EL PAíS › EL SECRETARIO DEL TESORO LE PUSO UN CRONOGRAMA A LA NEGOCIACION CON EL FONDO

Un mes y medio para llegar al paraíso

Si el edén es el acuerdo con el FMI, O’Neill dejó en claro que podría lograrse en seis semanas. También explicó por qué los argentinos tienen la culpa de lo que les pasa, por qué Washington no los castigó y cuál es la ley de la hamburguesa.

 Por Martín Granovsky

Paul O’Neill es un conservador compasivo como George W. Bush. Desde ayer, cuando el secretario del Tesoro dejó la Argentina tras 27 horas de visita, está claro qué quiere decir eso. O’Neill fue compasivo cuando se sacó una foto con unos wonderful children, esos chicos maravillosos tal como los definió él mismo, en una guardería de Merlo. Y fue conservador cuando abandonó Buenos Aires dejando solo un signo: los Estados Unidos ven probable un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional en las próximas seis semanas. Es decir que el Tesoro no pondrá dinero, como en Uruguay, pero bendecirá el arreglo.
Antes de irse, el ministro de Economía norteamericano mantuvo un contacto con un pequeño grupo de periodistas de medios gráficos, entre ellos Página/12, en un salón de la residencia del embajador estadounidense. El hermoso Palacio Bosch de Libertador y Kennedy ayer parecía un monumento francés del siglo XIX custodiado por efectivos del Servicio Secreto con tecnología del XXI. Aclaración imprescindible: en los Estados Unidos el Servicio Secreto depende, justamente, del Departamento del Tesoro. Para O’Neill, todo queda en familia.
Rigurosamente vigilado afuera y suelto dentro de la residencia, el secretario fue consultado sobre si su país dará un préstamo puente para que la Argentina pueda llegar viva al momento de firmar un acuerdo con el Fondo.
La novedad –modesta, para esta Argentina ídem– fue que O’Neill no dijo no.
–No sé, no lo sabemos por el momento –respondió.
Y siguió:
–El ministro de Economía y el Presidente me dijeron que están trabajando en un memorándum de entendimiento para presentar al Fondo la semana que viene, o sea que están en plena tarea de identificar diferencias y superarlas.
Este diario pudo saber que luego, en un contacto con corresponsales norteamericanos, incluido Larry Rother, el periodista de The New York Times cuya existencia tortura a Carlos Menem, O’Neill completó su idea. Dijo que el memorándum podría estar terminado a fines de la semana que viene y que después quedaría un mes y medio más. El secretario del Tesoro dijo que estaba muy bien ese margen, porque así la Argentina se salvaría de llegar a una cesación de pagos en sus vencimientos de septiembre. También informó que los Estados Unidos podrían prestar asistencia técnica en la negociación. A la vista de lo que sucedió en Uruguay, quizás no haya que ponerse eufóricos con la promesa: la intervención del Tesoro se produjo a cambio de dejar maniatada la banca pública, base del desarrollo productivo, por los próximos tres años. Fueron, en total, 1500 millones de dólares que saldrán caros.
O’Neill, sentado de espaldas a una magnífica edición de las obras de Víctor Hugo en francés, dijo todo como en un suspiro. Había media hora en total para escuchar sus respuestas a través de la mesa ovalada de felpa y observar sus ojos movedizos, que miran fijo al interlocutor hasta estar seguros de que su mensaje llegó. Es fácil imaginar al secretario al frente de Alcoa, la multinacional de aluminio que dirigía antes de ser convocado por Bush. Hasta puede imaginárselo con Bono recorriendo Africa, sin duda un mal antecedente para la Argentina si alguien, cándidamente, piensa que la clave del poder ante Washington es la persuasión y no la capacidad de daño que pueda ejercer el desastre financiero argentino: aquí la miseria es la miseria, pero es obvio que Merlo presentó para O’Neill un panorama bucólico al lado de lo que vio en las aldeas africanas.
¿El secretario quiere perjudicar a la Argentina? Está claro que Washington abandonó al país en medio de la crisis, tal como señaló el brasileño Fernando Henrique Cardoso. Pero, ¿lo hizo para escarmentarla por el default? ¿Fue una forma de castigo? O’Neill escuchó estas preguntas como si oyera hablar de una cotización de aluminio. Y respondió sinagitarse y con una ironía que no delató en ningún momento el rictus siempre serio de la boca.
–Dos meses antes de que subiera la Administración Bush, en noviembre del 2000, la Argentina trabajó con el Fondo Monetario hasta lograr un acuerdo de 20 mil millones de dólares de asistencia a la Argentina. Cuando nosotros llegamos al poder, la Argentina ya estaba en dificultades financieras.
Primer mensaje: ustedes tienen la culpa.
–Empezamos a estudiar los temas, pero elegimos no dar clase a los países en problemas, mantener un bajo perfil y trabajar detrás de la escena y calladamente –dijo el hombre que declaró a The Economist que la Argentina en los últimos 70 años no fue capaz de construir una industria de exportación–. Y hoy seguimos comprometidos con la idea de una Argentina estable y próspera, en crecimiento.
El mensaje sobre que cada uno, hombre o país, es dueño de su futuro, esa idea tan típicamente conservadora de que cualquiera puede lograrlo si quiere, sobrevoló toda la charla. Cada vez que fue consultado por elecciones aquí o en Brasil, sobre Carlos Menem, Elisa Carrió, Luis Zamora, Adolfo Rodríguez Saá o Luiz Inácio Lula da Silva, el secretario declinó hacer nombres y dijo que en este mundo “todos tienen la información necesaria para saber cuál es el único sistema que permite organizarse para lograr la prosperidad”.
El segundo mensaje, machacado durante todo el tiempo, fue sobre la importancia de the rule of law, esa frase tan sajona del imperio supremo de la ley que aquí algunos ven como sinónimo de Estado de Derecho o de seguridad jurídica. Fue nítido el motivo por el que O’Neill desempolvó el concepto. Lo hizo al hablar de los bancos. Y lo hizo varias veces. Una: “Para que haya crecimiento es necesario un sistema bancario que funcione, que la gente tenga confianza en que cuando deposita su dinero recibirá todo dinero, que tendrá los intereses correspondientes”. Otra: “Aprendí mucho hoy. Estuve con estudiantes secundarios. Me dijeron que no hay cheques ni tarjetas de crédito. Así la economía no funciona”. Una más: “Por el rule of law, si uno hace un contrato con otro la sociedad debe respetarlo”. Y otra: “Cuando uno pone el dinero de una hamburguesa o un auto, lo menos que pretende es retirar después la cantidad equivalente a una hamburguesa o un auto”.
¿No había más preguntas? Había. Pero el abuelo de 12 nietos enfundado en su traje gris oscuro impecable, corbata bordó, camisa blanca refulgente y un reloj con algún dorado pero sin ostentación debía volver a su avión estacionado en Ezeiza. En los Estados Unidos O’Neill no es, como en la Argentina, el Papá Noel avaro que aparece por la chimenea con las manos casi vacías sino el jefe económico de un gobierno que destruyó el 37 por ciento de la riqueza ahorrada por los norteamericanos en la Bolsa. No se sabe si sus compatriotas seguirán siendo tan conservadores ahora. Pero compasivos, seguro que no.

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“Cuando llegamos al poder, la Argentina ya estaba en dificultades.”
 
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