EL MUNDO › EL PLAN DE ESTADOS UNIDOS SE CHOCA CON GRANDES DIFICULTADES DE LOGISTICA

Nadie distingue a los enemigos en Bagdad

Las milicias chiítas, sunnitas y kurdas se pasean por las calles de la capital disparando encapuchados y se esconden en “áreas mixtas”, lejos del alcance de los soldados estadounidenses. Las tropas invasoras han perdido el control de las calles. Se refugian en “Fuertes Apache” y desde allí emprenden operaciones militares puntuales.

 Por Kim Sengupta *

Los estrechos callejones de emboscada de Kadhamiyah, los edificios que proveen refugio a los francotiradores de Diyala Bridge, los mortales terrenos cubiertos de polvo de Sadr City. Estos son los bastiones de las milicias chiítas que los estadounidenses tienen que abarcar en la batalla por Bagdad. Las fuerzas norteamericanas en el “aumento” en la capital iraquí se enfrentan a una guerra en dos frentes. Los kilómetros asesinos de Haifa Street y Adhamiyah son la casa de la insurgencia sunnita, que continúa su sangriento camino cuatro años después de que terminó la guerra oficial y no hay signo de que tenga fin mientras las fuerzas estadounidenses se enfrentan a los chiítas.

Hay otras dificultades logísticas de pelear una guerra de guerrilla urbana en una ciudad como Bagdad. Las milicias se han dispersado de sus bases de poder hacia las llamadas “áreas mixtas”. En las afueras del Hotel Hamra, donde se hospeda el reducido grupo de periodistas occidentales en Bagdad, hay puestos de control controlados por el ejército Mehdi, liderado por el clérigo chiíta radical Muqtada al Sadr; su competencia chiíta, la Brigada Badr y los kurdos Pershmega. Todos lucen igual: pasamontañas o vinchas y anteojos de sol, guantes de cuero negros con los dedos cortados y un arsenal de armas muy letal. Cuando no están en los puestos de control, pasan a toda velocidad por las calles en 4x4, dispersando el tráfico disparando al aire. Es imposible decir a qué grupo particular pertenecen.

A esto se enfrentan las fuerzas estadounideses que se congregan para el último lanzamiento de dados de George W. Bush en Irak. El presidente considera la batalla para arrebatar el control de Bagdad de las milicias como la clave para salvar la victoria en el atolladero iraquí, pero distinguir amigo de enemigo no será fácil. El presidente ya ha advertido que el derramamiento de sangre aumentará, ¿pero habrá algún beneficio? El objetivo principal, el ejército Mehdi, tiene alrededor de 50.000 combatientes bien armados en la capital, mayormente concentrados en Sadr City, el amplio barrio pobre cerca de Bagdad, y la ciudad sagrada chiíta de Najaf y sus áreas periféricas. Pero Sadr también tiene otros 25.000 milicianos en el sur, donde las fuerzas británicas estarán en la línea de fuego de la represalia de lo que los norteamericanos hagan en Bagdad.

Las milicias chiítas están apoyadas por Irán, mientras los sirios son acusados de dar refugio a insurgentes sunnitas. En su discurso la semana pasada Bush acusó una vez más a los dos países de “permitir a terroristas e insurgentes utilizar su territorio para entrar y salir de Irak... Buscaremos y destruiremos las redes que proveen armamento avanzado y entrenamiento a nuestros enemigos en Irak”. Para muchos, esta retórica está allanando el camino para una escalada más amplia.

Pero los primeros efectos del “aumento” se sentirán en Bagdad. En la actualidad los norteamericanos casi se puede decir que se han retirado de las calles de la ciudad, dejando a las fuerzas iraquíes en los puestos de control. En cambio, se sitúan en los “Fuertes Apache” –campos fortificados–, de donde salen para llevar a cabo operaciones, siempre con el uso de potencia de fuego pulverizante y a veces indiscriminada. Después de ser reforzados con alrededor de 20.000 hombres, los estadounidenses serán desplegados una vez más en las calles. Bagdad será dividida en nueve u once sectores, de acuerdo con diferentes planes que se están preparando, en los cuales las tropas norteamericanas trabajarán lado a lado con las fuerzas iraquíes.

Los soldados intentarán crear “minizonas verdes” –versiones acortadas del área en la capital donde se refugian funcionarios estadounidenses y británicos, y el gobierno iraquí– protegidas por puestos de control, bolsas de arena y alambre de púas. A los residentes se les entregarán insignias y cada entrada y salida será registrada. Para hacer esto, las fuerzas estadounidenses y del gobierno iraquí tendrán que volver a ganar estas áreas de las milicias. En particular tendrán que enfrentarse a los combatientes chiítas, muchos de los cuales son apoyados por el gobierno, que han sido acusados de operar escuadrones de la muerte.

Los críticos apuntan que Bagdad no es Tal Afar, un pequeño lugar en un área remota. También hay un profundo escepticismo sobre la habilidad de las fuerzas armadas iraquíes para cumplir con su rol en la ecuación. Se suponía que debían tener un mayor papel junto a los norteamericanos en las operaciones “Hacia Adelante Juntos” y “Hacia Adelante Juntos II” en Bagdad el verano pasado. Sin embargo, en ese momento se presentaron sólo dos de los seis batallones que debían tomar parte de la misión.

La analogía correcta para la batalla venidera por Bagdad no es Tal Afar, sino una operación norteamericana llevada a cabo en la capital iraquí el año pasado. Más de 12.000 soldados estadounidenses, apoyados por helicópteros, fueron enviados para destruir a las milicias chiítas y quebrar la columna de la insurgencia sunnita. Pero para el final de la campaña el poder de los hombres armados no había disminuido y el derramamiento de sangre había aumentado. Son señales de mal agüero para una lucha de la que no sólo depende la credibilidad del presidente Bush, sino también el futuro de Irak.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Virginia Scardamaglia.

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Un soldado kurdo se entrena en el norte de Irak, antes de ser trasladado a Bagdad como parte del nuevo plan de seguridad de Bush.
Imagen: AFP
 
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