EL MUNDO › OPINIóN

La guerra y la venta de armas a Riad

 Por Robert Fisk *

El país que prestó su credo sunnita-wahabi a los asesinos del Estado Islámico (EI) en París no le dará la más mínima importancia al hecho de que François Hollande resople y proteste sobre la guerra. Los sauditas escucharon todo antes, todo lo del Nuevo Orden Mundial, desde 1991, cuando George Bush soñaba con una expresión subhitleriana de Medio Oriente en la que podría existir un oasis de paz, un lugar sin armas y la riqueza que de ellas proviene, en la que las espadas se convirtieran en arados, o al menos en buques de petróleo más grandes y oleoductos más largos.

Los sauditas están demasiado ocupados haciendo volar en pedazos a Yemen en su enloquecida guerra contra los hutíes chiítas como para preocuparse de los locos sunnitas wahabitas del EI. Su enemigo sigue siendo el nuevo mejor amigo de Estados Unidos –el Irán chiíta– y están tan decididos como siempre a destronar al presidente alauita chiíta de Siria, aun si el Estado Islámico está en la línea de frente de los enemigos de Bashar Al Assad.

Arabia Saudita sabe que la política exterior francesa ha favorecido su comercio tan fervientemente como alguna vez se opuso al acuerdo nuclear iraní, y miles de millones de dólares en armamento estadounidense seguirán fluyendo hacia el reino, a pesar de los vínculos de éste con el culto que destruyó 129 vidas en París.

Si alguien piensa que Barack Obama va a disciplinar a la teocracia monárquica de Arabia Saudita sólo tiene que echar un vistazo a la propuesta de vender armas estadounidenses por valor de 1029 millones de dólares al rey Salman, de 79 años, para darse cuenta de que a Estados Unidos no le importa frenar la ferocidad del reino.

Riad dejó en gran medida de bombardear al EI –sorpresa, sorpresa– pero necesita desesperadamente más armas después de quemar todos sus arsenales atacando a los yemeníes, hundidos en la pobreza. El contrato de armas a Arabia Saudita –ya aprobado por el Departamento de Estado de Estados Unidos– incluye municiones de ataque directo Boeing y bombas guiadas por láser tipo Paveway de Raytheon.

Los hutíes, vale decirlo, todavía controlan una gran parte de Yemen, incluida la capital, Saná, aunque la asistencia militar que reciben de Irán es un mito. Grupos de derechos humanos han acusado a los ataques aéreos de los sauditas de matar indiscriminadamente a civiles –la ONU estableció la cifra total de los muertos civiles en 2355, cada uno de ellos, por supuesto, tan preciado como las 129 vidas destruidas en París el viernes–.

A los estadounidenses –y a los franceses– presumiblemente les gustaría que los sauditas mataran a 2355 miembros del EI, pero eso no va a suceder. El Congreso de Estados Unidos ya le permitió a Obama vender otros 600 misiles antiaéreos Patriot PAC-3 –lo que aporta 8 mil millones de dólares en el bolsillo de Lockheed– aunque los hutíes no tienen una sola aeronave en su poder. Los misiles están supuestamente destinados a proteger a Arabia Saudita del ataque aéreo iraní que nadie en el Golfo realmente cree que vaya a suceder jamás.

En cuanto a las nuevas leyes de emergencia de Francia, no molestarán ni a los sauditas ni a ninguna otra nación árabe. En un Medio Oriente en el que los dictadores locales, reyes y emires –casi todos ellos aliados de Occidente– espían regularmente a sus ciudadanos, pinchan sus teléfonos y torturan a su propio pueblo, a nadie le va a importar si las nuevas leyes de Hollande restringen la “égalité o liberté” del pueblo de Francia.

Para los sauditas, la batalla familiar entre el príncipe heredero y ministro del Interior, Mohammed bin Nayef, y el ministro de Defensa y diputado Mohammed bin Salman bin Saud, de 30 años y siguiente en la línea de sucesión –quien dirigió el desastroso bombardeo saudita a Yemen– es de mucho más interés que el futuro del EI.

Y de mucho más interés para Francia serán sus propios lucrativos acuerdos de armas con Arabia Saudita, donde Hollande mantiene la esperanza –tristemente, se podría añadir– de suplantar a los Estados Unidos como el principal proveedor de armas del reino. El puede pensar que está “en guerra” con el EI, pero los mentores espirituales del llamado Califato permanecerán intactos.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère.

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