EL MUNDO

Damasco en el ojo W2 de la tormenta del Líbano

Tras el ataque contra el ex premier libanés Rafik al Hariri, EE.UU. llamó a consultas a su embajadora en Damasco, ejerciendo mayor presión por el retiro de las tropas sirias del Líbano. Washington endilga “simpatías” a Siria con la insurgencia iraquí.

Por Robert Fisk*
Desde Beirut

Enterrarán a Rafik al Hariri hoy al lado de la ciudad que reconstruyó y cerca de las ruinas de columnas romanas que hicieron famosa a la antigua Beirut. Pero su muerte violenta el lunes tiene repercusiones que van mucho más allá que el Líbano o el Imperio Romano: porque su muerte está íntimamente ligada a la insurgencia en Irak y a la creencia del presidente Bush de que Siria está alentando la guerra de guerrillas contra las tropas de Estados Unidos en el país. La presión de Estados Unidos sobre Siria para que retire sus fuerzas militares del Líbano, una causa que Hariri apoyaba por razones bien distintas, es parte del intento de Washington por suprimir la supuesta simpatía de Siria por la insurgencia en Irak. Ayer, cuando Washington anunció la retirada de su embajadora en Damasco, Margaret Scobey, para consultas, fue la señal más clara hasta ahora de que van a acusar a Siria del asesinato de Al Hariri.
Como era predecible, Israel eligió el mismo momento para añadir nuevas precondiciones a cualquier conversación de paz con Siria: las expulsiones de los “cuarteles terroristas” de Damasco, “permitir que el ejército libanés despliegue sus fuerzas a lo largo de la frontera con Israel” y “ponerle fin a la ocupación del Líbano por Siria”. Israel ocupó parte del Líbano durante 24 años, luego exigió la “expulsión” de los Guardias Revolucionarios Iraníes, quienes en realidad se fueron del Líbano hace más de 15 años. Junto con Estados Unidos, la amenaza israelí, especialmente las referencias a iraníes que ya no están en el Líbano, representa una grave profundización de la crisis.
El cuerpo quemado de Al Hariri –murió con seis de sus guardaespaldas, un paramédico que siempre lo acompañaba y por lo menos seis civiles por un enorme coche bomba el lunes– será enterrado al lado de lo que algunos llaman monstruosa mezquita musulmana sunnita que él construyó en el centro de Beirut, un edificio que empequeñece las iglesias de los cruzados de los alrededores y los edificios restaurados del mandato francés. La tumba será construida directamente frente al “Jardín del Perdón” de la posguerra civil, y el restaurado pero todavía baleado monumento a los mártires libaneses de 1915 y 1916, que fueron colgados por los turcos otomanos por exigir la independencia libanesa.
El héroe árabe musulmán Saladino, que derrotó a los cruzados, fue enterrado en la mezquita Omayad en Damasco. El magnate multimillonario Rafik al Hariri yacerá justo fuera de la casi igualmente grande, aunque menos bella, mezquita Mohamed Amin en Beirut. Aquel que derrotó al imperio europeo en la Edad Media, en Medio Oriente inspiró a la familia del árabe cuyo imperio empresario inundó el Líbano. Pero es el imperio estadounidense en la región el que determinó el lugar para su muerte. Iyad Allawi, el ex agente de la CIA y M15 nombrado primer ministro interino de Irak por Estados Unidos, es medio libanés; su madre, descendiente de la familia chiita musulmana Osseiran. Hariri lo conocía bien. El ex primer ministro del Líbano también reconoció en privado que Estados Unidos estaba amenazando con sanciones a Siria, y atacando su presencia militar en el Líbano, por su convencimiento de que Siria ayuda a los insurgentes iraquíes. Como siempre, el Líbano se había convertido en un campo de batalla para la guerra de otros.
Y Al Hariri era un gigante en ese campo de batalla. Tenía muchos buenos amigos en Siria, pero enemigos también. Comprendía demasiado bien lo que la administración Bush quería, en más de un país, para combinar su “guerra contra el terror” con su campaña por la “democracia” en Medio Oriente. Si Irak pudo ser invadida para lograr la democracia mientras se formaba una línea de frente en la “guerra contra el terror” –sin importar cuán engañosa fuera esta–, entonces la presencia de Siria en el Líbano parecía reflejar el mismo tipo de circunstancias.
Siria apoyaba el “terrorismo”, o por lo menos patrocinaba a los militantes que se oponían a Israel, mientras ocupaba un país vecino, el Líbano, contra la ley internacional. Una vez Bush y el presidente de Francia, Jacques Chirac, el amigo personal de Al Hariri, impulsaron la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que pedía el retiro del ejército sirio del Líbano, y Damasco se encontró enfrentada a una versión en miniatura de la difícil situación de Saddam Hussein en 2003: someterse a las resoluciones de la ONU, o bien...

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère

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Los libaneses, de luto por Rafik al Hariri.
 
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