ECONOMíA

Una de dos: desarrollo o democracia

Para Mario Teijeiro, un economista representativo del liberalismo vernáculo, la derrota de López Murphy confirma lo que ya se sabía: que no se puede alcanzar el crecimiento económico por medios democráticos.

 Por Julio Nudler

El fracaso de Ricardo López Murphy en las elecciones del 27 de abril sería algo más que un mero tropiezo comicial. Simbolizaría la imposibilidad de “compatibilizar un capitalismo competitivo y exitoso con la democracia”, para usar palabras de Mario Teijeiro, conocido abogado y economista argentino, muy reputado sobre todo en cuestiones fiscales, al punto de haber sido invitado por los elaboradores del Plan Fénix para expresar el punto de vista “liberal” en la materia. Teijeiro, presidente del Centro de Estudios Públicos y ex consultor del Fondo Monetario, señala que el más notable caso de país emergente que consiguió crecer en democracia es Chile, pero “luego de 17 años de un gobierno autocrático como el de Pinochet”. La Argentina, por el contrario, se dispondría a insistir en el fracaso, porque “con el probable triunfo de Kirchner vuelve el viejo modelo de redistribuir y vivir con los nuestro”, escribe Teijeiro para la ultraliberal Fundación Atlas. “Quedará ahora López Murphy -concluye– como la esperanza, postergada hasta el 2007, para transformar una democracia mafiosa en un estado de derecho y un capitalismo corporativo en un capitalismo competitivo”. Sin embargo, y por lo que el propio Teijeiro sostiene, y se desarrolla más abajo, no habría demasiadas razones para esperar que ideas como las de López Murphy se impongan en las urnas, de modo que, implícitamente, parece sugerirse la necesidad de implantar alguna forma de dictadura o democracia “limitada”. Esta sería una condición necesaria, pero por desgracia no suficiente, como la Argentina sabe de sobra, para lograr un capitalismo exitoso.
“El mundo tiene muchos ejemplos de países emergentes en donde el éxito económico –apunta Teijeiro– está (todavía) apoyado en regímenes políticos autocráticos o democracias limitadas: Singapur, Hong Kong, Corea, Taiwán y ahora la China Continental son los ejemplos más notorios.” En la vereda opuesta se encuentran las “democracias participativas que persiguen fundamentalmente objetivos distribucionistas”, para lo cual “atentan contra los derechos de propiedad, ahuyentan al capital y fracasan estrepitosamente”. ¿Quieren un ejemplo?: la presidencia de Alfonsín.
Muchos creen, por tanto, que los regímenes autocráticos pueden enfrentar mejor la presión del distribucionismo en países subdesarrollados con una alta proporción de población pobre. En este sentido, la Argentina, que hoy tiene muchos más pobres que nunca, estaría más necesitada que antes de un régimen duro. El gran defecto de los gobiernos democráticos apoyados por mayorías populares es que son muy propensos a “ejecutar mandatos distributivos, violando en el camino los derechos de propiedad y la confianza de los inversores”. En una palabra: “Las democracias populares terminan destruyendo el imperio de la ley (que garantiza los derechos de propiedad).” Parece que son los regímenes ilegales y/o ilegítimos los mejores guardianes del imperio de la ley, reducida ésta a los derechos de propiedad, únicos que serían funcionales al desarrollo capitalista.
Teijeiro es consciente de una objeción obvia a su descripción: el hecho de que en los países capitalistas desarrollados existen sistemas democráticos. Pero él replica, con cierta endeblez histórica, que esas naciones “se movieron a regímenes democráticos participativos sólo después de que el imperio de la ley (que protegía los derechos de propiedad esenciales para una economía capitalista) estuvo asentado”. El problema de los países emergentes es que el voto universal llegó antes de que se hubiese establecido culturalmente el respecto por los derechos de propiedad y por el libre funcionamiento de los mercados.
¿Qué tienen de malo las elecciones? Que en ellas se pone todo a discusión y “los derechos adquiridos de las minorías quedan sujetos al arbitrio de las mayorías electorales... El populismo manda. Ningún instrumento le está vedado para alcanzar sus objetivos distribucionistas.”Zimbawe bajo el gobierno de Mugabe y Chávez en Venezuela son ejemplos contemporáneos extremos de esa incontinencia. Pero el propio gobierno de Duhalde –según Teijeiro– fue en 2002 un muestrario de “prácticas expropiatorias”, propias del “anticapitalismo de las democracias populares”.
Es muy difícil, por no decir imposible, hallar un caso de país emergente (subdesarrollado, periférico o como se lo llame) que haya transitado hacia un capitalismo competitivo dentro de un régimen democrático con participación universal. De todas formas, y como se advirtió arriba, “el orden interno es necesario pero nunca suficiente para el crecimiento económico sostenido”, como ilustran las dictaduras militares argentinas, “que en todo caso fueron capaces de imponer orden”.
Teijeiro le reconoce al Menem de 1989 la virtud de haber podido reorientar el peronismo, “quintaesencia del populismo”, hacia los principios de una economía capitalista. Intentó así “congeniar los intereses de las masas populares con los principios de una economía capitalista”. No había antecedentes de algo semejante, pero, conceptualmente, era “una utopía válida”.
Pero Menem, según Teijeiro, con las privatizaciones “creó monopolios artificiales para maximizar los ingresos del Estado y de los gestores. En lugar de usar el producido de su venta para repagar la deuda pública, aumentó los sueldos de los empleados públicos. Intentó conciliar el capitalismo con el distribucionismo populista a favor de sus clientelas políticas. El resultado fue un capitalismo prebendario... El colapso era inevitable.” Aunque en algunos aspectos esta descripción que Teijeiro hace del menemismo resulta irreconocible (¿distribucionismo populista?), lo que importa es la conclusión que extrae: “El fracaso de Menem fue un traspié importante en el camino hacia la conciliación del capitalismo con la democracia.”
Así, lo responsabiliza de la “confusión en la que dejó a gran parte del electorado, que ahora identifica al capitalismo como un sistema intrínsecamente corrupto y socialmente excluyente”. Consecuencia de ello son los votos que el 27 de abril captaron “candidatos de ideologías distribucionistas e intervencionistas” (alusión a Kirchner, Carrió, Rodríguez Saá, Moreau, Bravo y otros). La conclusión a extraer es que en la Argentina se ha vuelto aún más difícil de lo que naturalmente es superar el fracaso económico sin abandonar la democracia. Esta es la visión de un claro vocero del liberalismo, que sólo se distingue por su franqueza para exponerla.
Teijeiro afirma que con la probable consagración de Kirchner se impondrá “una visión arcaica y equivocada”. No obstante, le pronostica un par de años de “éxitos” por el oxígeno inicial que le dará el rebote de la actividad económica, “pero no podrá evitar decisiones difíciles para un gobierno ‘progresista’, como el acuerdo con los acreedores externos, el reajuste de las tarifas públicas y las compensaciones a los bancos”. Más allá de estos asuntos concretos, en los que se privilegia a quienes detentan la propiedad de algo (bonistas, privatizadas, banqueros), el impedimento fundamental de Kirchner, según Teijeiro, reside en “su adhesión a ideas y políticas distribucionistas y proteccionistas”. Debería desembarazarse de ese lastre. Es decir, no hacer lo que prometió en su campaña.

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