EL PAíS › LA CAMPAÑA MAS FRIA Y DISTANTE DE LA
HISTORIA. SUS RAZONES Y SINRAZONES

Acerca de la pobreza política

Algunos desvaríos sobre la pobreza política, sus orígenes y sus responsables. Las diásporas peronista y radical y sus futuros posibles. Menem, al modo de Terminator, subsiste. De cuánto tienen que ver sus adversarios en tamaña persistencia. ¿Puede ganar? Roces y malentendidos entre el candidato y la Rosada. Límites y debilidades del duhaldismo, así sea jugando de local. Y un final, ligeramente, voluntarista.

 Por Mario Wainfeld

“Uno de los aspectos más fuertes del corazón de la pobreza es el sentimiento de impotencia y de falta de poder que tienen quienes la sufren. Nada de esto, obviamente, se mide vía ingresos.”
María del Carmen Feijóo
La cita del acápite corresponde a una intervención de la autora (publicada en Clarín el viernes pasado) en el debate acerca de las mediciones de pobreza en la Argentina. Feijóo (una socióloga profunda y comprometida, a la sazón funcionaria del actual gobierno) resalta un punto esencial: la multicausalidad de la pobreza, su relación estrecha con el tema del poder y con las políticas estatales. Pobres son muchos argentinos porque ganan poco o nada pero también (o, mejor dicho, especialmente) porque el Estado se fue, los transportes públicos son horribles y caros, el sistema de salud capotó, las instituciones no existen y la política...
¡La política...!
Pobre de solemnidad es la política argentina, vaciada de contenido y de institucionalidad y en cuanto tal consigue la hazaña de hacer, aún, más pobres a los pobladores de estas pampas. Van a cumplirse veinte años de la restauración democrática, un record autóctono, y ha venido ocurriendo una degradación progresiva que ha alejado a la política de la gente, que ha alienado a las mayorías del cabal poder que le da su voto. Y que obra algo que parece una paradoja pero que –si se lee bien la cita de Feijóo– es una corroboración: aunque los pobres son cada día más, los gobiernos surgidos del voto de las mayorías consolidan, día a día, una sociedad más dual, más injusta, más concentrada en poder, prestigio, ingresos y (aun) esperanzas. La degradación democrática no funciona como una bomba, sino como un penoso (y desparejo) proceso de erosión. Cual ocurre en las familias que se deshacen o en los edificios que se tugurizan no todo es decadencia, no todo es disfuncionalidad. Hay momentos, instancias, lugares donde todo es como debería ser.
La política argentina parió, desde 1983 –sin pretender agotar el inventario sino recordar hechos memorables–, notables movimientos sociales (conservando y remozando el de derechos humanos), ONGs activas y solidarias, FM aguerridas y de buen nivel esparcidas por doquier. Alumbró novedosos fenómenos del movimiento popular, desde la Carpa Blanca hasta los piqueteros. Asistió a formidables marchas en contra de la impunidad, en ciudades, provincias y pueblos. Puebladas insignes en Santiago del Estero o Cutral-Có. Tuvo y tiene enérgicos, consistentes organismos de defensa del consumidor, líderes sociales espontáneos, vivaces, reciclados de militancias pretéritas o salidos a la calle tras décadas de ostracismo. El clima democrático hizo florecer cien flores, todas de digna fragancia, algunas de ellas perdurables. El problema es que falla lo principal. Las instituciones esenciales de la democracia y la voz del pueblo.
Los poderes del Estado (que no es tal) no son tales. El Parlamento no es el ámbito de representación del pueblo y de las provincias, la administración de Justicia da náuseas y los sucesivos presidentes, supuestos mandatarios de los ciudadanos, suelen obrar contra los intereses, los deseos y aun las manifestaciones explícitas de sus representados.
