EL PAíS › QUE INTENTA DESARMAR LA PURGA

Muerte y negocio

 Por Raúl Kollmann

El narcotraficante de Villa Lugano se acercó en su BMW hasta el muro lindante con la cárcel de Devoto. Ahí, a los gritos, ofreció 10.000 dólares a quien asesinara al joven Aníbal Yamil Saibba –21 años– que había matado, días antes, a la hermana del narco cuando intentaba robarle el auto. A esa hora, Saibba todavía estaba en Tribunales y era indagado por el juez Mariano Bergés. Cuando se lo envió a Devoto, el magistrado tomó la precaución de mandarlo con un resguardo, o sea la orden de que se proteja al detenido, incluso con custodia.
Cuando Saibba llegó a Devoto, el resguardo había desaparecido, y al preso lo metieron en la Planta 5, con los demás internos. Un minuto y medio después que se cerró la puerta, Saibba estaba muerto, con una faca que lo penetró a la altura del corazón y le salió por el hombro. Cinco minutos más tarde, los propios asesinos habían lavado toda la zona con lavandina, de manera que no quedó marca alguna del homicidio.
Esto ocurrió hace exactamente dos meses y provocó el allanamiento del penal ordenado por el juez Bergés, la imputación por homicidio doloso contra el jefe de la guardia y, prima facie, la acusación como autores materiales a 85 presos de la Planta 5.
La sociedad entre integrantes del Servicio Penitenciario y los presos más peligrosos es el verdadero origen de la purga de ayer. El caso de Carlos Sánchez Tejada –cuya investigación inició Patricia Bullrich cuando era titular de Política Penitenciaria durante el gobierno de Fernando de la Rúa– es otra prueba de esa sociedad. Sánchez Tejada era buchón del Servicio Penitenciario, que lo protegía, le daba privilegios y extrañamente toleró varios homicidios cometidos dentro de la cárcel por ese pesado. Pero, después del robo en el restaurante Dolli, Sánchez Tejada –en su papel de hombre del Servicio Penitenciario– participó del asesinato de Noguera, el preso que había salido a robar y que denunció toda la trama. Lo asombroso es que después Sánchez se dio vuelta y estaba dispuesto a contar todo. La respuesta fue contundente: en el penal de Ezeiza lo masacraron de 37 puñaladas.
En los últimos tres años, el poder del Servicio Penitenciario fue absoluto, al punto que ayer el Gobierno tuvo que desplazar a hombres imputados en delitos gravísimos, como homicidio y torturas. Pero la clave está, no en el enfrentamiento entre penitenciarios y presos pesados, sino que muchas veces constituyen una misma banda.
Hay investigaciones que indican que el SPF –y otros servicios penitenciarios– protegen a los matones de cada pabellón y con ellos hacen todos los negocios.
- El matón y su banda aseguran cierto orden en el pabellón.
- A cambio, monopolizan la distribución de tres de los elementos claves: las pastillas, el alcohol y las drogas.
- Con la complicidad de los penitenciarios esos elementos se ingresan durante las visitas.
- Los presos pesados obligan a los más débiles a que sus familiares ingresen las cosas. Hay acuerdo con los penitenciarios, pero si algo sale mal, el que paga es el preso más débil y sus familiares.
- Los penitenciarios venden –a veces en 300 pesos– los certificados de buena conducta que permiten, por ejemplo, recibir una visita higiénica, o sea el ingreso de la pareja del detenido para mantener una relación sexual.
Es más, los penitenciarios sancionan a todo preso por casi cualquier cosa, aunque no merezca sanción. De esa manera, el preso sólo puede obtener pagando el certificado que necesita.
Los negocios espurios entre penitenciarios y presos pesados son incontables y se multiplicaron en los últimos años. No sólo hay crímenes como los descriptos, sino que buena parte del funcionamiento de bandas queexisten afuera del penal se maneja desde adentro de la cárcel. En Córdoba, por ejemplo, se detectó que, en un caso de secuestro extorsivo famoso, la negociación del rescate se hizo desde un teléfono público ubicado dentro de una cárcel. En el reciente caso Astrada, un intento de mejicaneada del rescate fue perpetrado desde un teléfono del Servicio Penitenciario del Chaco. Las denuncias de presos que salen a robar ha crecido y hasta se detectó la existencia de un desarmadero dentro de un penal.
Todos los especialistas coinciden en que el manejo de una parte de los presos –los más pesados– se ha hecho más que difícil. “Acá te matan en cualquier momento”, le relataba anoche a Página/12 desde Devoto un preso conocido. Pero lo más tenebroso es la sociedad entre penitenciarios y presos-matones. Tal vez la purga de ayer sea un primer paso en un camino que se presenta ríspido.

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