EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

Oportunidades

 Por J. M. Pasquini Durán

¿Será cierto que Néstor Kirchner tomará distancia de los asuntos nacionales diarios para ocuparse de acelerar la marcha de la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur)? El presidente ecuatoriano Correa, buen amigo de los Kirchner, pasó por Buenos Aires con tiempo suficiente para un almuerzo rápido, a fin de realizar consultas que lograron trascender al público. Quiere auspiciar la candidatura del ex presidente a la Secretaría Ejecutiva de Unasur, cuya sede actual en Quito se desplazaría a Buenos Aires, que contaría desde ya con el respaldo de Lula, Chávez, Evo Morales y Lugo, flamante presidente de Paraguay, aunque de verdad no habría competidores a la vista. Dado que todavía no es una noticia oficial, no requiere confirmación, pero como versión tampoco recibió desmentidas de los involucrados. Sería un puente de plata para alejar los comentarios locales sobre el “doble comando” en el Poder Ejecutivo con los que se intentó desacreditar y debilitar la gestión de la presidenta Cristina.

La idea no es nueva, puesto que antes del relevo presidencial había comentarios en voz alta acerca de los planes de Néstor sobre una gira internacional de conferencias para propagandizar la reactivación argentina y, de paso, estrechar relaciones que no había tenido tiempo de cultivar en los difíciles años de su gobierno. Incluso se dijo entonces que comenzaría por un circuito que Bill Clinton frecuentaba en Estados Unidos. El plan, como es obvio, además pretendía dejar el centro de la escena nacional a la exclusiva figura de la sucesora. Si alguna vez existió la intención fue postergada primero por la urgencia de disciplinar al PJ, restableciendo una conducción central, y de inmediato por el exaltado compromiso del presidente partidario en el conflicto con la Sociedad Rural y sus aliadas de la “mesa de enlace”. Después de 120 días de pulseada, y pese a sucesivas concesiones del oficialismo a las demandas de los llamados pequeños y medianos productores agropecuarios, el Gobierno perdió la batalla en el Senado nacional, gracias al voto en contra del vicepresidente Julio Cobos, un aliado radical de Mendoza cultivado por el propio matrimonio y por Néstor en primer lugar como símbolo de la “concertación plural”. El trauma político fue tan severo que aún los hematomas siguen a la vista en el cuerpo oficial, también porque los opositores olieron sangre y se lanzaron a golpear sobre las heridas. El más encarnizado es el bonaerense Eduardo Duhalde, gran elector de Kirchner en 2003 y presunto retirado de la política activa, según sus propios dichos, que acaba de comparar al ex presidente con los estilos oratorios de Hitler y Mussolini. Hay que estar desesperado para escupir contra el viento de esa manera.

Desde Cobos hasta Elisa Carrió, entre los opositores no peronistas, tratan de excitar las fantasías del entrerriano Minga De Angeli sobre su futuro personal en la política para que vuelva a las rutas con sus brigadas de “todo terreno” con el cuento que nada cambió, ni cambiará, en las políticas gubernamentales para “el campo”. En realidad, desde aquel duro trance que obligó a cancelar la resolución 125 y regresar al régimen vigente al 10 de marzo, principal consigna de Minga, hubo perceptibles modificaciones en la conducta del Poder Ejecutivo. Ante todo, el “doble comando” volvió a funcionar como en el período anterior, pero con las funciones invertidas, ahora con ella en el puente de mando y él en la sala de máquinas. El giro más evidente reubicó al Congreso en un lugar de primera plana en la determinación de asuntos trascendentes, como los debates actuales sobre el futuro de Aerolíneas Argentinas y el sistema automático de actualización para las jubilaciones y pensiones, mientras otros temas de similar envergadura esperan turno para los debates. La Presidenta consulta sobre la economía a un grupo de especialistas y es posible que la próxima semana anuncie cambios en la conducción del Indec en la búsqueda de recuperar el prestigio perdido de las estadísticas oficiales, ya que está demostrado que la posible ganancia de deprimir los índices, que influyen en los montos de la deuda pública, ocasiona más pérdidas que el reconocimiento certero y transparente de la variación de precios. Está en marcha también una revisión de los subsidios y sus resultados, no sólo para ajustar los gastos fiscales sino para incentivar el capitalismo productivo, antes que los negocios prebendarios y las finanzas especulativas se abalancen sobre el Tesoro nacional, como lo intentaron en las últimas semanas.

No son los únicos cambios –empezó una relación más abierta con la prensa y la presidenta Cristina visitó a Raúl Alfonsín en su domicilio particular para interesarse por su salud, entre otros datos–, pese a lo cual la campaña opositora insiste en que todos esos movimientos no son más que maquillaje para disimular los hematomas. Uno de los argumentos en ese sentido sostiene que fue un negocio ruinoso pagarle al Fondo Monetario Internacional (FMI), que “sólo” cobraba el 4 por ciento de interés, para colocar bonos en Venezuela al 15 por ciento. Es una maliciosa interpretación contable, como si las relaciones con el FMI no tuvieran ninguna carga política, ni otra función, que la de prestamista barato, cuando existe medio siglo de historia –la década de los ’90 está fresca en la memoria– sobre los resultados nefastos para el país, en primer lugar para los sectores de la producción y el trabajo, por la aplicación forzada de las fórmulas del Fondo a cambio de los préstamos directos y de su intermediación con otras fuentes de crédito.

