EL PAíS

Para Belgrano y Güemes que miran por TV

Dos actos en un mismo día, toda una novedad. Malentendidos de una reunión difícil. Los ripios precedentes. La dirigencia opositora y la peronista de cara a Rosario. Una derecha que flota en el aire. Un gobierno enfrascado. Y unas líneas sobre resabios anacrónicos.

 Por Mario Wainfeld

Dos actos sucesivos en breve tiempo, respondiéndose o negándose, hubo cientos de veces. Cierres de campaña como los de Alfonsín y Luder en noviembre de 1983, los del ’45, los que auguraron el sangriento golpe del ’55, el de Blumberg en réplica de volea contra la recuperación de la ESMA. La memoria del cronista no registra una instancia como la de hoy, cuando el espacio público se disputa en dos provincias.

Uno será oficialista y otro opositor, tales sus definiciones primeras. Serán actos políticos y es tan necio negarlo como demonizar esa condición valorable. Las bregas por el imaginario colectivo o por la distribución de riqueza son siempre políticas. Cierto es que en Rosario pondrá la parte del león un conjunto de corporaciones de productores agropecuarios, curiosa vanguardia de un fenómeno que la desborda por todos los flancos. Pero su interpelación excede el requerimiento sectorial, se embandera de celeste y blanco, recusa al gobierno elegido por el voto y le contrapone una alternativa imprecisa e incompleta, pero alternativa al fin.

La oposición política propiamente dicha se encaballó en el proceso, con dinamismo muy variado. Como ya pasara en las elecciones, Elisa Carrió fue la más vivaz y la que redireccionó su discurso de modo más grato a los protagonistas de la revuelta. Quedó en pole position. Macri fue nuevamente “Mauricio”: dio cuenta otra vez de su ethos perezoso, tibio y dubitativo. Al cierre de esta nota no se sabe si irá en vez de costearse al estadio José Amalfitani, aprovechando que Boquita pone todas sus fichas en la Copa. Roberto Lavagna reincidió en mostrarse sereno, estático y poco ansioso de bajar a la cancha. Hermes Binner, dicen en su torno, privilegiará los actos oficiales, consistente con su perfil bajo.

Entre gobernadores y dirigentes peronistas habrá muchos al acecho. Jorge Busti ya añadió una nueva mancha a su cuerpo atigrado, cambiando de bando en función de cómo viene el viento. Carlos Reutemann hasta podría subirse a su moto y decir “presente”, sería un avance respecto de su laconismo habitual. Juan Schiaretti quedará en gateras, pero sería banal ignorar que revista (si no encabeza) en un sector relevante de la dirigencia peronista, incluidos unos cuantos que gobiernan territorios. Tienen cuentas pendientes con los Kirchner y podrían cobrárselas si es que cesa su estrella electoral.

Gerónimo Venegas, el líder sindical de los trabajadores del campo, por ahí se pega una vueltita y les hace un guiño a los patrones. Custodio de la ortodoxia peronista, crítico de las investigaciones judiciales sobre la Triple A, secretario general de un sindicato con marcas record de informalidad y explotación, Momo podría fungir de deplorable “pata peronista” en el Monumento a la Bandera, muy en desventaja con Lole, que da mejor el biotipo y el decil de ingresos.

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El remoto jueves: El fragor, los discursos, el tono de hoy dejarán hundida en el pasado remoto la reunión del jueves. Sin embargo, justifica un vistazo en las vísperas de los actos porque es una maqueta de lo que viene sucediendo. Las dos partes cooperaron tácitamente para empiojar un acuerdo serio para nada inalcanzable. La Mesa de Enlace, compelida a bajar la beligerancia tras el acto del PJ en Almagro, hizo como que levantaba el paro, adelantando su final unas horas. Podía haber ofrecido más, si tenía apuro en cerrar. Y se plantó en exigir un cierre definitivo en cuestión de horas, imponiendo tiempos premiosos al Gobierno.

Del otro lado también existía la decisión de no cerrar trato antes del 25 de mayo. ¿Para qué encontrarse, entonces, dirá el lector? Sin duda, porque ninguno quería resignar ante la opinión pública el rol de componedor.

