ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Duhalde lleva al dólar

 Por Julio Nudler

A esta altura de la soirée, a la Argentina sólo va quedándole la posibilidad de elegir entre la híper y la dolarización. Aquélla implica profundizar el caos en lo inmediato, pero con el rédito de arrasar de paso con los escombros de la convertibilidad y empezar después otra historia, tras haber arruinado una vez más a los más débiles y licuado las deudas de empresas que no se merecen ese favor. Sin embargo, si once años atrás se salió de la híper mediante el arbitrio del bimonetarismo, con tipo de cambio fijo y libre tránsito entre el peso y el dólar, esta vez no podría repetirse la experiencia, aunque más no sea porque lleva impreso el sello del fracaso.
La imagen de las inmensas colas en busca de dólares inclina la balanza en contra de la pesificación. ¿Cómo imponerles el peso a los argentinos, si lo que quieren las clases medias es huir de él? El corralito mantiene reprimida desde hace dos meses esa tendencia irreversible a dolarizar (en verdaderos dólares, y no en argendólares) ahorros y capitales líquidos (los llamados portfolios), y en algún momento habrá que levantar la restricción. Mientras tanto, el país agoniza sin moneda. Como un sarcasmo, las pizarras bancarias ofrecen a quien quiera colocar sus ahorros en un plazo fijo en pesos una tasa del 5 por ciento anual. Todos parten de una premisa obvia: que a nadie se le va a ocurrir guardar valor en pesos. ¿Con qué argumento podría el Gobierno modificar esa actitud?
Mientras esto sea así, cualquier inyección de liquidez volcará presión sobre el dólar libre, y no es posible vivir indefinidamente en la iliquidez para evitarlo. Por uno u otro camino, sucederá lo que se pretende impedir. Tarde o temprano, el Banco Central tendrá que emitir para solventar el gasto público frente al derrumbe de la recaudación impositiva y para sostener a los bancos ante el ininterrumpido drenaje del corralito. El mayor esfuerzo de Economía y el BCRA está volcado desde hace un mes a inventar la manera de zafar de la parálisis económica a pesar del corralito, y de que el dólar libre no rompa definitivamente el relativo sosiego de los precios minoristas.
Por ahora, el único dato alentador es la relativa calma del costo de vida, pero puede tratarse de un éxito pasajero: si el real brasileño se devaluó 50 por ciento en tres años, el peso se depreció otro tanto en apenas un mes. Hasta hoy, la fuga del dinero se refleja mucho más en el precio del dólar que en el de los bienes de consumo. La razón es obvia: el dólar billete es el único refugio disponible. ¿Cuál es la perspectiva de que esta situación se modifique?: ninguna mientras no se recomponga la demanda monetaria (es decir, la disposición a mantener saldos líquidos) y no se restablezca la confianza en el sistema bancario. Hasta el momento, el actual equipo económico no logró avanzar ni un solo paso en esa dirección. Y es probable que haya errado el camino al intentar una solución gradual para el corralito y la resurrección del peso como moneda de los argentinos.
La cara de Eduardo Duhalde no parece compatible con las de San Martín o Belgrano. Como clásico representante de una dirigencia política completamente desprestigiada, Duhalde no puede regenerar la confianza -que casi siempre fue escasa– en el peso. La gente no le cree al presidente ni a su entorno, y busca amparo en el dólar, cuyo valor no depende de estos políticos. Así, la circulación monetaria, que, medida en dólares libres, rondaba en los 15 mil millones, bajó a 10 mil con la huida, y hoy con la devaluación es ya de sólo 5 mil millones. ¿Cuánto faltará para que retorne a su nivel de principios de 1990: apenas mil millones? El proceso multiplicador de esa década, impulsado por las privatizaciones y la expansión del crédito, concluye ahora en esta vertiginosa desmultiplicación, con salida de capitales, ausencia absoluta de crédito y horror a los bancos. Como souvenir ha dejado una deuda aplastante. Decidida la desdolarización y devaluado el peso, el escenario parece preparado para la tercera D: la dolarización, con deudas y salarios licuados. Aunque no sea la vía elegida por Duhalde ni por Jorge Remes Lenicov, en cualquier momento puede quedarles claro que dolarizar es la única manera de ordenar el desbarajuste en el corto plazo. Difícilmente le importe a un político que la dolarización sea una muy mala decisión estratégica para el país. ¿Quién va a preocuparse hoy por el largo plazo? Adoptar el dólar será tener una moneda para gastar y para guardar, llenando el vacío actual. Pero ni siquiera en ese caso quedará satisfecha la otra gran necesidad: contar con un sistema bancario en el que el público confíe. Al menos podrían crearse, paulatinamente, instrumentos de crédito desintermediados, como las aceptaciones, para recrear la financiación.
A todo esto, el pronunciamiento de la Corte pretende colocar al Ejecutivo ante la opción de dejar que quiebren los bancos, o impedirlo a través de la emisión de moneda, con la consiguiente trepada del dólar. La estación final de ese camino es la dolarización y el probable dominio de la banca extranjera sobre todo el circuito. No es muy diferente la disyuntiva planteada por el Fondo Monetario, con el país arrojándose sin red a la flotación cambiaria para que el mercado diga cuál es el precio de equilibrio del dólar, si es que ese precio existe en las actuales condiciones de pánico.
Por culpa de éstas, la Argentina no puede aprovechar la competitividad ganada con este tipo de cambio. El amplio superávit comercial, logrado depresión mediante, sirve de poco frente a la fuga de capitales. Ante la desconfianza absoluta, Economía no puede dar un paso si el FMI no la respalda con un fajo de dólares, que en realidad se sumarán a la deuda pública. Pero el Fondo propone la secuencia opuesta, dejando todo en la indefinición, ya que Remes no se atreve a salir a navegar sin llevar un ancla en el bote. Quizá lo consuele la esperanza de que los argentinos tengan que empezar en algún momento a desatesorar dólares para sostener sus gastos, pero también aquí hay una mala noticia: a medida que se devalúa el peso, les hará falta vender menos billetes para pagar las mismas facturas. Son las ventajas de convertirse, ruina mediante, en una república barata.

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