ECONOMíA › PANORAMA ECONÓMICO

El misil o el lápiz

 Por Julio Nudler

Con un gasto militar de 42 millones de dólares por hora, que es tanto como lo que gastan en conjunto los quince países que le siguen en poderío, Estados Unidos no puede sufrir ninguna amenaza a su supremacía bélica. Esta crece día a día. Sin embargo, no es seguro que esté tan bien preparado económicamente para la estrategia de guerra total y permanente conflicto que alientan los halcones que ascendieron al poder con George W. Bush. La capacidad económica está mucho más repartida en el mundo que la bélica. Así como cuando gobernaba Bush padre se pronosticaba que en algunos años más Japón y los tigres asiáticos desplazarían a EE.UU. del liderazgo económico mundial, lo cual quedó desmentido por lo que sucedió en los ‘90, hoy hay quienes observan la vertiginosa expansión china y la contrastan con el estancamiento de las economías a ambas orillas del Atlántico Norte. ¿Volverán a equivocarse, o los presagios fúnebres para la hegemonía económica estadounidense se confirmarán esta vez? Lo que al menos puede verse es que la gestión de Bush hijo es tan poco feliz como la del padre en la materia. Y se sospecha que la enorme carga que deberá soportar el ciudadano norteamericano cuando empiecen a llegarle, por una u otra vía (impuestos, tasas de interés), las facturas de la guerra agravará todos los problemas que viene soportando esa economía. Pero ya hoy, si la coyuntura global pinta tan anémica es porque Estados Unidos no está funcionando como locomotora.
William Nordhaus, un economista de la Universidad de Yale, ex asesor de James Carter, fue quien en octubre agitó el ambiente con un trabajo de 42 páginas que tituló “Las consecuencias económicas de una guerra con Irak”, tema casi obviado hasta entonces. Partió de la tesis de que siempre se subestiman (interesadamente) los costos de las guerras. La de Vietnam, por ejemplo, le costó a EE.UU. diez veces lo calculado por el Pentágono. Y aunque estos cálculos son muy difíciles de hacer porque incluyen demasiadas variables, Nordhaus adujo, parafraseando a Keynes, que es mejor estar vagamente en lo cierto que equivocado con toda precisión.
El hombre de Yale arribó a dos conclusiones principales. Una es que el costo de la guerra (sólo computó el de Estados Unidos) podrá variar entre un mínimo de 121 mil millones de dólares (si el conflicto es breve y favorable) y un máximo de 1,595 billones de dólares (guerra larga y adversa). La otra conclusión es que el gasto militar directo representará en el primer caso un 41 por ciento del total, y, en el segundo, apenas un 9 por ciento. Es decir que la guerra en sí misma será lo de menos. Más caro será ocupar el país, mantener la paz interior, reconstruir lo destruido, etc. Lo más razonable, en todo caso, sería esperar que el costo definitivo se sitúe entre los dos extremos mencionados.
Otros, como el historiador Paul Kennedy, creen que el costo podrá superar los dos billones, contando con que la guerra hundirá a la hoy trastabillante economía mundial en la depresión. En un reciente debate, el estratega Paul Solman precisó que ninguno de esos cálculos computan el costo en vidas humanas, a las que sí suele adjudicárseles un valor pecuniario en los fallos judiciales sobre seguros. Nordhaus omitió deliberadamente ese cálculo. Tal vez porque, como recordó Solman, “un economista es alguien que conoce el precio de todo y el valor de nada”. Nordhaus, picado, replicó que para él “economista es ese bribón que te dice cómo son realmente las cosas y no cómo te gustaría que fuesen”. Solman sentenció entonces que ése era “un pensamiento grave para un grave momento en la historia de Estados Unidos”.
Aprovechando el tiempo para pensar mientras se demora el comienzo de la película, hay quienes se preguntan si EE.UU. puede expandir su aparato militar, librar guerras, reconstruir los países que ataca, y todo eso mientras elimina impuestos a los ricos (pieza central de la políticaeconómica republicana), multiplica su déficit fiscal (que va camino de equivaler al 4 por ciento de su PBI) y ve caer el dólar, todo eso manteniendo la promesa de relanzar la economía. Por no mencionar que la seguridad social y los planes de salud están en rojo, y que ni la guerra ni el corte de impuestos figuran por ahora en el presupuesto federal. ¿Son “sustentables” los planes de Bush, por usar un término caro a los economistas norteamericanos?
El presidente parece más interesado en llevar a la práctica esquemas de dominación global como el que quedó definido en 1992 en un documento de 46 páginas del actual subsecretario de Defensa, el ultra Paul Wolfowitz. En su momento, el llamado Wolfowitz Memorandum fue obtenido y publicado por The New York Times. Allí se plantea como un objetivo primordial evitar a toda costa el surgimiento de otra superpotencia que reemplace a la URSS, de establecer un nuevo orden mundial bajo exclusivo dominio estadounidense y hasta considerar el uso preventivo de armas nucleares, biológicas y químicas. En 1997, Wolfowitz fundó una usina de ideas llamada Proyecto para el Nuevo Siglo (Norte)Americano, en la que se le sumaron, entre otros, Donald Rumsfeld, hoy jefe del Pentágono, y Dick Cheney, hoy vicepresidente. En septiembre de 2000 elaboraron un documento que planteaba el control sobre el Golfo Pérsico, objetivo para el cual la expulsión de Saddam Hussein serviría de adecuada excusa. Ese texto fue publicado por el Sunday Herald, de Australia.
Ahora bien; como la economía mundial se caracteriza por la interdependencia, especialmente entre los países capitalistas más avanzados, que concentran el grueso del comercio internacional y de los flujos financieros, las soluciones a los problemas de cada economía son necesariamente multilaterales. Para eso hay establecidos múltiples canales de negociación (tipo Organización Mundial del Comercio) o coordinación (como el Banco de Acuerdos Internacionales, de Basilea). El unilateralismo, que caracterizó al régimen de Bush aun antes del 11 de septiembre del 2001, no es funcional al sistema. A Washington puede resultarle en el plano militar, en el que hasta cierto punto puede prescindir de aliados, pero no en el económico. Baste un ejemplo: sin el masivo ingreso de capitales del que gozó EE.UU. en las últimas décadas, su economía debería realizar un formidable ajuste, con el consiguiente descenso en el standard de vida de los norteamericanos. Estos perderían el privilegio de vivir siempre en rojo, financiados por el resto del mundo. Sería como la maldición de Saddam y Bin Laden.

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