Hay que decir, sin embargo, que estas campañas pueden prosperar debido a las fallas en la gestión oficial y, más que nada, a que todavía no utiliza todas sus fuerzas para librar la batalla cultural a favor de una visión progresista del desarrollo nacional. No es que le falten fuerzas, ya que durante el debate con el sector agropecuario aparecieron sectores, entre ellos intelectuales de merecido prestigio, dispuestos a confrontar ideas en beneficio de la sociedad. Sin embargo, prevalece aún en el Poder Ejecutivo la tendencia a utilizar el monólogo en actos públicos como la principal réplica a los ataques y críticas, aunque necesario, insuficiente para compensar las campañas que ganan espacio en los canales mediáticos que contribuyen a deprimir el ánimo general y a su vez son retroalimentados por las desazones de la opinión pública. Hasta Elisa Carrió, durante una entrevista en televisión, reconoció esta semana que hay medios que ocupan el rol de partidos opositores. Tienen derecho a definir políticas editoriales según sus particulares puntos de vista, sin que esto implique ninguna estafa a las reglas de la democracia, pero con la misma libertad y despliegue podrían el Gobierno y sus aliados ejercer su propio derecho de opinión.

A manera de referencia sobre esa indispensable tarea cultural, esta semana trascendió la gestión del presidente Correa, pero el ciudadano medio está lejos de evaluar en su dimensión debida el significado de Unasur por falta de información adecuada y sostenida. Desconoce que es un proyecto estratégico para la región y para cada una de las naciones sudamericanas, puesto que si logran integrar los recursos en una misma dirección pueden lograr un sitio destacado en la globalidad internacional, ya que poseen riquezas cada vez más apetecidas por la economía mundial (alimentos, energía, agua dulce, tierra abundante y fértil sin explotar y muchos otros recursos naturales). En cada uno de los países, la posibilidad de cambios hacia el futuro provoca debates y conflictos a la medida de los intereses en juego, pero si pudiera llegar a la conciencia pública la idea de las posibilidades que ponen en marcha la integración y la cooperación regionales, sin duda que tendría influencia en el ánimo general.

Bolivia acaba de pasar por un trance arriesgado, como fue la consulta en las urnas sobre la gobernabilidad: los resultados generales conocidos indican que sus votantes decidieron que tanto el presidente Evo Morales como los gobernadores autonomistas deben sentarse a negociar un proyecto compartido, porque no quieren prescindir de ninguno. En Paraguay acaba de asumir un nuevo gobierno de centroizquierda, encabezado por el ex obispo Fernando Lugo, con la expectativa favorable del 76 por ciento de la población encuestada, que puso fin a seis décadas de monopolio político del Partido Colorado. En su mensaje inaugural, Lugo dejó en claro las identidades compartidas con Sudamérica, además de expresar su reconocimiento a la solidaridad argentina con los paraguayos que vinieron a este país en busca de un destino mejor y, según el flamante mandatario, “tantas veces habrán cantado ‘Volver’ con Carlitos Gardel sin que pudieran regresar en tantas décadas”. En Ecuador, el mismo Correa logró el apoyo suficiente para aprobar su nueva Constitución, pero los núcleos conservadores, con el respaldo de la Iglesia Católica, están dispuestos a darle pelea. El conservador Alvaro Uribe, de Colombia, tiene un movimiento mayoritario a favor de su tercer mandato, pero a la vez necesita mantener amistad con Hugo Chávez, promotor del nuevo socialismo en Venezuela, porque le hace falta para su propia economía y comercio. Hoy, sábado, comenzará en República Dominicana el tercer mandato de Leonel Fernández, quien presidió las deliberaciones de los presidentes del Grupo de Río, quienes protagonizaron uno de los debates políticos en la zona más interesantes en mucho tiempo.

Todos los países sudamericanos están sometidos a contradicciones y dificultades, tan inéditas algunas como el hecho cierto de que nunca antes hubo democracia como en este tiempo y semejante coincidencia de propósitos entre sus gobernantes, pese a las diferencias ideológicas o políticas entre ellos. De esa visión compartida surge la Unasur; pero si no se consolida rápido, los mandatarios que la respaldan agotarán el tiempo de sus mandatos, dejando la iniciativa suspendida en el aire, como un enigma hacia el porvenir. De modo que la oferta a Kirchner, el gobernante que sacó de las llamas a la Argentina, no es un refugio de oportunidad sino la confianza en que sabrá acelerar los tiempos para consolidar cuanto antes la iniciativa. El mundo actual no perdona a quienes pierden oportunidades y las relaciones pueden ser muy crueles en nombre de crudos intereses. Así, Rusia atropella a Georgia con todo su poder militar en nombre de reivindicaciones territoriales, pero Europa deja hacer porque necesita el petróleo que controlan los rusos y Estados Unidos, con cinismo sin par, critica el atropello como si los antecedentes de Afganistán y de Irak no existieran.

En la puja por la sucesión de George W. Bush, en las últimas semanas, la derecha lanzó una desaforada campaña de terror, dirigida a la población blanca, pronosticando que con Barack Obama, si triunfa, se desatará la “revancha racista de los negros”. Es tan asqueroso el argumento que, por sí mismo, justifica el deseo de que gane el candidato demócrata, tan diferente a Bush en tantos sentidos, pero es probable que América latina, con la renovación en la Casa Blanca, vuelva a sentir algunos rigores imperiales, atenuados los últimos años por las aventuras guerreristas en los países árabes. Razón de más, aun con Obama, para que la región anude sus propios vínculos y para que las mejores tendencias nacionales se afirmen en la gobernabilidad democrática para que ninguna debilidad sea aprovechada en beneficio ajeno. Este es otro objetivo para la cultura política nacional: liberar al pensamiento colectivo de los cálculos mezquinos y reduccionistas para echarle un vistazo al mundo actual y estrechar filas en defensa del porvenir.

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