La declinación de la política en tanto búsqueda de contrapesar a los poderes fácticos es un problema que trasciende estas latitudes. Sería consuelo de tontos resignarse a ese mal de muchos. Amén de eso cabe subrayar al menos un dato nativo que añade decepción argentina a la deprimente tendencia mundial: la desigualdad, la injusticia, los ajustes, la construcción de la sociedad dual no vino acá prohijada por fuerzas sedicentes conservadoras sino por aquellas que se definen como nacionales y populares. La Argentina no llegó a ser uno de los países más dependientes e injustos de la tierra bajo la advocación de Margaret Thatcher sino bajo las de Juan Perón e Hipólito Yrigoyen. La consecuencia, letal, es el fenomenal vaciamiento de símbolos e identidades.
Una elección presidencial, incluso en ese contexto bajoneante, tiene el rango de una oportunidad. No se trata de creer en la magia, un comicio no puede ser la panacea que recupere el tiempo y las oportunidades perdidas pero sí un momento positivo, pasible de ser aprovechado para intentar revertir o atenuar la decadencia. Al fin y al cabo, la renovación de los mandatos es una instancia de limitación de poder, de corroboración de representatividad. Una campaña presidencial puede ser un momento de reactivación de las pasiones, de afinamiento de los discursos, de recreación del diálogo. Nada puede decirse de definitivo cuando todavía faltan 60 días para que se llenen las urnas pero todo sugiere que esa oportunidad, aun en sus módicos posibles alcances, va (veloz) en camino de ser desperdiciada.
Lejos de las pasiones, de la atención, incluso del conocimiento de la gente del común discurren las campañas. Un juego solo para iniciados que la tribuna, ni siquiera da sensación de mirar. Ombliguista, autocentrado el juego político remeda las características más nefastas de la sociedad que debería corregir. A título de mero ejemplo repárese en la unción de los vicepresidentes para integrar fórmulas. La decisión queda en manos de los candidato a presidente, replicando como en carbónico las tendencias individualistas y delegativas que han degradado a la sociedad argentina. ¿Por qué no surgir del debate entre militancias, de plenarios, de importantes ámbitos partidarios? se pregunta este cronista. Algún lector agudo podrá imaginar que el escriba está alcoholizado o que vive en Marte, dado lo exótico del planteo, puesto en el contexto actual. Pero de eso se trata, el individualismo y el decisionismo han calado tan hondo que cualquier planteo alternativo suena a dislate.
El mapa electoral reza lo que es ya un lugar común, refleja la atomización de los dos partidos mayoritarios. Tres peronistas y tres radicales van como candidatos separadamente, esquirlas de troncos comunes. La simetría es reveladora pero exige una mirada más afinada. Los dos desgajamientos de la UCR –Carrió y Ricardo López Murphy– dan la sensación de haber roto amarras sin retorno. La diáspora peronista –a la que acompaña la certeza de que un peronista ganará de todos modos– permite avizorar escenarios de reconstitución. Si triunfan Kirchner o Adolfo Rodríguez Saá seguramente el PJ aceptará liderazgo y lo acompañará en su gestión. No son tamañas sus diferencias y “por abajo” habrá puentes de plata. Lo que sobrevendría no sería, por cojones, una hegemonía como la que supo mantener una década Carlos Menem respecto de todo el justicialismo, se parecerá más a la tensada relación que sostuvo Eduardo Duhalde con los micro (o no tanto) poderes de gobernadores de provincia. ¿Ocurrirá lo mismo si gana Menem? ¿Puede ganar Menem?
El peor de los escenarios
“Menem es el peor candidato en segunda vuelta. El único que pierde contra cualquier adversario en esa instancia” (discurso de varios consultores de primer nivel, encuestas en mano, que ha pasado a ser sentido común).
“Kirchner no crece mucho, pero gana por simple inercia. Hasta ahora va parejo con Menem pero si se proyecta a los indecisos le gana fácil. Según midió Julio Aurelio, del 22 por ciento de indecisos que aún queda un 75 por ciento lo elegiría contra Menem” (un encumbrado ministro, de los que apuesta fuerte al santacruceño).
