EL MUNDO

Qué es y quiénes están detrás de la “red de redes” del superterrorismo

¿Existe Al-Qaida o es una vaga confederación de organizaciones terroristas dispersas, sin mando unificado ni centralización por Osama bin laden? El periodista francés Richard Labévière acaba de publicar un libro en el que sostiene que la red es en parte un invento de EE.UU. Aquí da sus argumentos.

 Por Eduardo Febbro

¿De cuántos hombres consta realmente la red terrorista Al-Qaida? ¿Quién la controla? Ambas preguntas tienen una respuesta global si se toman como verídicos los argumentos desplegados por la administración norteamericana. Sin embargo, una serie de investigaciones recientes tienden a demostrar que Al-Qaida se asemeja más a una fabulación que a una entidad estructurada y real. El periodista y ensayista francés especializado en terrorismo Richard Labévière acaba de publicar en Francia una vasta investigación sobre la veracidad de la red supuestamente dirigida por el millonario saudita Osama bin Laden, Los bastidores del terror, o cómo Washington inventó la guerra sin fin, Labévière trabaja en torno de una tesis central y aporta sobradas pruebas para sustentar sus afirmaciones: según él, Al-Qaida no existe, es un invento norteamericano para justificar la estrategia de “guerra preventiva” y la gigantesca ofensiva para controlar los recursos petroleros del mundo. Entre los documentos y revelaciones aportadas por Labévière, el periodista sostiene que, tal como lo afirmaba un rumor desde casi dos años, Osama bin Laden estuvo en Dubai entre el 4 y el 14 de junio del año 2001, donde permaneció internado en el hospital norteamericano para hacerse tratar una afección renal.
La estadía del saudita se realizó bajo alta protección norteamericana, ya que, según Labévière, el 12 de junio del ano 2001 Bin Laden mantuvo un encuentro con el representante de la CIA en Dubai, Larry Mitchell, con quien negoció un acuerdo: Bin Laden debía poner término a sus actividades antinorteamericanas a cambio de que Estados Unidos presionara a Ryad para que Bin Laden pudiese regresar a su país natal y recuperar la nacionalidad saudita. Proveniente de la ciudad paquistaní de Queta –la capital del Baluchistán, situada a unos 60 kilómetros de la frontera con Afganistán–, Bin Laden llegó a Dubai acompañado por su “médico personal y más fiel lugarteniente, Ayman al-Zawahiri, cuatro guardaespaldas y un enfermero argelino”. El ya entonces hombre más buscado del mundo fue internado en el servicio de urología dirigido por el doctor Terry Callaway, un especialista de cálculos renales. Uno de los testigos interrogados por Richard Labévière cuenta que durante la hospitalización Bin Laden “recibió la visita de varios miembros de nacionalidad saudita de su familia, entre ellos su madre” y, desde luego, de un “hombre al que todo el mundo conoce en el emirato”, es decir, el agente local de la CIA Larry Mitchell. Según el testigo, Mitchell nunca escondió su identidad, “sobre todo al final de una cena donde se bebió mucho”. A pesar de que la CIA considera estas informaciones como un “absurdo total”, las alegaciones de Labévière no son nuevas y el periodista aporta varios elementos para confirmar su verosimilitud.
Sin dudas, la tesis más novedosa del libro es la que enuncia que, en cierta medida, “Al-Qaida no existe”. El autor de Los bastidores del terror señala que la denominación “Al-Qaida” se fue deslizando paulatinamente de una “banda de delincuentes” a la de una “organización de alta tecnología” y luego a la de “una red planetaria”. Nada de eso es cierto, comenta Labévière: “Lo que sí existe es una nebulosa de redes” que se “alimenta más de situaciones locales que de Bin Laden”. El fantasma de una organización hiperjerarquizada sirve a una serie de intereses bien precisos y permite “ocultar” la “filiación” de los grupos islamistas que se desarrollaron con la “bendición” de Estados Unidos. En suma, Al-Qaida es una “red de redes” cuyos resortes no son únicamente la defensa del Islam sino también la oposición a regímenes corruptos y arbitrarios. Cómo explicar si no que el 12 de mayo del 2003, una hora después de los atentados suicidas que golpearon las afueras de la capital de Arabia Saudita, “varios miles de personas salieron a la calle y aplaudieron para mostrar su aprobación y su apoyo al sacrificio de los kamikazes”.
“La guerra sin fin contra el terrorismo sirve de coartada para cualquier aventura político-militar. Se produjo la segunda guerra contra Irak y es en nombre de la lucha antiterrorista que el presidente norteamericano y el primer ministro israelí Ariel Sharon apartaron a Yasser Arafat.” Preparación de los atentados del 11 de setiembre, proceso de paz israelo-palestino, negociaciones entre los servicios secretos occidentales y los islamistas, intereses petroleros, la investigación de Labévière es una alucinante exploración en las entrañas del terrorismo que deja al desnudo el no menos alucinante territorio de las ambigüedades, compromisos, acuerdos e interconexiones entre los norteamericanos y sus enemigos aparentemente irreconciliables. El autor francés observa que los atentados de Jakarta, de Bali, de Ryad, de Casablanca, el cometido contra la embajada jordana en Bagdad o contra la sede de la ONU en la capital iraquí “tienen una naturaleza muy distinta y no remiten a un comando central con Bin Laden a la cabeza”. Labévière admite que “debido a esa ideología transnacional que es el salafismo o el neo-wahhabismo y al financiamiento oriundo de Arabia Saudita se tiene la impresión de que todo converge en un mismo tronco. Pero cuando se investiga con precisión se descubre que hay otros factores”. Concretamente, el ensayo orienta al lector hacia un esquema que, con el correr de los meses, se ha vuelto casi transparente: “La administración norteamericana hizo de la lucha antiterrorista su nueva ideología de post-Guerra Fría para justificar su nuevo despliegue político y estratégico en Medio Oriente, Asia Central, Asia e incluso en América latina. Agitar el fantasma de Al-Qaida cada vez que explota un tacho de basura empieza a mostrar sus límites”. Lejos de atenuar la “ola terrorista”, la intervención norteamericana en Irak complicó las cartas “acentuando la amenaza terrorista en el mundo árabe-musulmán. No se puede responder al terrorismo con la guerra sino con acciones policiales, investigaciones y verdaderas respuestas sociales en el terreno. La operación armada tal vez podía justificarse para hacer caer el régimen talibán en Afganistán. Pero más allá de esto, los norteamericanos siguen alimentando la idea según la cual los terroristas están apoyados por Estados criminales. Ese análisis estúpido remonta a la Guerra Fría”.
Las imbricaciones entre los supuestos “criminales” y los amos que reinan en el trono del “eje del bien” constituyen otro de los elementos claves del libro de Richard Labévière. A este respecto, el periodista afirma que la organización y el mantenimiento de las redes “durmientes” necesarias para la preparación de los atentados “remite a Arabia Saudita vía un sistema que implica a fortunas locales, grandes bancos y organizaciones no gubernamentales. Esta realidad es tanto más inconfesable para Estados Unidos cuanto que existen intereses norteamericanos-sauditas entroncados que conducen a empresas norteamericanas, entre ellas Carlyle, en la que encontramos a la familia de Bin Laden y, en el Consejo de Administración, a un ex jefe de la CIA y al padre de George Bush”.

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