EL MUNDO › CRONICA DE BAGDAD A LA ESPERA DE LA DESCARGA MAYOR

Ciudad normal, pero fantasma

“No vio nada, señora, prepárese”, recomendaban los bagdadíes a la enviada especial de “El País”. Más allá de la versión oficial sobre los bombardeos, los iraquíes dicen que no pasó nada en comparación con 1991 pero auguran que todo será más duro con el correr de las horas. Salvo los militantes del partido oficialista Baath, preparados con fusiles en plena calle por si los encuentra un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

Por Angeles Espinosa *
Desde Bagdad

Los habitantes de Bagdad tomaban aliento ayer, tras el ataque estadounidense de la madrugada, convencidos de que lo peor estaba aún por llegar. Las tres rondas de bombardeos se dirigieron a objetivos situados en los alrededores de la capital iraquí y causaron dos muertos y varios heridos, según fuentes oficiales. Los periodistas no pudieron corroborar de forma independiente esta información ni acceder a los lugares alcanzados. Informaciones procedentes de Basora daban cuenta de que esa ciudad estaba sufriendo una operación de mayor envergadura y las bombas seguían cayendo a media tarde del jueves.
“Los bombardeos causaron un muerto y varios heridos”, anunció por la mañana el ministro de Información, Mohamed Said Sahaf. Horas más tarde, durante una visita a un grupo de mujeres instaladas como escudos humanos en una fábrica de harina, el ministro de Comercio, Mohamed Mehdi Saleh, elevaba las víctimas mortales a dos. Saleh entregó flores a las pacifistas, originarias de Estados Unidos, Reino Unido y Australia. Un pool de televisión tuvo acceso a un hospital donde grabaron a una mujer y su hija, al parecer víctimas del ataque.
La cadena Al Shabab, propiedad del hijo mayor de Saddam Hussein, difundió imágenes de una casa donde dijo que había caído uno de los misiles y causado numerosos heridos, pero no localizó el lugar. “Todos fueron objetivos civiles”, aseguró también Sahaf que mencionó entre las instalaciones alcanzadas unos edificios vacíos de la televisión en el barrio de Dora y unos almacenes del departamento de aduanas en la ciudad de Ramadi. Sin embargo, lo único que sus funcionarios mostraron a los periodistas fue la normalidad de Bagdad.
Si por normalidad se entiende la ausencia de pánico, sin duda la capital iraquí era una ciudad normal, pero fantasma. Sólo los hombres del partido Baath se aventuraban por sus calles, en las que la mayoría de las tiendas se encontraban cerradas, según pudo comprobar esta enviada en el recorrido por varios barrios sin la presencia del habitual guía del Ministerio de Información. Salir de Bagdad era imposible sin una autorización de ese departamento.
Aún así, todavía era posible encontrar a gente con humor para cortarse el pelo. En la barbería de Najib, en la calle Ameriya, cinco hombres esperaban su turno para afeitarse o cortarse el pelo. A Najib no le parecía en absoluto extraordinario haber abierto su negocio a las nueve y media de la mañana como un día cualquiera. “¿Qué pasó hoy que lo haga diferente?”, preguntaba. “No nos preocupan los americanos”, manifestaba mientras terminaba de apurar a un soldado que ratificaba sus palabras. No fue una sorpresa. Esperaban el ataque y no fue nada comparado con lo que vivieron en 1991 y en 1998, algo que subrayaron casi todos los entrevistados.
“Sabíamos que esto sucedería desde que vimos a Saddam en la tele con el traje militar”, interviene su socio Kadhem, “fue su respuesta a la propuesta de Bush para que se fuera al exilio: antes la guerra”. La conversación se anima y los parroquianos empiezan a opinar de motu proprio. “Somos fuertes porque estamos en nuestro país y defendemos nuestra religión, nuestros principios, a nuestra gente”, defiende Salid Jaled, un estudiante de cuarto de Informática en la Universidad de Bagdad. Sin duda la decisión de abrir los negocios constituía un acto de militancia política. El puesto de pizza de Ahmed al Muslawi en la calle Karrade Marian estaba dando de comer a la veintena de milicianos del partido encargados de la seguridad del barrio. Con sus uniformes verdes oliva, y desarmados, los baazistas daban cuenta con apetito de las pizzas de carne que preparaba sin cesar un cocinero vestido con una camiseta delReal Madrid. A pesar del derrumbe del dinar, que las últimas operaciones antes de que cerraran los cambistas rozaba la barrera de los 3.000 por dólar, Ahmed mantenía su precio de 750 dinares (30 céntimos de euro) por pieza. No había nada más en el menú.
Donde la situación no parecía tan tranquila era en Basora. “Acaba de llamarme mi familia desde allí y me contaron que allí siguen los bombardeos”, declaraba a esta corresponsal Abdulhamid, un hombre originario de esa ciudad del sur de Irak, la más cercana a la frontera con Kuwait. Los familiares de Abdulhamid, que acaban de recuperar la línea telefónica después de varias horas incomunicados, describieron los bombardeos como “fuertes y continuados”.
Los informativos locales no se hicieron eco de este extremo y repitieron una y otra vez el discurso de Saddam acusando a Estados Unidos de cometer un “crimen vergonzoso” y pidiendo a los iraquíes que “claven sus espadas en los invasores”. Es difícil saber cuántos iraquíes harán caso de su llamamiento. Aunque la mayoría de la población permanecía en sus casas, no faltaban voluntarios dispuestos a defender al régimen.
“En 1991 derrotamos a 33 países, ahora sólo tenemos que enfrentarnos a Estados Unidos”, minimizaba entusiasta Saleh Hummadi al Duleimi. Este abuelo de 66 años llevaba en la calle desde las cuatro de la mañana, montando guardia con su viejo Kaláshnikov. “Y aquí me quedaré mientras haga falta”, aseguraba voluntarioso.
“No, no he tenido miedo cuando empezó el bombardeo. Los iraquíes no tenemos miedo de nada porque Dios es fuerte”, explicó antes de añadir que estaba dispuesto a dar su vida por su país. Pero Hummadi no se engañaba respecto a su misión. Preguntado por la eficacia de su fusil en esta batalla tan desigual, reconoció que “no es para los aviones, sino para un eventual enfrentamiento en la calle”.
“Saddam es el mejor presidente que puede tener Irak”, defendía por su parte Faisal, un baazista convencido, a quien la nueva situación no hará cambiar de chaqueta. “Dicen que es un dictador y yo les pregunto qué presidente no lo es. ¿Es que acaso ustedes en su país tienen democracia cuando salen millones a la calle y su presidente no les hace ni caso?”, inquiría con gran convicción.
Muchos otros, sin embargo, no escondían su preocupación por lo que está por venir. “No vio nada, señora, prepárese para lo de esta noche”, anunciaban con aire de expertos dos de los porteros del hotel Palestina. Ninguno había tenido acceso a las noticias procedentes de Israel que anunciaban un bombardeo intensivo para última hora del jueves, pero ésa era la corazonada de ayer en Bagdad.

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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