EL MUNDO › OPINION

Por qué la coalición está estallando

 Por Claudio Uriarte

En términos estrictamente militares, el repliegue de la “Brigada Plus Ultra” del ejército español de Irak es como restarle una gota al océano: la brigada tiene unos 1300 hombres; el ejército norteamericano, sólo 135.000. La capacidad de combate española, para un ejército que no ha sido testeado en batalla desde la Guerra Civil de la época de Francisco Franco, es incierta. Como los italianos, eran una mezcla de mascota y taparrabos que los norteamericanos se llevaban a Irak para probar la legitimidad internacional de su aventura. En Irak hay al presente tres ejércitos buenos: el de Estados Unidos, el de Gran Bretaña y el de Polonia. Es cierto que el de Polonia es mucho más chico que los otros dos y controla menos territorio, pero, para empezar, es un ejército formado en las condiciones ultradisciplinarias del viejo Pacto de Varsovia de la época soviética –de hecho, fueron los únicos capaces de echar a patadas a los insurgentes que querían volarles un cuartel– y, por otro, es el que encabeza la llamada “División Internacional” de la cual forma parte la “Brigada Plus Ultra”. Pero aquí aparece un pequeño problema, que puede amplificarse y multiplicarse con el tiempo: la “Brigada Plus Ultra” estaba al mando de las pequeñas formaciones enviadas por El Salvador, Honduras y otros países centroamericanos, que ahora están repensando su decisión, y quieren irse. Y, por más que una alianza estratégica con Estados Unidos esté claramente en favor de Polonia –que ha sido ninguneada en forma cada vez más insultante por la Política Agraria Común de la Unión Europea– los polacos de la calle también están empezando a tener segundos pensamientos sobre su contribución al poco claro esfuerzo de guerra angloamericano en Irak. Hay una pregunta: ¿comienza la disolución de la coalición? ¿O la coalición quedará reducida a su núcleo duro, la alianza anglobritánica? Y algo más: ¿hacia dónde va todo esto?
La visión convencional es que los atentados en el terreno contra fuerzas débiles –como los italianos– o en las propias capitales de los ocupantes –como ocurrió el 11-M en Madrid– es lo que está deshaciendo la coalición, y haciendo perder la guerra. Los terroristas llegaron incluso a la temeridad de tratar de atentar en Gran Bretaña, un país escasamente conocido por su docilidad. Entonces –de acuerdo con esta visión–, uno ataca el frente interno, y, en democracias débiles, posmodernas y aburguesadas, el enemigo huye. Esto tiene el encanto de un análisis superficial, donde las relaciones de causa efecto parecen simples y autoevidentes. Pero ese encanto es falso. La guerra que la coalición está perdiendo en Irak la está perdiendo en Irak, no en Roma, Madrid o Lisboa. Estados Unidos cometió un pecado original, en términos estrictamente tácticos y militares, en su invasión a Irak: disolver y echar a la calle a un ejército de 400.000 hombres armados –todo el mundo en Irak está armado, una Kalashnikov en una casa es tan común como una sartén, y el modo predilecto de festejo de los iraquíes es disparar tiros al aire– cuyos únicos destinos, en un país de hiperdesocupación, eran la delincuencia, la resistencia o ambos. Después vino una interminable serie de discusiones bizantinas sobre el sistema de gobierno en un país dividido entre chiítas, sunnitas y kurdos, Casi sobre el final de esta historia –por ahora– George W. Bush, el “presidente de guerra” que ni siquiera asistió al servicio militar VIP y part-time que su papá le consiguió en dos Guardias Nacionales Aéreas para que vigilara los cielos de Texas y de Arkansas de los ataques de Vietnam del Norte, entró en pánico ante la proximidad de la temporada electoral, y fijó el 30 de junio como deadline inamovible de traspaso del poder a no se sabe qué iraquíes (aunque ayer su procónsul Paul Bremer pareció decir algo distinto: con al menos cuatro líneas de mando en el terreno nunca se puede saber). Y por último, y después del linchamiento televisado de civiles estadounidenses, apareció la extraña situación de Faluja. El general Ricardo Sánchez, jefe de las fuerzas estadounidenses en Irak, tronó hace dos semanas que los terroristas de esa ciudad, que es el centro de la resistencia saddamista, conocerían su merecido. Nunca se supo cuál era. Hubo confusas e intermitentes negociaciones para un cese del fuego, incluso una para que los Marines abandonaran el lugar. Hubo un sitio ambiguo por parte de los norteamericanos. Pero ésa no es la forma de proceder de un ejército clásico ante un bastión de resistencia. Por lo general, el procedimiento clásico es dar un ultimátum con volantes y altavoces para la salida de terroristas, mujeres y niños, advirtiendo que si en 48 horas eso no pasa la ciudad será considerada una fortaleza. O se toma el camino opuesto, y las tropas retiran su asedio de la ciudad. Sánchez, bizarramente, no hizo lo uno ni lo otro. Conociendo un poco al ejército norteamericano, y a la confusión general que preside las operaciones, no es difícil adivinar que Sánchez razonó: “Si me voy, desobedezco una orden; si me quedo y entro a sangre y fuego, va a haber una verdadera carnicería, y, ¿quién me garantiza que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos no aparezca mañana mismo en una conferencia de prensa repudiando mis acciones ‘en los términos más enérgicos’ defendiendo los derechos humanos y arrancándome mis birretes? No, no tengo ganas de ser el Coronel Kurtz”.
Estas vacilaciones alientan a la resistencia, y son el punto de partida de desbande de la coalición. Zapatero, incluso, llegó a abandonar su promesa de dejar el país el 30 de junio y si hay un nuevo gobierno iraquí con presencia de las Naciones Unidas. Se va ahora. Es que no cree que esas promesas puedan cumplirse. De hecho, suenan cada vez más bizarras. Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono (foto), planeó la extraña arquitectura de un imperialismo democrático, pero, además de las contradicciones implícitas en el idea, tuvo un presidente muy poco confiable y un gobierno caótico. Y a veces parece que realmente pensaron (al presumir la democracia, y olvidar que ésta en Japón y Alemania demandó al menos cinco años de ocupación estadounidense), que Irak sería un paseo por Disneylandia.
“Los perros de caza juegan en el patio, pero la presa no se les escapará, aunque huya ya por los bosques”, dice un inolvidable aforismo de Franz Kafka. En el caso de Irak, falta saber quién es la presa, y quiénes los perros de caza.

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