EL PAíS › COMO FUE EL ULTIMO DIA DE MENEM CANDIDATO

Fin de fiesta

La furia de Bolocco. Los millones en danza. Los impresentables con habitación propia. Los tironeos y las negociaciones desesperadas. El amague de imponer condiciones a Kirchner. El desbande y el último acto sin leales.

 Por Susana Viau

El miércoles se inició con el ir y venir de aviones en la zona militar del Aeroparque Jorge Newbery. A uno se montaron el alicaído jefe y su gente de confianza; en otro volaron las segundas líneas del menemismo junto a los publicistas Ramiro Agulla, su socio Carlos Souto y un grupo de personas vestidas de golfers que hicieron pensar a cronistas y personal de la estación que se trataba de extras del spot final, a punto de filmarse en La Rioja. El abortado ministro de Economía Carlos Melconian no viajó con los primeros: abordó un avión privado que lo condujo a un destino desconocido y lo regresaría por la tarde. Que sí, que no, la prensa deshojaba la margarita y en el argot del momento se preguntaba: “¿Se baja o no se baja?”. Sin embargo, la gran incógnita, el enigma de la Esfinge, no era a esa altura otra cosa que un simple papeleo: durante el fin de semana, en los quinchos amigos ya campeaba la certeza de que Menem había contado la tropa y tomado la decisión de no presentar batalla.
El martes en el Hotel Presidente, propiedad del justicialista y ex jefe de la Aduana Aldo Elías, los camarógrafos de Agulla y Souto, debutantes en la publicidad de la fórmula con los afiches “Menem Romero Marca Registrada”, habían aguardado en vano una palabra que diera por terminado el suspenso y pudieran empezar su tarea. En cambio de eso, Menem optó por asomarse al balcón para constatar que las promesas de Daniel Lalín quedaban incumplidas: las multitudes bonaerenses brillaban por su ausencia. Pese a todo, se asomó una segunda vez para agradecer a los pocos (en su mayoría, mujeres) que se prestaban a la vigilia. Lo hizo solo, despeinado y en ropa deportiva, un jogging rojo que algunos confundieron con un pijama. Así se mostró, desaliñado y sin Cecilia Bolocco, quien tras los descorazonantes resultados de la primera vuelta había puesto los pies en polvorosa. Menem sufría en carne propia el maleficio que persigue a los derrotados del peronismo: el que pierde se queda solo. Hubo rumores que pretendieron darle a la escapada de la dama una explicación más consistente que la de la metrorragia que amenazaba el embarazo: dicen que el abandono de la escena se habría producido tras una gresca con revoleo de ropa y reproches histéricos ante el regreso de personajes que la ex miss creía haber alejado para siempre del entorno. Los muertos vivos instalados en la cafetería del Hotel Presidente al caer la tarde del domingo electoral, se insiste, también enojaron al ex mandatario, aunque nada pudo hacer para evitarlos. Con picardía menemista, varios habían alquilado habitaciones con suficiente anticipación. Sólo la ex presidente de PAMI Matilde Menéndez logró ganarse la simpatía de Bolocco.
Cierto o falso, la realidad ofrecía un puñado de datos incuestionables: la función hacía agua y Bolocco, en robe de chambre, se colocaba a prudente distancia del terremoto. Reaparecían laderos de dudosa reputación, como el ex secretario privado Ramón Hernández. Los rostros presentables del menemismo se economizaban y los caciques emprendían un rápido repliegue hacia sus territorios, conscientes de que la sola entrada en el ballottage equivalía a la muerte súbita. Los jefes territoriales arriesgaban mucho: una derrota nacional los arrastraría cuesta abajo en sus distritos. La crisis y el éxodo empezaron a desarrollarse al mismo tiempo y casi desde las horas que siguieron al escrutinio provisorio. No faltaron inculpaciones: uno de los grandes imputados fue Alberto Pierri, al que se le habría reprochado que los 4 millones puestos para el control de los comicios no habían llegado a los fiscales bonaerenses que, carentes de incentivos, no se hicieron presentes. O peor, trabajaron para el enemigo. Antonio Richilo, otro ex PAMI de íntima confianza de Alberto Kohan, llevaba la responsabilidad de las finanzas del binomio Menem-Romero. El anuncio de que el alquiler del Monumental para el cierre de campaña había costado tres millones provocó perplejidad, pero no quedaban tiempo ni condiciones para empantanarse en la discusión de semejantes minucias. Pierri, comentan, se defendió como pudo de las sospechas y aseguró que el dinero estaba, pero había sido reservado para el ballottage.
