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Goni, un hombre de reflejos lentos

En Bolivia, ningún político se salva de que le endilguen un apodo. Al canciller Carlos Saavedra le dicen “Futi”, al turbio ministro de Presidencia, Carlos Sánchez Berzaín, lo llaman “el Zorro”, mientras que al siempre sonriente Manfred Reyes Villa, el líder de la Nueva Fuerza Republicana (NFR), se lo conoce como “Bom Bom”. De Estados Unidos, donde estudió en un secundario cuáquero, Gonzalo Sánchez de Lozada trajo el “Gonnie” que en Bolivia fue acriollado como “Goni”. Casi siempre se rateaba de la escuela para ir al sótano de su casa, donde criaba ratones que vendía a los laboratorios de Iowa. Le iba bien con el negocio, pero su madre se cansó y lo obligó a deshacerse de las crías, que llenaban la casa con un olor espantoso. Su padre, un revolucionario que seguía al derrocado presidente Gualberto Villarroel, se había exiliado en el Norte después de ser embajador en Washington. Cuando se recibió en la Universidad de Chicago, Goni volvió a Bolivia para fundar la productora Telecine, donde produjo pintorescos títulos como Vuelve Sebastiana o Mina Alaska.
Nació en La Paz, en la casa de su abuela, hace 73 años. Cuando era chico casi se ahoga. Resulta que viajaba en barco con su madre y sus tres hermanos desde Miami a Chile, cuando de repente la nave chocó contra una roca y empezó a hundirse. Lograron entrar en uno de los pocos botes salvavidas que había a bordo y cuando llegaron a Panamá, lo primero que hizo doña Carmen Sánchez de Bustamante fue comprarles zapatos a sus hijos, que se habían subido al bote descalzos y en piyama. De regreso a Estados Unidos, en 1952, vio por televisión la toma del poder en Bolivia por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Por entonces trabajaba como corresponsal de una cadena norteamericana y así fue como entrevistó al líder del MNR y futuro presidente Víctor Paz Estenssoro. En 1962 fundó con su hermano Comsur, una de las empresas mineras más grandes de Bolivia, que le dio una fortuna que hoy supera los 100 millones de dólares.
Su entrada en la política se produjo en el ‘79, cuando fue elegido diputado del departamento de Cochabamba. De ahí en más, su carrera fue meteórica. Fue senador nacional, pero su hora clave llegó cuando se convirtió en el ministro de Planeamiento de su admirado Paz Estenssoro.
Una vez en el puesto lanzó el Decreto 21.060, que estabilizó la economía y eliminó la hiperinflación, pero a un alto costo social: unos 20.000 mineros se quedaron sin trabajo. En el ‘93 ganó las elecciones presidenciales y emprendió una serie de reformas que incluyeron la introducción del sistema de jubilación privada y la capitalización, que entregó al capital privado extranjero el 50 por ciento de las acciones de las empresas estatales. Los sectores nacionalistas y de izquierda lo acusaron de regalar el gas natural y de desvalijar al Estado, que quedó reducido a un organismo recaudador de impuestos sin autonomía financiera.
En el ‘95, frente a la feroz oposición de la Central Obrera Boliviana (COB) a las reformas que el gobierno había implementado en el sector minero, Sánchez ordenó el arresto de los dirigentes de la central sindical y declaró el estado de urgencia por 90 días. Cuando dejó el poder, en 1997, el PBI había crecido en un cuatro por ciento, pero la deuda externa sobrepasaba los 5000 millones de dólares.
Alejado de la presidencia, Sánchez siguió siendo jefe de su partido, el MNR, y volvió a la actividad privada. Pero el año pasado volvió a candidatearse para la presidencia y en la campaña decidió no fijar su posición sobre el controvertido programa de erradicación de cultivos de coca lanzado por el difunto presidente Hugo Banzer y respaldado por Washington. Ganó las elecciones luego de una peleada segunda vuelta electoral frente al candidato del Movimiento Al Socialismo, el líder cocalero Evo Morales. El Congreso no lo apoyaba y los únicos jefes de Estado que asistieron a la ceremonia de investidura fueron el venezolano Hugo Chávez y el peruano Alejandro Toledo. La economía boliviana estaba en su peor momento y Goni aseguraba que iba a cumplir sus promesas electorales: terminar con la crisis y eliminar la corrupción y la pobreza.
Los sectores empresariales y populares exigían medidas para reactivar la economía y el gobierno no tuvo mejor idea que lanzar un “impuestazo”. En febrero pasado, los bolivianos tomaron las calles y hubo sangrientos enfrentamientos entre militares y policías que se llevaron 31 vidas y la mitad de los ministros del gobierno, que renunciaron luego del estallido.
Pero Goni nunca pierde la compostura. Cuando algo sale mal, este hombre casado y con hijos se refugia en su escritorio para escuchar discos de Beethoven y Handel y leer libros en inglés. Sus detractores aseguran que habla mejor este idioma que el castellano. Hace un tiempo, cuando un corresponsal le hizo una pregunta con acento extranjero, el presidente le dijo: “Me está imitando, ¿no?”. Le gusta hacer chistes, pero en el MNR todos se quejan de su autoritarismo. “Son los resabios del empresario dictador”, sostiene por lo bajo un dirigente movimientista que alega que Goni no obedece el estatuto del partido y llama a reuniones cuando se le antoja.
También se dice que es muy lento porque no se ocupa de ningún tema hasta que recién termina lo que estaba haciendo. Según el diario boliviano La Razón, un ejemplo de su exasperante parsimonia es lo que sucedió luego de las elecciones del año pasado, cuando tardó 25 días en formar una alianza gobernante. Otro ejemplo podría en lo ocurrido en estas últimas semanas, en que se necesitaron más de 80 muertos antes de que diera marcha atrás en su proyecto de vender gas a EE.UU. vía Chile para, finalmente, renunciar en medio del más absoluto oprobio.

Texto: Milagros Belgrano.

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