados, que aseguren el derecho a los medios de vida, a la salud y la educación, a la información, al esparcimiento y al tiempo libre sin las restricciones de la propiedad privada. Un plan que suponga la socialización de los medios de producción estratégicos bajo el control del pueblo a través de formas de gestión democráticas y participativas.

* Investigador del Conicet. Profesor de la UNLP. Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social.


Necesidad y posibilidad

Por Fernando López Amador * y Esteban Sánchez **

El desarrollo económico es un proceso que debe ser entendido no sólo como una dinámica de acumulación y crecimiento, sino como un proceso de expansión del sistema productivo que da fundamento y cohesión al conjunto social, definiendo el escenario donde se disputan intereses y el proyecto hacia el cual se moviliza el potencial de recursos disponibles. Convalidar una perspectiva de desa-rrollo nacional, implica repensar el lugar de un país en el proceso de acumulación a escala mundial y asumir una posición dentro de las tensiones históricas que producen, en simultáneo, la necesidad de desarrollarse y las posibilidades concretas que existen de encarar este proceso.

A nivel latinoamericano, la necesidad de reconstruir una mirada de la inserción en el mundo se manifiesta en la cristalización de varios procesos. Así es como la caída de los mitos del Consenso de Washington y el arribo de la actual crisis internacional, en medio de un contexto de mayor integración regional políticoeconómica, confluyen con la sedimentación de la experiencia histórica de una sociedad que atravesó las catástrofes del experimento neoliberal y hoy, pone al menos en cuestión, lo que durante décadas de pensamiento único, se había conformado en el sentido común de lo que significaba “integrarse al mundo”. En este escenario, es que cobra sentido la recuperación de algunos debates centrales sobre qué es el desarrollo, cómo se debe encarar tal proceso, quiénes deben conducirlo y de dónde deben provenir los recursos para financiarlo.

En Argentina, hasta la irrupción de la dictadura militar en 1976, estos interrogantes habían sido importantes a la hora de pensar el desarrollo económico. A partir de allí, su paulatino abandono no estuvo en función de haber hallado respuestas. Más bien pareciera, resultado de un repliegue de visiones –cristalizadas en políticas económicas– que no lograron conjurar las mutaciones estructurales producidas desde mediados de los setenta a la fecha.

El quiebre que significó el arribo de la dictadura en la economía argentina, y la consumación del proceso de desindustrialización en los noventa, tuvo su correlato en el progresivo vaciamiento teórico de la disciplina económica que avanzó principalmente, en tres sentidos fundamentales: renuncia a estrategias de largo plazo, proliferación de análisis especializados en dinámicas sectoriales sin mirada de conjunto y desplazamiento del estado por el mercado en las decisiones económicas. El retroceso se manifiesta abiertamente cuando el Estado cede importantes márgenes de maniobra y restringe su accionar a estabilizar las variables macroeconómicas, producto de los desajustes del cambio estructural.

En la actualidad, medidas como la estatización de los recursos de las AFJP, las retenciones al sector exportador, la reactivación de discusiones salariales, el impulso de una nueva ley de medios audiovisuales, el apuntalamiento de la integración regional en pos de consolidar los procesos políticos latinoamericanos, se mezclan con la generación de excedentes financieros, desestabilización del orden hegemónico y otros elementos que sumados, se hallan mas cerca de dar cuenta de las tensiones estructurales de un sistema en crisis, que de expresar una direccionalidad portada en la voluntad política de un gobierno. Así, vista la crisis desde su costado de oportunidad, y trascendiendo el debate binario acerca de la sustentabilidad o no del actual “modelo productivo”; resulta entonces, imprescindible volver a interpelar la matriz productiva, la inserción internacional y los grandes tópicos del desarrollo económico desde la articulación de estrategias de largo plazo donde el Estado recupere protagonismo. De otro modo, circunscribir la problemática a la sustentabilidad o no del actual crecimiento, conduce a ver la situación en términos de “el vaso medio lleno o el vaso medio vacío” metáfora que implica una renuncia a recuperar la unidad y centralidad de los grandes temas que hacen a la economía política; el proceso de acumulación, el lugar en la división internacional del trabajo, el papel del mercado interno, la competitividad de la industria, el rol de los sectores estratégicos.

Nuevamente, reforzar la comprensión de los procesos económicos que como sociedad hemos atravesado, y su vinculación con los rumbos de la coyuntura mundial, contribuyen a dimensionar la urgencia de retomar el enfoque planteado, y ponderar desde allí las presencias y ausencias de políticas que robustecerían este proceso. La problemática sitúa a nuestro país de cara a su principal disyuntiva, asumir las circunstancias conduce inexorablemente a la necesidad de retomar el debate del desarrollo económico. No asumirlas, conduce a la reproducción de la más cruda especificidad en tanto economía subdesarrollada, fundada, mas allá de las innovaciones, en la explotación de recursos naturales, a lo que hoy se le suma un enclave industrial exportador con bajo contenido tecnológico y escasa relación con el mercado interno.

* Lic. en Economía Política UNGS.

** Miembro de Ecopolistas.

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