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Ahora la OTAN también sirve para luchar contra el terror

En el aeropuerto militar de Pratica di Mare, cerca de Roma, rodeados de 15 mil agentes, baterías de misiles antiaéreos, aviones con sistemas radar y otras medidas “adicionales” de vigilancia, el premier italiano y anfitrión Silvio Berlusconi les dijo a los grupos terroristas: “Ustedes nunca nos van a vencer”. Con la lucha contra el terrorismo como estandarte, detrás de todos estos sistemas de defensa –no sólo contra un hipotético ataque terrorista sino contra los grupos antiglobalización que amenazaban con aguar la fiesta si ésta se realizaba en la capital italiana–, los 19 líderes de la OTAN y el presidente ruso Vladimir Putin sellaron definitivamente la alianza que había comenzado hace cinco años con el nacimiento de un Consejo Permanente de Consulta. La “Declaración de Roma” le da a Rusia un lugar en la Alianza Atlántica, con voz y voto, pero no derecho de veto. El presidente norteamericano George Bush se reunió, de paso, con el papa Juan Pablo II para analizar el caso de los sacerdotes pedófilos en Estados Unidos.
“Compartimos la responsabilidad de mantener la paz en el planeta. Sabemos que este acuerdo no es la panacea para defendernos de las amenazas, pero no hay alternativa a esta colaboración. Rusia comprende que tiene responsabilidades en el mundo.” Con este tono, Putin justificó la alineación completa de Moscú con Washington desde el 11 de septiembre. El secretario general de la organización que acaba de incorporar a su socio número 20, George Robertson, trató de cambiar el tono resignado de Putin por otro épico: “Veinte naciones, de Vancouver a Vladivostok, se sentaron alrededor de una misma mesa para responder a los problemas en donde los intereses comunes reclaman soluciones comunes”.
Estos intereses y soluciones comunes se llaman “lucha contra el terrorismo”. Durante la gira que Bush emprendió por toda Europa, encontró un apoyo total en lo que tiene que ver con esta lucha, pero no en cuanto a lo que él quiere que signifique: esto es, respaldo para atacar Irak. Mientras tanto, el gobierno norteamericano se conformó con refrendar los acuerdos de desarme, hechos a su medida, con Rusia. Hace tres días, en Moscú, Bush y Putin firmaron el acuerdo para una reducción de su arsenal nuclear, algo que estaba previsto en el proyecto norteamericano del “escudo antimisiles”.
El acuerdo antiterrorista que hace nacer a la nueva OTAN ya fue perfilado hace dos semanas en la cumbre de Reykiavik, cuando se anunció el fin del Consejo Permanente de la OTAN como figura de transición a la incorporación de Rusia al organismo. De ahora en más, Europa, Estados Unidos y Rusia intercambiarán datos sobre redes terroristas y formación de unidades de elite, así como sobre sistemas para defenderse de ataques incontrolados con misiles de corto alcance o armas químicas. Putin ha comunicado a la OTAN que aprovechará el acuerdo para reformar y modernizar el ejército y sus mandos. La oficina de la Alianza Atlántica en Moscú comenzó a funcionar anteayer. La “Declaración de Roma” corona así el viraje que se produjo en la relación entre Estados Unidos y Rusia el día de los ataques sobre Nueva York y Washington. Aunque la Guerra Fría ya había terminado, el “escudo antimisiles” norteamericano había provocado un pequeño rebrote de aquella guerra.
Para Rusia, de todos modos, sigue habiendo puntos de roce. En noviembre, en Praga, la OTAN acordará su nueva ampliación al Este. En esta ampliación estarán Lituania, Letonia, Estonia, Eslovaquia, Eslovenia, Rumania, Bulgaria, Macedonia y Albania. Pero lo que preocupa a Moscú es que desde el viernes quedó claro que Ucrania, el vecino más potente de Rusia, también se incluirá. Y aunque Rusia ya pertenece a la OTAN, preferiría que sus vecinos regionales pasaran por Moscú para pertenecer al club antiterrorista de la Alianza Atlántica.

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