Sin otros aditamentos, el cónclave iba en avión al fracaso. Hubiera tenido una mínima chance de supervivencia si las partes le hubieran agregado dosis machazas de voluntad y destreza negocial. Faltaron, más vale.

La charla duró bastante menos que las subsiguientes puestas en escena mediáticas. Alberto Fernández señaló que era visitante en Economía aunque, como su Argentinos Juniors el viernes, se agrandó en tal condición y dio una conferencia casi sin respirar. Hasta su homónimo Carlos, el ministro de Economía, bromeó sobre la verborragia del jefe de Gabinete.

Los presidentes de las entidades los escuchaban (vía celular de un vocero) en el señorial Salón de los Cuadros. Lo acusaron de haber precocinado la presentación y el respectivo power point. Y tras cartón amenazaron con hacer noche en el quinto piso de Economía, una hipótesis de sobreactuación victimista que también llevaban cuando entraron. En el ínterin discutieron duro entre ellos pero (fieles a su praxis de dos meses) unificaron personería al salir.

Era una reunión casi imposible, aun con buena voluntad. Fue imposible, no más.

El Salón de los Cuadros contiene una mesa directorio de noble madera. Una placa informa que sobre ella se firmó, en 1935, la paz provisoria entre Bolivia y Paraguay merced a la intervención del canciller argentino Carlos Saavedra Lamas. El hombre ganó el Premio Nobel de la Paz por su afán y su muñeca. Si se permite bromear con un anacronismo, haría falta ahora su expertez de cara a un conflicto menos feroz y sin duda más resoluble que se ha convertido en un arcano para el Gobierno, huero de cintura diplomática, atravesando el trance más difícil de sus cinco años de gestiones sucesivas.

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Malentendidos: El encuentro del jueves requería manos hábiles, para hacer microcirugía, acercar posiciones y restaurar confianzas. Eso si se pensaba bien, si no se actuaba como un happening o una improvisación teatral sin libreto o estrategia previa.

Muchos malentendidos distancian a las partes, muy proclives a las declaraciones altisonantes y a ofenderse por las hipérboles del otro. El oficialismo reniega por la prepotencia de los dirigentes agropecuarios y se embronca por la poca inscripción para cobrar reintegros a las retenciones. Los atribuye a la informalidad absoluta de algunos chacareros (sólo podrían cobrar si se blanquearan) a la retención de ventas que vienen haciendo en espera de cambios o a demoras en presentarse imaginando que cambiará el escenario. Dirigentes consultados por este diario reconocen que esos tres factores (incluida la falta de conducta fiscal responsable) existen pero señalan que el Gobierno les hace imposible la vida a los pequeños productores que intentan cobrar, colmándolos de trámites farragosos. Lo cierto es que, sin discrepancias de fondo, la medida se hizo ilusoria. La falta de cooperación es un dato y un karma. También es real que si miles de ciudadanos tienen derecho a cobrar un reintegro y la plata llega a pocos centenares el Gobierno debería revisar su conducta y premisas. Aunque se actúe en contrario, hay un derecho en danza y la función del Estado es agilizar su percepción y no sólo recriminar a los ciudadanos que se quedan en el camino.

El ejemplo es uno de tantos en los que no hay tantas diferencias, pero que perdura trabado por la estulticia de las dos trincheras.

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Evasivas sobre el score: Carece de sentido la prognosis sobre hechos que sucederán en horas, así que el cronista gambetea esa tentación. Sí se puede consignar que la mera existencia de los dos actos, el crecimiento de un sujeto político contestatario, la aglutinación de una oposición que venía diseminada desmejoran la posición relativa del oficialismo. Las mutaciones del tanteador derivan de algunos aciertos del adversario y del abuso de la fuerza cuando el desabastecimiento. Pero lo sustancial son goles en contra que el kirchnerismo viene anotando, dejando a veces la sensación de que ni los registra.

