ECONOMíA

Diez mil millones del Fondo no logran frenar la crisis brasileña

El real siguió cayendo ayer, a pesar de la difusión de buenos datos fiscales, que se vuelven intrascendentes ante el alza del riesgo país.

 Por Julio Nudler

Mientras el Fondo Monetario elogiaba ayer el “sobresaliente” historial económico de Brasil y prometía mantener abierta la puerta al futuro gobierno, a condición de que se comprometa a “implementar políticas sólidas”, el dólar subió otro 2 por ciento, cerrando a 2,88 reales, con un riesgo país superior a 1700 puntos. Todo esto a pesar de los 10 mil millones de dólares que el FMI viene de concederle al gobierno de Fernando Henrique Cardoso para reforzar sus reservas y blindar su moneda, lo cual significa que si los operadores no se han dejado impresionar por el dinero del Fondo, menos atención aún prestarán a sus palabras. Todos saben que el problema de la deuda brasileña no se arregla con 10 mil millones y que el compromiso del FMI es jarabe de pico. No son fácilmente olvidables las recientes sentencias del secretario del Tesoro estadounidense, Paul O’Neill, opuesto a jugarse los dólares del contribuyente norteamericano a las patas de la política brasileña, aludiendo a las elecciones de octubre.
Más allá de la estrecha visión de los traficantes financieros, el debate sobre la crisis brasileña incorpora otros enfoques. Para Lídia Goldenstein, economista de la consultora paulista MB Asociados, el principal problema de la economía de Brasil es que su capacidad de crecimiento está comprometida. “La actual coyuntura –le dijo a Portal Exame– apenas permite un crecimiento mediocre.” Ella culpa de esto al elevado endeudamiento externo, que provoca vulnerabilidad. La paradoja –según expresa– es que Brasil necesita crecer para reducirla, pero no puede crecer porque el crecimiento lo torna más vulnerable al disparar las importaciones. Este dilema es un viejo conocido de los argentinos.
Acaba de saberse, precisamente, que en mayo Brasil logró el mejor resultado de sus cuentas externas en dos años. Aun así, en los últimos doce meses su saldo en cuenta corriente arrojó un déficit de 19.027 millones de dólares, o un 3,7 por ciento de su PBI, proporción inferior a los niveles críticos, situados por encima de los cuatro puntos. Esto en condiciones normales, pero no en las brasileñas actuales, ya que con el cierre de los mercados de crédito (un riesgo país superior a 1700 puntos no significa otra cosa) no hay cuenta capital que pueda sostener ese déficit corriente, que debe ser eliminado mediante el ajuste de la economía. Este no es el escenario más apto para un próximo gobierno del Partido de los Trabajadores.
El más positivo de los datos se vuelve relativo o intrascendente en un escenario de ataque especulativo. Ayer, por ejemplo, se difundieron buenos números fiscales, dando cuenta de un superávit primario (antes del pago de intereses) de 6459 millones de dólares en los primeros cinco meses de 2002, equivalente a 3,6 por ciento del PBI. Pero como la deuda brasileña es de un 55 por ciento, haciendo una cuenta de almacenero podría decirse que ese superávit primario alcanzaría para pagar todos los intereses si la tasa fuese del 6,5 por ciento anual. Sin embargo, hoy para los mercados Brasil debe pagar 23 por ciento. En otros términos, ningún esfuerzo fiscal puede bastar ni ser un disuasivo contra la desconfianza cuando los capitales huyen. La Argentina –que, entre paréntesis, hoy es el destino a apenas un 3 por ciento de las exportaciones brasileñas– también tuvo que aprender esta verdad.
Para la periodista y consultora estadounidense Judith Evans, “Lula es una buena noticia”, según explica, de modo heterodoxo, en el International Herald Tribune. Su razonamiento es que Luiz Inácio da Silva y su PT son la mejor garantía de estabilidad a largo plazo en Brasil. Considerando la inicua distribución del ingreso en el gigante sudamericano, ella considera que sin la consolidación del Partido de los Trabajadores en la última década, “Brasil podría haberse convertido en Venezuela”, donde los partidos tradicionales no convirtieron la riqueza petrolera en una prosperidad compartida. Chávez ha sido el resultado. Brasil también pudo ser la Argentina, tal como la diseñó Carlos Menem, con una economía deexclusión que terminó implosionando y un sistema político en absoluto caos.

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El presidente Cardoso no consigue monitorear desde el monitor el derrape de los mercados.
 
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