EL PAíS › FAMILIARES DE VíCTIMAS DE LA DICTADURA HABLAN DEL EQUIPO DE ANTROPOLOGíA FORENSE, QUE CUMPLE 30 AñOS

“Miran tu silencio, miran tu sonrisa”

El trabajo de los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense es destacado, tanto por su rigurosidad científica como por su calidez humana, por hijos y familiares de desaparecidos que, gracias al EAAF, pudieron saber qué pasó con sus seres queridos.

“Es una mirada que te escucha, están expectantes a tu reacción para responder.” La definición de la escritora Paula Bombara, que en 2012 se reencontró con los restos de su padre secuestrado en 1975, sintetiza un sentir común sobre los miembros del Equipo de Antropología Forense de los familiares de víctimas del terrorismo de Estado que, gracias al EAAF, pudieron cerrar el duelo iniciado durante la dictadura. “La tarea del Equipo es importantísima para los familiares. Aparte de su profesionalismo, tienen una calidad humana increíble. Les voy a estar agradecido de por vida”, confiesa Horacio Pietragalla, que mucho antes de ser diputado fue “el primer hijo en recuperar los restos de padre y madre”. El periodista Emiliano Guido, que gracias al EAAF pudo enterrar a su mamá, coincide en que “es un grupo humano excelente, además de ser muy profesionales”, y recuerda en particular el trabajo de investigación con el que se encontró la primera vez que se acercó al Equipo, que por estos días celebra sus treinta años de trayectoria.

“Mi primer contacto con el Equipo fue al mes de recuperar mi identidad en 2003. Estaban trabajando en una fosa común del cementerio de San Vicente, Córdoba, y tenían la certeza de que mi papá estaba ahí. Estaban exhumando y tenían muchos indicios, restos de un hombre de casi dos metros, por lo que me piden una muestra de sangre”, recuerda Pietragalla. “Si bien hacía poco que había recuperado la identidad, enseguida empecé a trabajar con Abuelas, así que tenía claro el tema, por eso la confirmación llegó por teléfono”, agrega. “Ir a Córdoba, buscar los restos y enterrarlos en un cementerio junto a los de mi hermano Pablito, a quien no llegué a conocer, fue muy fuerte.”

El segundo capítulo fue al año, cuando recuperó los restos de su madre. “Después de que la matan, mi abuelo hizo muchas averiguaciones, supo que me habían sacado de esa casa y que la habían enterrado en el cementerio de Boulogne. Hizo la denuncia y en 1984 se hicieron exhumaciones, pero no había tanta experiencia en el ámbito de la antropología: se mandaron los cráneos a La Plata, se mezclaron con otros y se perdieron. Con las leyes de impunidad las investigaciones se interrumpieron. Pero parte de los restos quedaron en un depósito, en 2004 el EAAF logró recuperarlos. Con la información que figuraba en la causa y mi muestra de sangre se confirmó la identidad y pude recuperar los restos. Tuve mucha suerte, era el primer hijo que recuperaba los restos de padre y madre. Hoy hay varios casos”, celebra.

“La tarea del Equipo es importantísima para los familiares. Aparte de su profesionalismo tienen una calidad humana increíble. Les voy a estar agradecido de por vida”, dice Pietragalla. Para graficar esa humanidad cuenta que “cuando me avisaron la identificación de mi mamá yo recién me había separado, vivía en un hotel, y fue tanta la euforia que agarré la camioneta, me metí en el Edificio Libertador y me subí a una tanqueta a gritar ‘hijos de puta’. Tenía necesidad de descargarme. Se los conté a ellos y me vinieron a ver varias veces, casi con culpa por si me lo habían dicho bien o no. Y siguieron preocupados por ver cómo seguía. Yo los quiero mucho y tiene que ver con eso, con cómo son con los familiares, cómo se preocupan después de dar la noticia. Respetan todo lo que uno quiera hacer y después de todo ese proceso no se olvidan, son muy cálidos”.

