EL MUNDO › OPINION

Cómo se montó la conspiración mediática

Por Stella Calloni

Parece hasta imposible pero ha sucedido en Venezuela. El mayor esquema de desinformación, como fue el establecimiento de una enorme cadena de televisoras al servicio del golpismo, orquestada con el apoyo estadounidense, logró capturar en su trampa de manipulación de los hechos a muchos medios, a algunos sectores intelectuales y a analistas supuestamente independientes. Se aceptó, sin ninguna prevención, la información provista por los medios que utilizó el golpismo. Fueron escasos los que trataron de conocer la otra cara de la verdad. Y con esto se cometió una de las acciones más perversas: la de mostrar a los muertos como “víctimas” de la “tiranía” chavista, que no registra, ni buscando con la lupa de Goebbels, ningún hecho que pueda imputarse a una dictadura.
Resulta que al paso de las horas se supo que los francotiradores eran los golpistas y no los golpeados, que la Guardia Nacional estaba obedeciendo a los golpistas y no a los golpeados, que las andanadas de disparos no iban dirigidas a los manifestantes de las grandes cámaras empresariales y la Central de Trabajadores Venezolanos –que sólo representa a menos del 12 por ciento de los sindicalizados en Venezuela–, sino que caían sobre quienes rodeaban el Palacio de Miraflores para evitar el golpe. Que la policía que disparaba junto con los francotiradores estaba bajo las órdenes del alcalde mayor de Caracas, Alfredo Peña, quien participaba en el golpe. ¿Qué dirán ahora los que juzgaron un golpe de Estado derechista como una acción democrática? ¿Leyeron la Constitución nueva de Venezuela alguna vez? ¿Se preocuparon por saber lo que estaba pasando con la población que los partidos “democráticos” turnados en el poder durante años y expertos en corrupción dejaron –en 80 por ciento– sumergida en la pobreza?
No hubo golpe, dijeron en Washington. Pero resulta que el presidente Hugo Chávez nunca renunció, que las autoridades emergidas ilegítimamente argumentaron que había “renunciado ante el alto mando militar”, lo que era a todas luces inconstitucional. El mismo Chávez –en una breve comunicación con su esposa desde su lugar de prisión– confirmó que no había renunciado y pidió que exigieran su firma para comprobarlo. Como todo golpe de Estado que se precie, el nuevo gobierno lanzó una persecución desmedida e impuso lo que fue calificado como una “aterradora” censura de prensa. Varios corresponsales de distintos medios llamaban desde Caracas para advertir sobre la difícil situación que viven, incluyendo llamados amenazantes, después de transmitir sus informaciones. La censura impuesta en la red controlada por la cadena televisiva Globovisión sobre los sucesos del sucedieron este día y sobre la represión contra el pueblo venezolano, que bajó de los cerros para exigir el retorno constitucional, no pudo finalmente encubrir la verdad.
El esquema de guerra de baja intensidad (GBI) que Washington está aplicando en toda la región les había proporcionado ciertos triunfos en el ámbito de la desinformación, especialmente por la cooptación de intelectuales, que encubren en una supuesta distancia objetiva su falta de definición frente al lo que se dibuja como una dictadura global. Pero los sucesos de Venezuela han demostrado que también están fracasando en esto. Las redes de comunicación alternativas han logrado derrotar el mayor esquema desinformativo de los tiempos recientes. La concentración del poder de los medios de comunicación masiva, contradictoriamente, disparó la imaginación de los soterrados, como sucedió en Chiapas en su momento. Y miles de mensajes a través de Internet o de llamados telefónicos furtivos y otras acciones rompieron el círculo del silencio. La población venció el terror de las primeras horas y envió sus demandas desesperadas al mundo. Y esto dio sus frutos. La persecución lanzada como en los mejores tiempos de las dictaduras del sur del continente dejó sin argumentos a quienes encubiertamente se adhirieron a la visión estadounidense, como latransmitida por el vocero de la Casa Blanca, Ari Fleischer, que responsabilizó al gobierno derrocado por “alentar acciones antidemocráticas”.
El pasado diciembre el golpe ya estaba en marcha, pero no encontraban un remedo de Augusto Pinochet entre los militares, aunque lograron mostrar luego algunos generales y oficiales “disidentes”. No resultó. Los mismos opositores pidieron “más apoyo” a Estados Unidos y trazaron entonces las “bases para un acuerdo democrático” que no era sino un programa de gobierno. Ese documento estaba firmado nada menos que por el empresario Pedro Carmona, ungido en la presidencia por los golpistas y que ya fue. “El terreno estaba abonado en Washington”, escribía en marzo el analista Pedro Fernández desde Caracas. Y por eso el pasado 10 de abril los medios de la oposición hicieron su famosa cadena para invadir al mundo con la información manipulada que debía sostener la acción golpista. Se puso en acción el libreto desestabilizador que había funcionado en Chile para el derrocamiento de Salvador Allende, además del eje militares-empresariostrabajadores (en Chile, especialmente el sector de los camioneros). Ahora, suceda lo que suceda, muchos de los que tomaron el camino que les propuso la conspiración mediática deberán asumir la responsabilidad ante las familias de las víctimas y el huracán que desataron en una América latina en crisis. Los testimonios que circularon por las redes de la solidaridad fueron claves para revertir la visión de la situación en Venezuela, mostrando el alma o el “ánima” de un pueblo que resucita y demanda.

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