ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

¿Otra vez deflación?

 Por Julio Nudler

No serán muchos en proporción, pero durante abril 7364 hogares del Gran Buenos Aires (Capital más conurbano) zafaron de la indigencia, cruzando de abajo arriba la línea que los separaba de la mera pobreza. En marzo, indigentes eran el 17,4 por ciento de todos los hogares. En abril la proporción descendió a 17,2. Ello ocurrió en virtud de que la Canasta Básica de Alimentos, que es un subconjunto de la cesta del Indice de Precios al Consumidor y que traza el linde, se abarató 1,2 por ciento. En cuanto al IPC mismo, ya se sabe que subió un décimo de punto, pero si en mayo no variasen en promedio los precios minoristas, ese indicador descendería 3 décimas, por efecto arrastre. Es probable así que vuelva a mermar el número de indigentes, y también el de pobres. ¿Todo gracias a quién? ¡A la deflación! No es la obra de ningún gobernante de izquierdas o populista sino de una economía que un año atrás sufrió un inaudito sobreajuste y a la que ahora le falta demanda de bienes de consumo y de inversión, y –al menos por el momento– le sobran dólares.
Entre jueves y viernes, el Banco Central compró u$s 270 millones para sostener el dólar, lo que implica haber emitido en dos días unos 740 millones de pesos. Es su manera –la única que por ahora tiene– de luchar contra la deflación (el índice mayorista bajó 1,9 por ciento en abril), pero sin poder asegurar que conseguirá neutralizarla porque fallan las correas de transmisión: la creación de pesos no derrama fácilmente hacia más consumo e inversión, ni genera estímulos vía expansión del crédito, porque en ese circuito se interpone un sistema bancario que se resiste a prestar. Diríase que los banqueros se comportan como piqueteros que cortan las rutas naturales de la liquidez, y posiblemente sigan haciéndolo hasta que el gobierno (el próximo, se entiende) les entregue las compensaciones que reclaman.
Mientras el Central prepara sus herramientas de inflation targeting –el muñequeo discrecional de la política monetaria para lograr cierta meta prestablecida de inflación, que en lo posible coincida con las expectativas generales–, se yergue la amenaza de una nueva deflación, reeditando el agónico proceso que el país vivió bajo la Alianza. A mediados de 2002, cuando ya se habían hecho trizas el peso, los salarios y las importaciones, la economía tocó fondo y pudo empezar una muy lenta recuperación con el impulso de dos motores: la sustitución con producción local de parte de lo que venía de afuera y el agotamiento paulatino de la fuga de capitales. El consiguiente aquietamiento del dólar y, por ende, de los precios internos aportó el bálsamo faltante para disolver la exasperación de los meses anteriores.
El insólito superávit comercial externo empezó a provocar en octubre una gradual revaluación del peso, que se acentuó desde marzo. Con ella fueron dándose las condiciones para un repliegue de los precios internos, empujado además por una demanda interna incapaz de reaccionar. La crisis se había saldado con una contracción económica general, a la que se sobreimprimió una violenta redistribución regresiva del ingreso. Si este nuevo patrón distributivo se consolida, tornándose en un dato estructural del sistema, la reducción del mercado interno no podrá remediarse y la deflación, como recurso de una oferta sobredimensionada, sobrevolará el escenario. ¿El “capitalismo progresista” del que habla Néstor Kirchner contendrá alguna fórmula eficaz contra la desigualdad extrema? ¿Un salariazo tal vez?
Bueno es preguntarse por qué si la inflación tejió pobreza y la deflación puede en alguna medida destejerla no se acepta la baja promedio de los precios como un medio de restablecer un poco de justicia social y entonar la actividad. En la conducción económica dicen que eso es “pan para hoy y hambre para mañana”. Los argumentos contra la deflación sonconocidos: que eleva las tasas de interés en términos reales, que mina la rentabilidad futura de los proyectos de inversión, que induce a postergar consumos y que engendra una crisis fiscal a mediano plazo porque el Estado, que tiene gastos fijos, recauda cada vez menos. Por ende, ¡a luchar contra la deflación! La cuestión es cómo.
En principio, hay razones buenas y malas para creer que en los próximos meses podrán conjurarse los asomos depresivo-deflacionarios, y amainará por ejemplo la guerra de descuentos en los supermercados. Las ventas en estas cadenas siguen cayendo, pero más despacio. En servicios como el transporte, tanto de pasajeros como de carga, hay mucho más movimiento. Las importaciones crecieron 21 por ciento en el primer trimestre y 56 por ciento en marzo. Etcétera. Los signos de reactivación van extendiéndose, sugiriendo que habrá más demanda de dólares y presiones alcistas sobre algunos precios al menos. A ello podrá agregarse, pasado el ballottage, un aumento de tarifas públicas.
Por el lado malo, también puede ocurrir que la incógnita Kirchner dé sus primeros pasos en falso, o que entre el FMI y los capitales especulativos le generen al austral una crisis de confianza, que dé por concluida la luna de miel. En cualquier caso, se advierte en los últimos tiempos un creciente entusiasmo de algunos financistas respecto de la
Argentina, más allá de la persistencia del default, quizá por los alucinantes beneficios en dólares que obtuvieron quienes confiaron en que no estallaría un caos político y capturaron así altas tasas nominales en pesos, mientras éste paralelamente se apreciaba contra el dólar, e incluso contra el euro.
Burbujas como ésta, con su correlato de euforia especulativa, pueden deshacerse vertiginosamente. Por eso se oye decir en el BCRA que los únicos dólares buenos son los leales, y ésos los dan las exportaciones y la inversión externa directa. Pero con liberalización cambiaria y tasas de interés que el Central no controla (baja las de sus letras, pero los plazos fijos de los bancos ofrecen rendimientos mayores), son los dueños del capital quienes deciden en última instancia. Afortunadamente, habiendo sido abolida la convertibilidad y el tipo de cambio fijo, el Estado nacional ya no le extiende a los especuladores un seguro cambiario gratuito.
Falta saber, a todo esto, de qué signo será en los próximos meses la migración a través de la frontera entre indigencia y pobreza, y entre ésta y el básico bienestar. Dólar, precios y salarios serán como las luces del semáforo.

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