EL PAíS › UNA GIRA POR EUROPA CON SALDO
POSITIVO, PROLOGO DE LA REUNION CON BUSH

El viajar es un placer

La lectura oficial sobre el maratón en el Viejo Mundo. El valor de la crudeza. El acuerdo con el FMI, más cerca. Lula, ese dolor de cabeza que estará en el Salón Oval. El CVS o la lucha de pobres contra empobrecidos. Frankenstein existe y no es apenas una operación. La palabra del presidente Scioli y la bronca de Lavagna. Tareas pendientes. Y muchas digresiones sobre metáforas banales.

 Por Mario Wainfeld

“Déjese de embromar con esas metáforas de cuño periodístico, profesor, y exprésese como el académico que es. Estoy hastiado y mortificado de recibir informes en que los que abusa de dichos tales como ‘embarrar la cancha’, ‘alistar la tropa’, ‘salir con los tapones de punta’, ‘estar en la mira’. O de lugares comunes pretensamente originales como ‘silencio de radio’ o ‘asignaturas pendientes’. Este mensaje tiene el sentido de un ultimátum. Cambio y fuera.”
El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo aporrea su procesador de textos enviando un correo electrónico a quien fuera su pollo, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado en Argentina. El politólogo, en busca del tiempo perdido, lo ha llenado de data en estos días aprovechando que el fútbol de primera está en receso. Pero el material sólo irrita al decano. Ni qué decir de la respuesta que recibe, casi al toque. “Imposible cumplir su manda, profesor. Acá todo el mundo habla en esa jerga que usted desdeña. ¿Cómo quiere que le cuente la coyuntura política nativa si desdeño los tópicos de su lenguaje? Quédese manso y tranquilo, maestro”. Y empieza la parte informativa de su correo. “Según comentan las crónicas periodísticas publicadas durante el Día del Amigo, en el gobierno piensan que la gira europea de Néstor Kirchner fue un éxito porque le marcó la cancha...”
Norte-sur-Norte
En el Gobierno piensan que la gira europea de Néstor Kirchner fue un éxito porque “les marcó la cancha” a diversos interlocutores, gobiernos ligados al G-7, organismos internacionales de crédito y empresas que gerencian servicios públicos privatizados. El “ala política” del oficialismo reitera, como en cadena oficial, esa metáfora de cuño futbolístico a título de rápida definición general y luego se interna en el detalle de las reuniones, coincidiendo que el punto cúlmine fue el lavado de cabeza que el Presidente les propinó a los empresarios españoles. El saldo que ponderó la bien pequeña comitiva oficial es altamente positivo. Kirchner gusta usar la palabra “crudeza” para expresar una patente sinceridad, eventualmente molesta o dolorosa y a fe que la tuvo en sus vertiginosos y sucesivos diálogos. Circunstantes del Presidente creen haber recogido aprobación de Tony Blair, Gerard Schröder, Jacques Chirac y hasta del insufrible José María Aznar. Y aun advirtiendo que ya habido comentarios periodísticos lapidarios, como el editorial de El País del viernes, computan que la columna del Haber presidencial sigue engrosándose.
Las comparaciones vienen a cuento y es del caso recordar la gestualidad abdicante de Carlos Menem y la vocación lamebotas de Fernando de la Rúa. Y también vale recordar el viaje inaugural al primer mundo de Eduardo Duhalde en marzo de 2002 tras el default en el que varios de los que ahora recibieron amigablemente a Kirchner hacían cola para abofetear y humillar al bonaerense. Lo que vale la pena subrayar es que no solo cambió (en buena hora) la actitud del Presidente de turno sino también la tesitura de los dueños del poder mundial. “Con Duhalde ya nos castigaban de más, pensaban que éramos un mal ejemplo para el mundo. Y querían escarmentar con nuestro pellejo mucho más allá de nuestras fronteras”, dice un funcionario económico de primer nivel, insospechado de veleidades populistas. “Ahora advierten, en especial los organismos internacionales, que se equivocaron, que Argentina puede salir sin financiamiento adicional y cambiaron el rumbo. Por eso la actitud de Kirchner, plantándose como un gobernante serio, preocupado por la corrupción y por los equilibrios fiscales, al mismo tiempo que firme en sus convicciones no les parece mal. No interpretan que esté pateando la mesa de negociaciones. Recuerde que una de las preocupaciones afuera, aun después de las elecciones, era no contar con una contraparte con poder suficiente para gobernar cuatro años. A ellos les preocupa que no sea un intratable como Hugo Chávez pero también que no sea un inviable como De la Rúa o Collor de Mello.”
