EL MUNDO

Una marea electoral que alcanzó a llegar a los bastiones de Saddam

Por Patrick Cockburn *
Desde Bagdad

Los árabes sunnitas de Irak votaron ayer en mayores proporciones que las que parecían probables temprano a la mañana, cuando los lugares de votación a menudo estaban cerrados o permanecían vacíos por horas. En Baba, una ciudad sunnita notoriamente rebelde al nordeste de Bagdad, las muchedumbres se sintieron lo suficientemente confiadas como para aplaudir y cantar mientras se dirigían a las urnas. En Mosul, en el norte, funcionarios electorales dijeron que la concurrencia había sido más alta que lo esperado. Incluso se informó que hubo un goteo de votantes en Faluja, con sus casas y comercios convertidos en escombros por el ataque estadounidense de noviembre.
Una encuesta –realizada justo antes de las elecciones– dijo que sólo un 9 por ciento de los sunnitas se proponía votar. Partidos políticos sunnitas habían llamado previamente, a postergar las elecciones por tres meses o más con la esperanza de que la situación se calmara un poco, aunque no pudieron ofrecer ningún motivo convincente de por qué eso habría de ser así. El temor antes de las elecciones era que los sunnitas se privaran efectivamente a sí mismos de sus derechos electorales por no votar, fuera porque estuvieran boicoteando los comicios o porque estuvieran intimidados. Pero la fuerza de la insurgencia significa que, tengan o no una representación en la Asamblea Nacional, podrán ser capaces de negociar su porción de poder político y recursos económicos.
Los sunnitas no son homogéneos. El régimen de Saddam Hussein captaba sus cuadros de los sunnitas rurales en las afueras de Bagdad. La monarquía hachemita instalada por los británicos y derrocada en 1958 estaba enraizada en los distritos sunnitas de las ciudades. Si las elecciones hubieran tenido lugar un año o más atrás, podrían haber evitado que la insurgencia se volviera tan fuerte. Ahora está bien pertrechada, experimentada y es improbable que pueda ser arrancada de raíz. Pero también es cierto que ha fracasado en extender la sublevación más allá de áreas sunnitas.
El movimiento insurgente consiste en una mezcla de grupos diferentes. Unos 35 grupos árabes sunnitas han reivindicado la autoría de ataques, aunque algunos de ellos pueden constar sólo de una serie de pequeñas células. Su procedencia es complicada. Incluye a nacionalistas iraquíes, miembros del régimen anterior, islamistas sunnitas y fuerzas de autodefensa de localidades y ciudades sunnitas. Alrededor del 90 al 95 por ciento de los detenidos por Estados Unidos y el ejército iraquí son sunnitas, como también lo es la mayoría de los muertos en combates.
La eficacia que logró la resistencia sunnita tan pronto luego del derrocamiento de Saddam Hussein, fue el resultado de la alienación de la población por Estados Unidos, la pericia militar de ex oficiales y la feroz crueldad de los fundamentalistas islámicos, los salafistas, y sus atacantes suicidas. Una encuesta reciente mostró que un 53 por ciento de los cinco millones de sunnitas aprobaba las acciones de la resistencia armada.
Pero el racismo de los salafistas extremos, y particularmente de los grupos asociados con el militante jordano Abu Musab al Zarqawi, ha enfurecido y aterrado a los chiítas. Cuando Estados Unidos atacó primero Faluja en abril hubo una reacción nacionalista iraquí en Bagdad. Cuando los marines estadounidenses destruyeron la ciudad en noviembre, después de seis meses en los cuales atacantes suicidas habían hecho una carnicería de adolescentes reclutados por el ejército y la policía, no hubo ninguna solidaridad entre los chiítas.
Un punto débil de la resistencia es que no se ha desarrollado como un movimiento que atraiga a los nacionalistas iraquíes en su conjunto. Las declaraciones sedientas de sangre de Zarqawi tendieron a aislar a los insurgentes. También lo hicieron así los atacantes suicidas totalmenteindiferentes a las bajas civiles iraquíes (aunque los comandantes estadounidenses podrían quedar impresionados por la cantidad de iraquíes que critican a los atacantes por no matar a norteamericanos en lugar de ellos). La comunidad sunnita está unida en su oposición a la ocupación estadounidense. Nunca podrá recobrar su antiguo predominio, pero no sabe de qué modo entrará en el nuevo orden.
¿Marcó ayer el fin del dominio sunnita de la política iraquí y el comienzo de una era en que el país será regido por las comunidades chiíta y kurda? Probablemente el cambio no será tan dramático. Si los sunnitas han probado algo en los últimos 18 meses, es que no pueden ser ignorados a la hora de decidir el futuro de Irak. Estados Unidos deplora ahora el día en que disolvió las fuerzas de seguridad y el ejército de mayoría sunnita, asegurando que se convirtieran en el rencoroso corazón de la campaña guerrillera.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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