ECONOMíA › PáGINA/12 RECORRIó DOS YERBATALES DONDE LA EXPLOTACIóN LABORAL ES PARTE DEL PAISAJE

Viaje a la profundidad de la selva misionera

El Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (Renatea) denunció penalmente el año pasado 746 casos de trata de personas con fines de explotación laboral en el sector rural. Cómo viven las víctimas de ese infierno.

 Por Sebastián Premici

El Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (Renatea) denunció penalmente el año pasado 746 casos de trata de personas con fines de explotación laboral en el sector rural. A su vez, los menores de edad rescatados en situación de vulnerabilidad fueron 50. Es la historia repetida de trabajadores golondrina, peones de la Pampa Húmeda, u obreros de la yerba misionera. Página/12 viajó la semana pasada a Misiones para recorrer dos yerbatales de empresarios de esa provincia y ofrecer los testimonios de las víctimas de la trata y la precariedad laboral.

Los caminos pedregosos, empinados o en bajada, de tierra roja y densa por la lluvia de los días previos dan paso a los distintos yerbatales de Misiones. Algunos ofrecen tranqueras, otros solamente pueden ser hallados por quien conozca bien los vericuetos entre las malezas y los montes. Los campamentos en un yerbatal de 130 hectáreas pueden multiplicarse por cuatro. Los empresarios tienen la costumbre de mover a los tareferos según sus necesidades o urgencias frente a una inminente inspección. Pero hay algo que resulta invariable: la precariedad en la que viven, en carpas improvisadas de lona, colchones al ras del suelo, sin agua potable para beber, sin un lugar higiénico para guardar la comida. Conviven con sus hijos, hijas o bebés. Los pañales desperdigados por cada uno de los campamentos son un testimonio de esa vulnerabilidad. Aunque de a poco, algunos tareferos comenzaron a romper, de la mano del Estado, ese cerco de silencio que los dominó por generaciones.

Trata por tres

“Para dormir teníamos camas de tacuara cortada y el colchón arriba, dormíamos a diez centímetros sobre la tierra. Teníamos que tener cuidado de las arañas, víboras. Nunca tuvimos una casa, un galpón grande. A mí me sorprendió una señora con una nenita descalza yendo a tarefear en pleno mediodía. Yo tengo mi hija que a veces la reto porque no querés que le agarre un asoleo. La criatura esa estaba en el yerbatal pasando hambre. La que paga es la criatura.” El testimonio corresponde a David, un tarefero que conversó con Página/12, cuya real identidad será preservada.

El denunció ante el Renatea al secadero Establecimiento Alto Verde, de Gamarra Hermanos SRL, cuyo titular es Francisco Antonio Gamarra. El organismo formuló la denuncia penal por trata laboral ante el Juzgado Federal de Primera Instancia de El Dorado, Misiones.

Para acceder a este yerbatal hay que tomar el Camino Vecinal, a tres kilómetros de la Avenida República Argentina y la ruta provincial 19, en la localidad de Wanda. Gamarra es un reincidente. Ya acumula tres denuncias penales, una por trabajo infantil y dos por trata laboral.

“Teníamos que laburar forzado, unas diez u once horas. Desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. ¿Has visto cómo se saca la yerba sobre la espalda? Tenés que sacar 100 kilos y caminás doscientos o trescientos metros hasta el camión, no tenemos carrito, hacemos todo con la mano. No hay un respeto al trabajador. Lo único que quieren es llenarse los bolsillos. Ahora nadie me quiere dar laburo porque saben que voy a denunciar”, narró a este diario David.

La otra modalidad que se repite es la manera que tienen los tareferos de acceder a la comida, o las provisiones necesarias para vivir. Deben comprar exclusivamente en la despensa que es manejada por el mismo dueño del secadero. Es el modelo inspirado en La Forestal, empresa que les pagaba a sus trabajadores con papelitos que sólo servían en las despensas de la propia empresa.

“Gamarra tiene un establecimientos en Esperanza, tiene su secadero, depósitos, tiene inclusive la cantina, que es como su propio mercado.

¿Les pagaban poco? –preguntó este diario a David.