“No crea en esos escenarios de segunda vuelta, medidos hoy con un encuestado distraído y ajeno al clima electoral. Si el Turco sale primero en la vuelta inicial, tiene todo para ganar en ballottage. Los electorados se inclinan a votar a ganador, la victoria embellece. Esa es la tendencia universal. ¿Cuántos triunfadores en primera vuelta son derrotados en la segunda, en cualquier elección del planeta? Una minoría bastante pequeña. Si Menem saca tres o cuatro puntos de luz en la primera vuelta, la segunda puede ser un trámite.” (Dos encuestadores de primera línea, entresacados de los mencionados en la primera cita, en riguroso off the record.)
De todo hay, como en botica, lector. Nada está dicho ni sellado y las predicciones son precarias ante una situación muy novedosa que quema muchos libros y pone en duda saberes adquiridos. Pero, allende optimismos o pesimismos, el dato es que Menem está competitivo, que la mayoría de los analistas lo sitúa en segunda vuelta. Una posibilidad asombrosa, hiriente para quienes (como el firmante de esta nota) lo consideran uno de los principales responsables de la decadencia material y moral de la Argentina.
Para colmo, el riojano no deja la impresión de atravesar su mejor momento. Juega toda su campaña a dos barajas a la vez drásticas y limitantes: su “marca registrada” y una constante derechización de discurso y gestos, con un extremismo que (dejando de lado valoraciones) parece limitar su convocatoria. No ha conseguido apoyos significativos en el PJ, ni en el establishment ni en el movimiento obrero. Su jugada más llamativa de la semana que pasó –unirse al patibulario Luis Patti en la provincia de Buenos Aires– dista de parecer una genialidad, ahuyenta más de lo que convoca. Tanto que generó rezongos audibles en su propio entorno, de ordinario proclive al panegírico fácil. La jugada es tanto más inexplicable ya que ninguna urgencia la presidía.
Quizá la persistencia de Menem tribute más a las falencias de sus contendientes que a sus aciertos o recursos actuales. Kirchner y Carrió comparten un anhelo, que ambos transforman en predicción: competirán en segunda instancia con Menem. Esa instancia los atrae, en parte por olfato pragmático (parece el escenario más propicio, ver comienzo de este párrafo) y en parte porque le atribuyen una enorme virtualidad política. Kirchner avizora que esa contienda tendría el rango de una disputa por el sentido futuro del peronismo y le habilitaría abrir su abanico de apoyos extrapartidarios. La líder del ARI maquina que se pondría en acto una pelea sobre el pasado y el futuro y una habilitación cuasi revolucionaria para avanzar sobre reformas imprescindibles del sistema político todo. Los protagonistas en campaña aguzan sus sentidos, su inspiración y su capacidad predictiva y nadie debe, a la ligera, desmerecer sus intuiciones. Esto asumido, da la sensación de que ambos se arroban en exceso con un estadio que no han alcanzado, con el consiguiente riesgo de mancarse en el camino o de encontrarse con otro más intrincado sin haber preparado el terreno. De hecho, son cuatro los que confrontan hasta ahora en enorme paridad y cualquier combinación entre dos de ellos en la puja final es hoy imaginable.
Malas ondas en Palacio
El candidato oficialista pena en estos días, en buena medida porque no termina de asumir que lo es. “Tenés que definir un perfil de más propuestas, aparecer acompañado por cuadros, mostrar equipos de trabajo”, le sugirieron, constructivamente, en distintas instancias Felipe Solá, Alfredo Atanasof y José Pampuro, tres bonaerenses del PJ que juegan a su favor. Kirchner duda, porque lo persigue una sombra que es la de quedar demasiado pegado al duhaldismo. Un karma difícil de gambetear a partir de su decisión estratégica de aliarse con el oficialismo. Hasta ahora, Kirchner, adunado a un sector relevante de su entorno más próximo, suele poner más energía en destacar las movidas que lo diferencian del duhaldismo, seguramente erizado por la campaña menemista que lo asocia con Chirolita. Pero una cosa es serlo y otra un candidato con perfil propio que de todas maneras propone alguna continuidad. Ese sería el mejor perfil del santacruceño, así no más fuera por ser el único posible. Pero en sus tiendas muchos se entusiasman más con gestos como el de sumar algunos dirigentes frepasistas cuya representatividad, en la mayoría de los casos, no excede a su propia osamenta.