En Economía y en el Banco Central están convencidos de que la gira europea no ha hecho sino lubricar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que la Argentina, coinciden, firmará más pronto que tarde tras un trabajo de parto infinitamente más breve que el que antecedió al que suscribió Roberto Lavagna durante la administración Duhalde. El acuerdo, imaginan, contendrá la postergación de los pagos a los organismos por tres años y las condiciones serán –dentro de lo que hay– soportables.
–¿Suponen que habrá exigencias previas como la aprobación de la ley que determine la compensación a los bancos por la pesificación asimétrica? –pregunta Página/12 a un alto funcionario del Banco Central. El recuerdo evidente son las leyes que el FMI exigía para el acuerdo con la gestión Duhalde.
–No, no creo. Se pondrán sobre la mesa, apretarán un poco, pero no van a condicionar la firma del acuerdo. Como mucho, se fijará como meta a un año o dos.
El mundo cambió, piensa y dice Página/12, y su contraparte le explica que el FMI tiene sus culpas que purgar. Al fin y al cabo su política de los ‘90 fue un disparate y el último año reincidió predicando un programa insufrible para la Argentina, mientras seguía recibiendo pagos de ese país que, Anne Krueger dixit, debía quebrar. “Los burócratas del Fondo –se solaza una alta voz en Economía– están en capilla y tienen que prevenirse de los acreedores privados. Los tenedores de bonos soportaron que los organismos recibieran 5000 millones de dólares de Argentina mientras ellos no veían ni un cobre y más vale que están con ganas de cascotearles el rancho.”
–¿Hay alguna chance de que Argentina deba pagar, siquiera como adelanto, los 3000 millones de dólares de deuda a organismos que vencen en septiembre?
–Ninguna –porfían en Economía y en el Central–, es un escenario imposible. Imposible desde el punto de vista político y hasta de lo que imponen las respectivas lógicas burocráticas.
–¿Imposible? ¿Hay algo imposible en las relaciones entre los poderosos y un pequeño país?
–Ese escenario es imposible.
Tal parece, así está marcada la cancha.
El problema Lula, el compañero Bush
“No se engañe con Lula, Kir-
chner nunca confió del todo en él. Durante la campaña insistía en que una vez en el gobierno, el petista iba a girar a la derecha como la Alianza. Después Duhalde lo persuadió para que se sacara una foto con él... y en campaña todo vale. Se conocieron, su trato es franco, la relación entre ambos es buena, pero Kirchner cree que se equivoca y así se lo hizo saber en Londres.” Lula preocupa a Kirchner porque su acuerdo con el FMI es un término de referencia ineludible y conflictivo. Un dato que estará el miércoles en el Salón Oval y pronto en la mesa de negociación con el FMI.
“Lula puso la pelota muy alta”, metaforiza el politólogo sueco y se ríe de la cara que pondrá su decano cuando lea esa frase.
Lula estará, sin estar, en la cumbre anticipada que tendrá Kirchner el miércoles próximo en Washington. La invitación, inesperada, cayó bien en los viajeros que ya volvían. “Bush se sumó al estilo K”, bromea, pero trasunta un estado de ánimo una primera espada del ala política de la Rosada. La reunión se inscribe en el ritmo de vértigo e hiperquinesis que caracterizan a Kirchner y que, describe bien uno de sus ministros, “le suma mayores apoyos cuantitativos día a día, al tiempo que le enfeuda rivales cualitativamente poderosos”.
La traducción oficial del convite de Bush es precaria, toda vez que nadie la esperaba, ni nada la fue anticipando. El optimismo es el tono general en la Rosada y por ende una nueva cita en la agenda se inscribe en la tendencia imperante. En la llamada “línea” de la Cancillería, expresiva de un pensamiento usualmente limitado y reaccionario, cunde la visión de que el texano hará tronar el escarmiento. “Lo convocó para mostrarle tarjeta amarilla”, dice un embajador de carrera, aunque el decano de Estocolmo no pueda soportarlo.
El módico enigma se develará en pocas horas. En tanto, Kirchner seguirá ocupando todos los item de agenda, con una centralidad que ya es la marca de su mandato, olvidada en la política argentina.
“Ocupa siempre el centro del ring”, se regodea, abusa, el politólogo sueco.
Un Frankenstein llamado CVS
“Es una operación. Quieren bajarle el precio al aumento salarial y dejar la sensación de que es una maniobra que perjudica a los ahorristas”, repitieron en Buenos Aires y en el Viejo Mundo funcionarios de primerísimo nivel, leyendo la realidad en tono conspirativo y sin mirarse al espejo. Lo que en realidad ocurrió es que, tras conocerse los incrementos de sueldos y jubilaciones mínimas se supo la consiguiente trepada del CVS, coeficiente de actualización de deudas. Y los deudores reaccionaron encolerizados, muy audibles.
