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La guerra que viene

 Por Claudio Uriarte

Alvaro Uribe asumió ayer la presidencia de Colombia con una aprobación popular record del 77 por ciento. Las FARC lo hicieron posible. Desde el inicio de estériles conversaciones de paz hace tres años y medio hasta el derrumbe del proceso a comienzos de este año. la principal, más antigua y mejor armada guerrilla de América Latina no se cansó de cavar su propia tumba, y produjo un inédito realineamiento nacional en su contra. El ascenso de Uribe fue prodigioso: a mediados de 2001 todavía era un candidato minoritario y con un solo tema –la lucha contra la guerrilla–; sin embargo, en las elecciones de mayo, ese mismo único tema le garantizó arrasar con un 53 por ciento de los votos, que hicieron innecesaria una segunda vuelta. La figura a la que más se parece es a la de Alberto Fujimori, con quien incluso comparte cierto estilo personal descolorido y tecnocrático, pero Uribe no necesitará los tanques para lograr el Congreso que quiere: ya anunció un referéndum de reformas políticas y es poco probable que sus derrotados opositores logren sostener su resistencia a la disolución del actual Congreso y la elección de un nuevo Parlamento unicameral.
Los ataques dinamiteros de ayer contra el centro de Bogotá confirman que la guerra en serio no ha hecho más que comenzar. Uribe consagró la mayor parte del tiempo desde su triunfo electoral a una extensa gira internacional en que obtuvo el cambio de carátula del Plan Colombia, garantizando el paso legal que permite que los 1300 millones de dólares de ayuda militar estadounidense –la más alta debajo de Israel y Egipto– puedan ser usados para combatir a la guerrilla. También logró que Estados Unidos renovara la vigencia del Acta de Preferencias Arancelarias Andinas, con que Washington favorece las exportaciones de los países que combaten el narcotráfico y erradican cultivos ilegales. En Europa consiguió una serie de convenios bilaterales de colaboración antiterrorista, especialmente con España, Francia y Gran Bretaña. De los empresarios colombianos espera que contribuyan a sufragar el esfuerzo de guerra mediante los impuestos; de los ciudadanos comunes, que se plieguen a su propuesta de formar un cuerpo de un millón de informantes civiles. El suyo es un diseño de economía de guerra modular, donde distintas fuentes de financiamiento y entrenamiento concurren dentro de una estrategia general. Lo que queda claro en el triunfo de Uribe es que el terrorismo sistemático alienta soluciones de derecha. Y lo que queda por ver es qué papel jugarán los paramilitares de ultraderecha en la guerra que viene.

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