Para colmo, cerca de Kirchner hay recelos acerca de cuánto se juegan Eduardo Duhalde y su tropa por la candidatura. La sombra de José Manuel de la Sota, seducido y abandonado, ronda algunas cabezas. Entre paréntesis, la tirria del gobernador cordobés con el Presidente subsiste en plenitud y entorpece su apoyo a Kirchner. Pero volviendo, los resquemores de la gente del santacruceño parecen algo desmedidos, acaso producto de atribuir al duhaldismo aptitudes de las que carece. El famoso “aparato” funciona más o menos y a veces lija a quien pretende avalar. Que lo diga, si no, Felipe Solá, que pagó costos importantes por la deserción de la Primera Dama. No faltó, entonces, quien pensó que detrás de ella se urdía una conspiración maestra y astuta para defenestrarlo. No hubo tal, tan solo una penosa comedia de enredos en Palacio. La designación de Graciela Giannettasio revela que Duhalde no quiere desampararlo, aunque quizá también muestre que sale más fácil dañarlo que mejorarlo. Así lo juzgan integrantes del propio círculo íntimo presidencial. “Graciela no es buena candidata –dice un ministro que habla mano a mano con el Presidente–, no suma votos, no tiene gran conocimiento y para colmo dentro de unos días tendrá que vérselas con la Carpa Blanca.” “En la provincia no gustó –dice otro integrante de Gabinete con igual entrada al presidente– los referentes locales hacen cola para quejarse.” Díscola, inconforme es la tropa duhaldista, más apta para vetar que para catapultar.
En la Rosada juzgan excesivos los recelos de Kirchner. Invocan como prueba de amor la decapitación de Arturo Puricelli, un santacruceño eterno (y perdedor) rival del candidato a presidente. No sólo las broncas locales generaban recelos en Kirchner. Interior coadministra con otras carteras el Plan de Financiamiento Ordenado para las provincias, 3000 millones de razones para conseguir buena onda en las provincias justicialistas y lucía demasiada ventaja tener a un menemista enconado cerca de manejar ese paquete. Claro que sobreviven Jorge Matzkin y Miguel Angel Toma en gobierno, dos funcionarios a los que algunos otros inquilinos de la Rosada motejan de manzanistas o menemistas (ninguno yerra) pero ese lastre es previo a la presencia de Kirchner y uno de los tantos goles en contra que se hizo el staff de gobierno buscando aislar a su adversario.
De vuelta a la pobreza
Es muy costoso renovar la esperanza, alumbrada muchas veces y frustrada todas. Es muy difícil que sean creíbles dirigentes cuya vida y hacienda han seguido rumbos divergentes a las de las personas de a pie. Desde 1997, inclusive, los oficialismos nacionales vienen perdiendo las elecciones, en todos casos con buenas razones y siempre a manos de quienes no mejoraron las cosas.
La pobreza de las pasiones, pues, refleja la pobreza de las ofertas y hasta expresa cierta sensatez pero no da motivo alguno para alegrarse. La democracia bien entendida no es la formalidad acartonada de las rutinas, sino el poder del número expresado en las calles, en las políticas y en las urnas. Los pobres “sienten” que no tienen poder porque no lo tienen, pero esa autoconciencia cuando no se acompaña con búsqueda de protagonismo sólo recicla la desigualdad.
Una campaña para una elección capciosa, quizás ilegal, convocada por un gobierno de magra legitimidad de origen y de ejercicio no es algo que llame a la euforia. Pero las cosas podrían ser mejores si alguien “se la creyera”. Alguien ajeno al mundillo de encuestadores, voceros, candidatos, anche algunos periodistas. Por ahora, nada parecido acontece. Y la pobreza política genera un aburrimiento que, a menudo, se asemeja demasiado a la tristeza.

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