El CVS fue un artificio de emergencia, urdido el año 2002, tendiente a aliviar a los deudores de entidades financieras de los embates de la inflación. En aquel entonces, indexar las deudas con eventuales aumentos de sueldos era hacerles un (bruto) favor. Con el tiempo, las condiciones fueron variando, la inflación argentina es muy baja y los sueldos pueden ir teniendo algunos respingos. Lo cierto, como comenta un funcionario del área económica, es que el CVS es un “Frankenstein que construimos en medio de la crisis y que, pasada su primera funcionalidad, comienza a hacer estragos”. En el mundo real, el de la Argentina legislada mediante parches –no en el de operaciones ni artilugios– el interés de los deudores es que no haya aumentos de sueldos. Y si los hay, socializar sus dificultades.
El Frankenstein existe y el Gobierno, sencillamente, lo sacó a la calle sin justipreciar las repercusiones. “Durmió” respecto de todas las consecuencias de la decisión comunicada hace diez días. Esa distracción seguramente tributa a una característica usual de los gobiernos argentinos y a una específica del actual. La usual es apresurarse a tomar decisiones, en pos de iniciativas políticas o para apagar incendios. La propia del estilo “K” es su modo radial de discutir los temas de gobierno evitando su debate público y aún dentro del Gobierno. El temor a filtraciones y aun al debate público puede derivar en decisiones ajenas a la complejidad de lo real. Muchas voces pueden ser ruido, conflicto, pero también esclarecen. Si el oficialismo hubiera consultado, por caso, las medidas con sus propios legisladores, éstos le hubieran advertido acerca de que una mejora a los proletarios y a los jubilados detona en el bolsillo de importantes sectores de clase media. Es que ellos ya se toparon con Frankenstein meses ha.
Los deudores de entidades financieras, tanto como los ahorristas acorralados (cuyos intereses son divergentes), no son cómplices de la City, qué va. Pero, desde diciembre de 2001, se han revelado como grupos de presión muy sensibles, aguerridos y potentes. Son, hoy por hoy, la última estribación de los movimientos caceroleros que se cargaron a dos gobiernos hace menos de dos años. Cenizas incandescentes de aquellos fuegos, se hacen oír en las calles, en los teléfonos de las radios y forman opinión con mucha más fuerza que un universo disperso de jubilados o variopintos laburantes de ingresos mínimos. Un especialista en temas económicos, que revista en el Gobierno, se sorprende menos que muchos avezados políticos: “Son grupos de intereses especiales. Los une un interés común, muy tangible, muy específico. Y suelen tener más peso que quienes tienen intereses más vastos pero menos precisos”. En este caso, 500.000 deudores de muy variada (e inexplorada a fondo) condición se hacen sentir más que dos millones y medio que mejoraron su situación. Un dato más, lo que no paguen los deudores deberá engrosar la compensación a las entidades financieras que, sin ese rubro, ronda los tres mil millones de dólares. Una cuenta costosa que deberán levantar todos los contribuyentes de Argentina.
Más allá de que siempre hay pescadores a río revuelto, lo cierto es que el Gobierno no anticipó el despertar de Frankenstein y se topó con él con Kirchner viajando. Puesto en situación, la reacción no fue óptima ni coordinada. Daniel Scioli se apuró un tanto a decir que los deudores no tendrían nada que temer. Y Scioli era el presidente en ejercicio, aunque el politólogo sueco siempre explica a sus comitentes que “eso acá nadie se lo toma en serio”. Mario Vicens hizo anticipo ofensivo por la ABA saliendo a cruzar una eventual modificación del CVS en un tono apocalíptico propio del troglodita sector financiero. Y el Gobierno se dividió: Lavagna defendió la vigencia del CVS y Alberto Fernández lo relativizó, una forma de sugerir que está en vías de modificación.
Lavagna se enojó y leyó en ultramar una movida en su contra del sector político. Tan alta estaba la temperatura que Kirchner creyó pertinente sacarse una foto en el Tango 01 departiendo con el ministro de Economía, sugiriendo un aire de armonía. Mudo partícipe de la movida mediática, que no termina de desarmar el conflicto real, fue un osito de peluche, sentado contiguo a Lavagna (ver foto que ilustra esta nota). Como el lector avisado imaginará, el chiche no integraba el ajuar del ministro, sino que era un regalo de la Primera dama para su familia.
