EL MUNDO › AMERICA LATINA CON BUSH

El barrio se puso complicado

 Por Martín Granovsky

Hasta la medianoche, al menos, Venezuela ofrecía dos malas noticias.
La primera, que cientos de miles de manifestantes fueron atacados a tiros, y murieron decenas de personas, más que en la Argentina el 20 de diciembre último. Según todas las denuncias, los disparos provenían de paramilitares chavistas.
La segunda, que ante la falta de alternativas políticas los mandos militares se convirtieron en los encargados de emplazar a Chávez a dejar la presidencia. “Vamos a refundar nuestra república”, decían los altos mandos en uniforme camuflado.
La primera noticia marcó la desesperación de un gobierno incapaz de superar el aislamiento social y político. Ricardo Mitre, un experto argentino residente en Caracas que edita el site político y cultural elgusanodeluz.com, comentó anoche a Página/12 que la oposición a Chávez abarca a todos los partidos, empezando por la democracia cristiana de Copei y la socialdemocracia de AD, los sindicatos y las organizaciones sociales, los periodistas, los obreros, los comerciantes, los profesionales y los intelectuales. Dijo que con Chávez quedó solamente un núcleo duro de quienes lo apoyan desde los sectores más desposeídos. Otro sector de los más pobres y marginados fue chavista, dijo Mitre, pero quedó desencantado y se mantiene pasivo.
La segunda noticia, el protagonismo de los mandos militares, indicaba que Chávez estaba solo y débil pero no aparecía en el horizonte ninguna fuerza capaz de reemplazarlo dentro del juego democrático. La reaparición militar en América latina no es nueva. El fenómeno se produjo ya en Perú y en Ecuador. Lo nuevo es el carácter cada vez más descarnado de la participación militar y la repetición de sus apariciones como fuerza de desempate institucional en situaciones de crisis.
Los argentinos que veían a George W. Bush igual a Bill Clinton, o incluso igualito a Albert Gore, deberán revisar sus herramientas de análisis: la situación en Venezuela, Colombia y la Argentina revela que desde la vuelta de las democracias América latina nunca vivió una ola de fragilidad institucional como ésta, visión que se agrava por los ataques contra concejales e intendentes del Partido de los Trabajadores en Brasil.
La Argentina jamás recibió un trato financiero peor de una administración norteamericana que el que viene dispensando Bush. Tampoco ha llegado el momento, augurado infantilmente aquí, en que los republicanos mostrarían su asco por el proteccionismo. Más bien acentuaron la restricción de su economía para productos argentinos que van del acero al limón. El único tema ante el que Washington se muestra especialmente sensible es el de la seguridad, que la Casa Blanca entiende de una manera cada vez más primitiva. La secuencia de verdades y falacias, todas mezcladas, suele quedar como sigue:
- Las Torres Gemelas fueron derribadas por terroristas.
- El terrorismo islámico es el blanco número uno de los Estados Unidos.
- Cualquier organización armada es terrorista.
- Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia son una organización armada, y por lo tanto son terroristas.
- Las FARC deben ser combatidas del mismo modo en que se enfrenta a Osama Bin Laden.
Ayer mismo, mientras ardía Venezuela, el subsecretario de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado, Otto Reich, pedía al Congreso de su país mayor respaldo para aumentar la participación norteamericana en Colombia. Reclamó añadir 35 millones de dólares a la partida ya aprobada de asistencia para el año fiscal que va del 1 de octubre de 2002 al 31 de septiembre de 2003. De allí, 25 millones de dólares irían al entrenamiento de equipos antisecuestro de la policía y las Fuerzas Armadas de Colombia, seis millones para capacitar militares que custodien el oleoducto Cano-Limón y cuatro millones para levantar destacamentos policiales en zonas calientes.
La clave no es el monto pedido por Reich. Son sus motivaciones. Los Estados Unidos siempre estuvieron involucrados en la lucha antinarcos, pero la novedad es su compromiso cada vez mayor en el combate antiguerrillero contra las FARC y el Ejército de Liberación Nacional. Según Reich, al ayudar a Colombia “estamos ayudándonos a nosotros mismos, política, económica y estratégicamente”. Es decir, Colombia pasó a ser considerada parte de la seguridad nacional de los Estados Unidos, y esa lógica, que es una lógica de guerra, teñirá entonces la actitud de Bush hacia Bogotá y, por extensión, hacia el resto de América latina.
El mayor general Gary Speer, a cargo del Comando Sur de las Fuerzas Armadas norteamericanas, también dijo a los congresistas que “Colombia tiene una importancia crítica para Estados Unidos”. Lo tiene por el Bien: exporta petróleo. Lo tiene por el Mal: vende el 90 por ciento de la cocaína que consumen los norteamericanos. Y lo tiene por un posible efecto dominó: “Venezuela, Panamá y Ecuador están en cierto grado de riesgo, dependiendo de lo que suceda en Colombia”, dijo Speer.
Algunos gobiernos latinoamericanos sospechan que en cualquier momento Bush les pedirá que se metan más. Que entrenen militares, manden pertrechos y literalmente pongan los pies en el barro de las selvas colombianas. Temen que no sea el comercio internacional el que se amplíe de Alaska a Tierra del Fuego sino el escenario de operaciones.
Solo un antiimperialismo simplote, el mismo que de manera delirante ve a las FARC como una alternativa para todo el continente, podría atribuir a los Estados Unidos el monopolio de la regresión en América latina. Las cosas son más complejas. Sucede que Washington confía como nunca antes en la ortodoxia monetaria, que se desentiende de manera naïf de la calidad institucional de las democracias, que éstas pierden legitimidad porque la miseria resta sentido de cohesión y pertenencia, que los partidos se astillan y así surge, salvando diferencias, un Alberto Fujimori o un Hugo Chávez, y que incluso este tipo de liderazgos construidos sobre un esquema populista dura cada vez menos en el poder.
A medianoche, Chávez parecía tener las horas contadas. Su régimen lucía herido de muerte y ya se articulaba una transición con grandes incógnitas. “En la oposición a Chávez había gente partidaria de un ajuste, gente que fue sacando sus dólares como en la Argentina, gente partidaria de los cambios que Chávez prometió y no hizo, gente que apoyaba la política monetaria liberal de Chávez y gente que simplemente quiere la casita que Chávez no le dio”, dijo Mitre. Para el experto, en términos políticos detrás de la expresión “sociedad civil” figura un mosaico heterogéneo que va desde la agrupación juvenil de derecha Primero Justicia a un sector de centroizquierda que podría converger en una fuerza nueva, pasando por los partidos tradicionales Copei y AD.
El desafío para Venezuela es si la desobediencia civil –parecida a las asambleas argentinas por su forma e integración, entre espontánea y organizada, y por su heterogeneidad reivindicativa– alcanzará no solo para desprenderse de un régimen sino para construir una democracia de mayor calidad.
Cualquier semejanza con otras realidades no es pura coincidencia. Es, sencillamente, América latina.

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