–Un litro de leche nos salía 70 pesos, un kilo de carne, 65 pesos. Pero no te mandaban un kilo de carne, te daban un pedazo de hueso de 800 gramos y 200 gramos de carne. Es la realidad, chupar hueso. Para que te salga redondeado tenés que acampar entre 7 u 8 personas. Pero hay familias enteras trabajando, con dos o tres chiquitos. Laburan sólo para comer. Encima Gamarra quiere ser intendente en Puerto Esperanza, pueden verse todos los carteles en los camiones”, agregó David.

Los secaderos les proveen la yerba a los molinos, que pertenecen a las grandes marcas, y de ahí sale fraccionada hacia los comercios, almacenes, supermercados. En la provincia existen aproximadamente 15.000 tareferos y 500 contratistas. Algunos trabajadores saben de la existencia de una nueva Ley del Peón Rural, pero pocos se atreven a hacerla valer. Aunque los más jóvenes van perdiendo el miedo a costa de saber que en su próxima tarefa terminen de la misma manera. Gamarra fue denunciado una vez en 2014 y en dos oportunidades en lo que va de este año. El trato inhumano no varió.

Nómades

En la localidad de San Vicente, sobre la ruta provincial 219, está el secadero del empresario Ignacio Kleñuk. Son aproximadamente 130 hectáreas, que según sus trabajadores produce un millón de kilos de yerba. La facturación anual del yerbatal ronda los 4 millones de pesos. Kleñuk tiene varios campos, además de su “despensa”. Página/12 recorrió parte del establecimiento. Algunos campamentos estaban a la vista desde la ruta, en otros había que caminar entre las líneas de las plantaciones. Los distintos campamentos abandonados dan cuenta de que los tareferos son nómades dentro de su vulnerabilidad. Los capataces los mueven según la zona donde estén tarefeando o son relocalizados luego de haber escapado del campamento anterior.

Nelson trabaja de lunes a viernes, lo que le dé el cuerpo, según relata. Trajo del pueblo Las Quintas su colchón y herramientas. Antes de llegar al yerbatal tuvo que pasar por el supermercado San José, propiedad de Kleñuk. Está con su hermano, José. Una sola vez en su vida trabajó en blanco. Página/12 se los cruzó mientras estaban yendo a una de las carpas, antes ocupada por otra cuadrilla. Los pañales y biberones desperdigados sobre la tierra húmeda atestiguaban la presencia de bebés con sus madres.

–¿Dónde toman agua? –les preguntó este diario.

–Ahí, a cien metros, en la vertiente –respondió Batista.

Los cien metros fueron trescientos, había que descender por un camino algo rocoso, algunas mangueras tiradas en el suelo presuponían que al menos tendrían una bomba para extraer el agua. La vertiente era nada más que un reducido espacio, algo más grande que una zanja. Ahí saciaban su sed, se bañaban y tomaban el agua para cocinar.

Llegaron ahí con la promesa de recibir 450 pesos por tonelada, cuando el precio acordado oficialmente, en mano y en blanco, ronda los 600 pesos. No todos llegan a levantar en sus espaldas 1000 kilos por día. Mientras que Página/12 conversaba con los dos hermanos, sobre la ruta circulaba un camión con más tareferos yendo hacia otro campamento.

–¿Alguna vez escucharon hablar de la Uatre y el Momo Venegas? –quiso saber este diario.

–Síiiii –José alargó su respuesta como si estuviese recordando algo. “Los de Uatre venían y arreglaban con los patrones. Por ahí alguien hacia la denuncia, y le decían al patrón “ése te denunció”. Y se iban y nosotros nos quedábamos igual.

José y Batista siguieron su camino. Página/12 buscó dónde se había detenido ese camión con tareferos. Luego de caminar 600 metros, allí estaba. Había mercadería descargada, en bolsas del mercado San José, el Buen Ojo y Regalería Ojitos. Todo de Kleñuk. Era el principio de un nuevo campamento. Pero los tareferos se habían escondido.

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Los trabajadores viven en carpas improvisadas de lona, con colchones al ras del suelo y sin agua potable.
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