Los sectores financieros, ya se expresó, pusieron el grito en el cielo y no es concederles demasiado reconocer que un nuevo cambio de reglas, producto de la gritería de un sector adicto de la tribuna, no es el modo óptimo de apuntalar la seguridad jurídica.
“No hay por qué apurarse. El aumento mensual es mínimo, aunque el acumulativo es grande.” “La decisión final será de Kirchner, como siempre. Pero dé por hecho que habrá una salida creativa, modificando el índice de actualización de créditos. No puede ser que un aumento de sueldos resulte una mala noticia para buena parte de la clase media.” Las voces oficiales sugieren que algo se hará.
El punto es que el Gobierno ha tocado dos puntos sensibles. El primero es la madeja de los intereses reales de distintos sectores del otrora llamado “campo popular” que no tienen una sencilla sincronía. El segundo es que –si se da por despejado el acuerdo con el FMI– el mayor problema de la economía argentina (visto desde Hacienda y desde el Central) es la falta de crédito bancario. Carencia que tiene que ver con lo altas que siguen siendo las tasas respectivas, pese a que el Central ha bajado los encajes y el interés que devengan los bonos públicos, medios usualmente eficaces para aumentar la liquidez del los bancos y para desalentar colocaciones especulativas. A ello debe sumarse, como contribución virtuosa, que la inflación local roza niveles primermundistas. Pero el pescado sigue sin venderse... y por añadidura sin que haya muchos compradores interesados.
Los banqueros aprietan y acaso gerencia mal... pero es cabal que del lado de la economía real cunde la reticencia a endeudarse. Y que, de cara a esa situación, un nuevo cambio de reglas es un escollo más.
Denuncieitors y frepasistas
–¿Qué opina de todas las medidas de reforma que anunció González Gaviola?
Se habla del PAMI, claro, café de por medio con un importante dirigente oficialista. Página/12 se tilda, teme estar desinformado, hurga en su memoria. Perdido por perdido, reconoce sus límites:
–¿Qué medidas?
El hombre ríe. “De eso se trata. No las hay y ya va a ver no las habrá. Gaviola es un típico frepasista, un denuncieitor (sic)”, se indigna, justicialista al fin, con ambas categorías. “Lo único que sabe es desenterrar carpetas. Va a encontrar miles de carpetas. Pero cuando tenga que hacer algo para adelante...” Los puntos suspensivos aluden a disidencias tanto como a broncas internas que aún no detonan pero que están ahí como cazabobos.
La lucha contra la corrupción, por ahora, sigue incrementando el capital simbólico del Presidente. Sus “cruzados” ya imaginan otros frentes por abrir –la SIDE, la Aduana– y esas peleas en buena ley concitan la adhesión de la gente.
Los consensos de más del 80 por ciento son un capital, ganado a pulso. En la semana que fue sumaron la gira, el reto a los empresarios españoles y la presencia de Kirchner en el acto de la AMIA. Gestos y palabras valiosos pues consultan los intereses y aun los deseos de muchos argentinos. Y que tienen un sentido ejemplar y reparador de enorme entidad.
Empero, la realidad suele ser más compleja e intrincada. El famoso 80 por ciento incluye a pequeños empresarios y sus empleados, a deudores y a jubilados, a gentes de bien que anhelan que el dólar suba y a otras no menos respetables que desean que baje. Y muy especialmente a millones de excluidos que aun si la economía creciera razonablemente así como va, seguirían siendo excluidos.
En un mundo de blancos y negros, el Gobierno ha elegido bien ganando consenso masivo y procreando odios concentrados. Pero le va llegando la hora de internarse en el mundo de los grises. Bueno es que el Gobierno reniegue de las transas y de los acuerdos por debajo de la mesa, de los pactos implícitos. Pero ninguna sociedad funciona sin acuerdos, sin mesas de negociación, al solo impulso de la iniciativa gubernamental. A veces en la jerga oficial el desdén por el “toma y daca” parece malversarse en el rechazo a la negociación misma. En todo caso, fijar límites a los negociadores (propios y ajenos) es una decisión sana, pero previa a los temas de fondo. Cuando la cancha está marcada, hay que jugar el partido.
Final a cuatro manos
“¿Cómo termino esta nota?”, pregunta el cronista a su amigo, el politólogo sueco. “La duda es la jactancia de los intelectuales”, acomete el visitante y tipea, a su manera, sin dudar.
Con la cancha marcada, con un impensado apoyo de la tribuna, el Presidente enfila de nuevo hacia el norte, para encontrarse, tan luego, con el dueño de la pelota.

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