EL MUNDO › LOS DOCUMENTOS FUERON DADOS A CONOCER POR GREENPEACE PARA QUE SE CONOZCA EL TRATADO COMERCIAL ENTRE EE.UU. Y EUROPA

Se filtró la secreta negociación del acuerdo TTIP

Estados Unidos ejerce múltiples presiones para que la Unión Europea baje los niveles de su regulación en campos como la salud, el medio ambiente, la agricultura, la alimentación o las barreras comerciales. Lo que se intuía como nocivo resultó ser real.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

No hay secreto que dure cien años. El hermetismo con que se llevaban a cabo las negociaciones en torno a uno de los tratados comerciales más importantes de la historia entre la Unión Europea y Estados Unidos, el Tafta o TTIP, Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, quedó disuelto con la publicación en la prensa europea de 240 páginas sobre los términos desiguales en que se realizan esos acuerdos. Los documentos fueron filtrados por Greenpeace y en ellos sobresale la debilidad de los negociadores europeos, la posición hegemónica de Estados Unidos, el poder alucinante de los lobbies, su capacidad de influenciar a los negociadores de la UE y de Estados Unidos, el desprecio por la protección del medio ambiente al tiempo que se confirman los temores de la sociedad civil acerca de las regulaciones que podrían desaparecer bajo la presión de Washington. La filtración de Greenpeace corrobora además las denuncias de un amplio sector de la opinión pública del Viejo Continente: la Unión Europea está negociando con un perfil sumiso en medio de una opacidad constante.

Los documentos abarcan 13 capítulos y permiten entender mejor la mecánica de esta negociación que se inició hace tres años y medio. En lo más estricto, se trata de los textos que sirvieron de contexto para la decimotercera ronda de negociaciones que se llevó a cabo en Nueva York entre el 25 y el 29 de abril de 2016. Su difusión es tanto más impactante cuanto que ni siquiera los parlamentarios de la Unión Europea habían sido autorizado a a acceder a ellos. Hasta ahora –y ese fue uno de los principales cuestionamientos contra el TTIP– se desconocía tanto la posición de la Unión Europea como la de la administración de Barack Obama. Greenpeace advierte al respecto que si “para ustedes es una preocupación el medioambiente, la situación de los animales, los derechos laborales o la privacidad en internet, deberían preocuparse por lo que revelan estos documentos. (...) El TTIP equivale a una enorme transferencia de poder desde las personas hacia las grandes empresas”. Su lectura –hasta ahora inaccesible– prueba cómo Estados Unidos ejerce múltiples presiones para que Europa baje los niveles de su regulación en campos como la salud, el medio ambiente, la agricultura, la alimentación o las barreras comerciales. El borrador sintetiza así mismo distancias insalvables y “discusiones muy difíciles”, sobre todo en lo que atañe la industria de los cosméticos. En Europa se prohíbe por ejemplo el recurso a animales en los test que se llevan a cabo en laboratorio, pero en Washington están autorizados. Esta diferencia figura en el borrador, donde los europeos dicen que ven “muy estrecha la eventualidad de que se fije una posición común”.

Pero lo más sobresaliente de estas 248 páginas está en la evidente intención de prolongar el contenido del TTIP, o sea, los esquemas normativos, y aplicarlos al resto del planeta. Hay párrafos sorprendentes. En una de las páginas se trasluce la posición de la Comisión Europea, para la cual sólo el gobierno de Estados Unidos tiene competencia para determinar los esquemas regulatorios. La filtración despeja además las sombras sobre el papel preponderante de los lobbies, que se inmiscuyen de forma cruzada en las discusiones. Cuando ambas partes abordan el tema tarifario aplicable a los productos químicos, los negociadores suspenden el diálogo para realizar consultas con el sector patronal de las grandes empresas: “Estados Unidos expone que debe hacer consultas sobre su posición con la industria química”. Peor aún, en el capítulo agrícola, las ofertas que antepone la Unión Europea están articuladas en torno a “la posición común de la industria europea y norteamericana”. Por esta razón, en la presentación del borrador, Greenpeace escribe que “el sector empresarial cuenta con oportunidades de participar en las decisiones que se toman”. Los sindicatos ya habían adelantado denuncias sobre esta dependencia de los Estados con respecto al sector privado. La prueba es irrefutable. Tan irrefutable como las concesiones impensables de los europeos. Washington busca que las decisiones regulatorias que se toman en Europa sean “supervisadas” por la administración norteamericana sin “garantía alguna de reciprocidad”. Esto conduce a una amenaza sobre los elevadísimos estándares regulatorios de la UE en lo que toca a los pesticidas, los OGM o los productos químicos. La administración Obama juzga que esas normas constituyen “barreras para el comercio”.

En las relaciones internacionales, el cinismo es una condición deplorable pero constante. El cinismo de los dos bloques queda de manifiesto en el capítulo del borrador que se refiere al medio ambiente. Ambas partes, por ejemplo, pasan por alto el acuerdo sobre el clima firmado en París y los compromisos para bajar las emisiones de gases contaminantes. En resumen, los intereses de las corporaciones están por encima de la protección del planeta y de la salud. Jorge Riss, director de la oficina de Greenpeace en Bruselas, dijo que “las negociaciones deben detenerse porque no buscan el interés público europeo”. El TTIP leaks de Greenpeace pone en circulación ante las opiniones públicas de Europa y Estados Unidos el contenido de parte del acuerdo comercial más decisivo del siglo XXI que se negoció detrás de una cortina de confidencias absoluta cuando, en realidad, concierne la vida de más de 800 millones de personas. Lo que se intuía como nocivo resultó ser una realidad, incluso si los borradores admiten que de uno y otro lado del Atlántico existen “enfoques irreconciliables”. Lo más irreconciliable resulta la distancia que existe entre las expectativas de las sociedades y lo que imponen las corporaciones industriales.

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El director de Greenpeace Europa, Jorge Riss, dijo que “las negociaciones deben detenerse porque no buscan el interés público europeo”.
 
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