El crecimiento económico, el nuevo tablero político después de las elecciones, el desplazamiento de Néstor Kirchner a otro rol, la falta de frescura del gabinete de Cristina han tenido magra corrección. La proverbial carencia de cuadros de gestión en los que delegar representatividad y responsabilidades se han agravado y puesto en llaga. Ni qué decir de los portavoces para sostener las posturas del Gobierno en el espacio público: son pocos y la hiperexposición los fatiga y desgasta.

Los actos convalidan una tendencia asombrosa en la era Kirchner: la agenda le es impuesta desde hace más de dos meses. El ex presidente produjo un giro ingenioso en el acto de Almagro y consiguió lo que fueron sus costumbres durante años: sintonizar con la opinión pública. Retomó la iniciativa, la traspapeló en cuestión de horas.

Todo es opinable en las viñas del Señor. Al cronista le parece cantado que hay un acuerdo factible en materia de retenciones móviles, mochando su escala superior, segmentándola entre pequeños medianos y grandes. Y saliéndose de un asfixiante brete en el que se ha enfrascado, que achica su panorama y lo desdibuja ante otros ciudadanos.

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Narrativas y cotillones: La movilización es un ingrediente esencial de la democracia y siempre hay que leer lo que dicen los actos públicos. Las palabras pero también los cuerpos, las presencias, las voces de la multitud. Mañana será el día. A cuenta y sujeto a eventual revisión, cabe decir que el backstage de Rosario aglutina amagues preocupantes. Mientras los dirigentes hacen un culto utilitario de la no-política, la antipolítica cuela por doquier. También un tendal de comparaciones clásicas entre manifestantes de primera y de tercera clase. Los primeros van a fuer de ciudadanos dignos, los terceros “son llevados”. Tener movilidad propia tiene sus privilegios ya se sabe, pero no debería trasladarse a una categorización entre seres iguales.

El cotillón de la movida y los slogans que la entornan no sólo son política. Son política convencional, hasta vieja. La invocación del pasado glorioso, la apropiación de la escarapela, la adhesión entusiasta de la jerarquía de la Iglesia Católica (un sector mucho más certero para encontrar su lugar que la Federación Agraria) hablan de la tan meneada aparición de una derecha competitiva. De sus dirigentes, de sus bases y del accionar de factores de poder dependerá si es una nueva derecha (o centroderecha, que ahora queda bien decirles así) o de una rústica reacción conservadora como hubo tantas en estas sufridas pampas. Y si es democrática como se reclama o golpista.

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Divorcios: Flota en el aire un tufillo a encontronazos con sabor a viejo, de fragmentación antagónica entre estamentos sociales y productivos o aun entre regiones. Una mirada al barrio, la América del Sur, refleja una tendencia a la centrifugación que justifica alzar la guardia.

El divorcio entre clases medias y sectores populares (que rondó la polémica electoral en 2007 y en cierta medida los resultados) fue ruinoso para la integración argentina, para la distribución equitativa de la riqueza y hasta para el sistema democrático. Arturo Jauretche, sin privarse de tomar partido, desmenuzó como nadie las causas y efectos de ese divorcio antagónico. En otro lugar de estas páginas (ver nota aparte) se lo recuerda, porque el hombre y la fecha lo ameritan. Tal vez también porque el cronista ansía el alivio de hablar elogiosamente sobre algo o alguien.

La radicalización de un conflicto parcial cae mal en un año que debía estar signado por la lucha contra la inflación, las propuestas a mediano plazo, la lucha contra los núcleos duros de pobreza, un abordaje a fondo del deterioro del tipo de cambio competitivo. El Gobierno tiene razón cuando denuncia que cuatro corporaciones, con arrogancia, prepean exigiendo una paridad de trato desmesurada con los representantes del pueblo. Pero licua su eminencia cuando se ensimisma en el contencioso y deja en pause problemas no menos relevantes y acuciantes.

Las gentes en la calle o en las plazas trasfunden savia al sistema democrático. La calidad de los actos y sus repercusiones dependerán de ellos pero también de protagonistas que deberán demostrar temple y una buena lectura del nuevo escenario.

Mañana, la síntesis del partido.

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Imagen: Alejandro Elias
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