La investigación previa

Raúl Guido y Silvia Giménez fueron secuestrados en junio de 1976, cuando su hijo tenía 15 meses. “Mi primer contacto con el EAAF fue a partir del documental Tierra de Avellaneda, que me prendió la luz sobre ese camino, ya que no tenía idea que se podía lograr la recuperación de los huesos”, relata Emiliano Guido, que entonces militaba en Hijos La Plata. De su primera visita al Equipo recuerda el trato, pero sobre todo el impacto al ver el trabajo previo. “Hicieron una búsqueda en una base de datos para intentar reconstruir qué había pasado con mis viejos después de los secuestros. Ahí me di cuenta de que tenían una muy buena investigación. A partir de unos pocos datos se dieron cuenta de que el caso se inscribía en un secuestro mayor: ese día en Mar del Plata habían caído nueve compañeros del PRT y todo daba a entender que habían terminado en el Pozo de Banfield y que, igual que con muchos chupaderos de zona sur, podían haber sido enterrados como NN en el cementerio de Avellaneda”, relata Emiliano, periodista del diario Miradas al Sur.

Durante años, después de dejar su muestra de sangre, lo contactaron para chequear datos sobre los militantes caídos junto a sus padres. En 2006 llegó el llamado: la identificación de los restos de Silvia, exhumados de una fosa común en Avellaneda. Luego llegaría la decisión del homenaje a la militante que fue su mamá en el cementerio de La Plata, del que participaron miembros del EAAF. “Fue en todo momento un grupo humano excelente, muy profesionales”, destaca.

“Contestar desde el saber”

Daniel Bombara fue secuestrado en Bahía Blanca a fines de 1975. Su hija estaba convencida de que nunca lo encontraría, pero una mañana de 2008, informada de la campaña para que todos los familiares de desaparecidos se hicieran una extracción de sangre, fue el Hospital Tornú y dejó su muestra. “Una botellita al mar”, recuerda Paula, que además de escribir literatura infantil es bioquímica y había leído sobre el trabajo del EAAF mientras estudiaba genética. Tres años después recibió “el llamado”: “Te hablo del EAAF, te queremos ver”.

“Dije ok, no pregunté nada. Sabía que si la muestra se hubiera arruinado me lo habrían dicho. Fue casi una certeza de que lo habían encontrado y entendía que no me lo dijeran por teléfono”, rememora. Por esos días escribía para el libro ¿Quién soy?, sobre nietos recuperados y reencuentros, y estaba citada a declarar como testigo en el primer juicio por delitos de lesa humanidad en Bahía Blanca.

“Decidí no contarle a nadie, necesitaba tiempo, así que fui al EAAF sola. Me encontré con personas súper amables, extrañadas de que no hubiera hecho preguntas. En esa charla, el 16 de junio de 2011, hice un montón de preguntas. Primero técnicas: me interesaba saber sobre el análisis y cómo se manejaban. Después detalles de la investigación, cómo lo encontraron, cómo llegaron hasta ahí. Me asaltaron preguntas que tenía hacía muchos años y por fin encontraba interlocutores que me podían contestar desde su saber, desde investigaciones. Estaba viviendo un imposible, era una sensación de alegría, estaba feliz”, recuerda.

Seis meses después, concluidos los trámites judiciales, volvió al Equipo “a buscar la cajita con los restos de mi viejo”, a quien junto con su mamá decidieron cremar y enterrar las cenizas en la Iglesia de la Santa Cruz. La relación con el EAAF siguió: en marzo último la convocaron, junto con otros familiares, a participar de la pintura de un mural en la ex ESMA, donde funcionará el Banco de Sangre de Familiares.

“Aprecio lo que hacen desde un montón de lugares”, confiesa. “El trabajo científico es súper interesante. Son trabajos interdisciplinarios, eso es riquísimo para el aprendizaje de las ciencias. Más allá de la especificidad de mezclar lo social con lo científico se vinculan con poblaciones y relatos, hay una cuestión sociológica y antropológica de rescate de culturas”, destaca Paula. “Desde el vínculo como familiar rescato la calidez y el saber escuchar. Es una mirada que te escucha. Miran tu silencio, miran tu sonrisa, están expectantes a tu reacción para responder. Es muy difícil comunicar esto, no sabés qué va a pasar con la persona que está recibiendo algo tan soñado. Pero tienen una disposición amorosa que es muy valorable.”

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Una imagen de la tarea del EAAF, en una fosa común en el ex arsenal Azcuénaga, en Tucumán.
 
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