Ese, precisamente, era el punto de fractura. Por un lado, los que pugnaban por el retiro, los escasos gobernadores que se había logrado sumar, el pampeano Rubén Marín, el riojano Angel Maza y los intendentes; por otro, los antiguos consejeros, el núcleo político reducido a su mínima expresión, Carlos Corach (refractario, incluso, a la postulación a la primera vuelta) y Eduardo Bauzá, que sostenían que la única alternativa posible era seguir la partida y, en el peor de los casos, conformarse con el honroso cargo de jefe de la oposición. En esa tendencia se enrolaban, para sorpresa de muchos, Alberto Kohan y Francisco de Narváez, quienes según las versiones habrían hecho un cuantioso aporte financiero a la campaña. No eran los únicos motivos. Kohan tenía aún los ojos puestos en un objetivo de máxima: la gobernación de Buenos Aires. Y uno de mínima: una banca en el Congreso nacional. De Narváez, relatan, estaba desesperado pensando en los 10 millones de su contribución personal. Nada en sus cálculos hacía prever que la inyección millonaria acabaría siendo a absoluto fondo perdido. El otro gran cotizante, por razones obvias, había sido quien se proyectaba como futuro jefe de Gabinete, Juan Carlos Romero. Romero vaciló: comenzó planteando la conveniencia de concurrir al ballottage para luego alinearse con la línea de abandono levantada por gobernadores e intendentes. Más previsores, Corach y Hugo Anzorreguy, entre otros, se habrían negado a entregar la billetera. Eduardo Menem penduló en el mismo sentido que Romero: proclive a dar batalla, esa postura se diluyó pronto y pasó a militar en el bando de los partidarios del abandono. Ciertos conocedores del menemismo observan que su opinión tiene escasa influencia en las resoluciones de su hermano: Carlos no olvida que en 1988 fue Eduardo quien le sugirió pactar con Antonio Cafiero y aceptar ser su vice. Esta impresión no es unánime, no faltan los que matizan que, si bien de todos los hermanos es Munir quien más influencia ejerce sobre Carlos, en esta oportunidad Eduardo fue una figura importante a la hora de la decisión. Su hijo, el sobrino Adrián, ha sido otro de los personajes clave en la emergencia. Existen coincidencias, en cambio, en relación con el escaso peso específico que tuvo en la crisis el candidato a ministro de Economía, Menem no mostró el menor interés por lo que Carlos Melconian pudiera pensar al respecto.
Melconian había llegado al círculo de Anillaco de la mano de Francisco “Pancho” Paz, un hombre de perfil bajo, socio de Saúl Bouer –al que acompañó durante su gestión en la municipalidad porteña– e íntimo amigo de Eduardo Menem. El, Pablo Rojo y Paola Spátola, una señora con aire de directora de cárceles, mujer del subsecretario de Seguridad Social del Ministerio de Trabajo a finales de la gestión Menem, ex colaboradora de León Arslanian en la provincia y nominada para ocupar el área de seguridad, eran todo lo que había podido reunir para el book de caras nuevas con que prometía remozar la política. Tal vez lo que ofrecía aristas más enigmáticas para el juego de las interpretaciones era la delegación del Ministerio de Educación en Juan Tobías, rector de la Universidad del Salvador, puesto que quien dice El Salvador dice jesuitas y los jesuitas se encuentran ligados al arzobispado: el cardenal Jorge Bergoglio es jesuita y lazos muy profundos lo unen al Salvador.
En el entretiempo hubo negociaciones. Se habrían tendido puentes hacia Ricardo López Murphy, al que le ofrecieron la titularidad de los organismos de control. El intento no prosperó. Mejores resultados habría obtenido el sondeo a Adolfo Rodríguez Saá, quien habría aceptado un ministerio donde tomaría las cuestiones vinculadas a vivienda y obra pública. Las presiones en uno y otro sentido se agigantaron. El menemismo tiró un cable en dirección de Eduardo Duhalde para cambiar buena letra por cuatro puntos: inmunidad para Menem, mano blanda con los miembros de la Corte Suprema, no intervención de Néstor Kirchner en los territorios municipales y provinciales controlados por los caudillos del entorno ypermanencia de Miguel Angel Toma al frente de la SIDE. El último ítem es colocado entre paréntesis por las propias fuentes, que recomiendan no olvidar que fue precisamente de Toma que partieron los datos erróneos que hicieron dar a Menem un patinazo fenomenal: las urnas, le informó en la siesta del 27 de abril, le daban el 38 por ciento de los votos, ocho de diferencia con el candidato del oficialismo. Las verdaderas cifras no tardaron en conocerse. El santacruceño vetó –y lo hizo público– cualquier esbozo de negociación.
Ya en La Rioja, aseguran, Menem mantuvo una dura discusión con Marín. La cara tensa del pampeano al salir de la gobernación hablaba de borrascas.
Los gobernadores apremiaban a Menem para una definición. Una llamada de Carlos Reutemann lo urgió en el mismo sentido. El clima estaba caldeado y los espíritus, inquietos. El nerviosismo dio rienda suelta en un violento cruce entre Carlos y Eduardo. Y si bien los Menem son desafectos a las “puteadas”, cuentan que fueron varias las que rebotaron en las paredes de la residencia oficial de Angel Maza. El miércoles a las cuatro de la tarde, el candidato firmó su renuncia al ballottage. Por la mañana habría mantenido una última conversación telefónica con Duhalde; por la noche vio el partido de River contra Corinthians. Su retiro a cuarteles de invierno estuvo lejos de tener un marco multitudinario. Le habían anunciado que los 31 legisladores con que cuenta el bloque celeste y blanco viajarían a La Rioja para rodearlo. Sólo una reducida representación cumplió con lo que él consideraba un acto de lealtad.

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