Lunes, 7 de septiembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Las reales, presuntas o inventadas amenazas de la marcha económica del país, y más específicamente su situación financiera junto con expectativas devaluatorias, ganan espacio entre las andanadas mediáticas y sus socios sectoriales. Algunas observaciones técnicas serán necesarias para discriminar lo importante y lo secundario de ese barullo.
Era de prever que el foco comenzaría a ponerse allí, en la economía. Por un lado, la campaña electoral está en una cierta meseta porque los candidatos principales no arrancaron a fondo, al margen de recorridas, declaraciones y gestos en los que se advierte que todavía están procesando el resultado de las primarias. El escrutinio definitivo recién se conoció en estos días, aunque confirmó casi exactamente las cifras del provisorio. Todas las encuestas, además, revelan hacia las presidenciales de octubre una intención de voto que mantiene esos números. Scioli no dispondría del envión inercial que generan las PASO a favor del ganador. Macri no sube su piso y, aun reteniendo los mínimos porcentajes de Sanz y Carrió, puede estar cerca de su techo. Massa también conserva un volumen oscilante entre 15 y 20 por ciento, capaz de permitirle ser el árbitro de un eventual ballottage aunque es muy dudoso que arreglar con el alcalde porteño (¿qué?) tuviera incidencia determinante en una segunda vuelta a blanco o negro. Por tanto, más que la campaña propiamente dicha sobresalen los intríngulis de los dos primeros acerca de cómo capturar lo que les falta. En el comando sciolista hay división de aguas. Los unos consideran que el gobernador bonaerense ya alcanzó en las urnas todo el apoyo K y que debe salir a buscar lo que se llama el voto “independiente”: un eufemismo para referirse al tercio fluctuante del electorado, en esencia clase media de las grandes ciudades, que hasta último momento no terminará de decidirse entre continuidad con cambios de estilo y un giro brusco a la derecha. Tampoco es un tercio que vota en masa, precisamente por su ambigüedad. Los otros dicen que a Scioli le hace falta su voto “posible”, anclado en quienes ya supieron votar por el Frente para la Victoria y que ahora requieren de algo más para convencerse. Eso sería ver a un candidato con mayor energía, frente a votantes dispuestos a horrorizarse con las perspectivas de un Macri presidente. El resultado de las primarias les daría la razón a estos últimos, porque en comparación con las elecciones inmediatamente previas el FpV tuvo números muy achicados en el conurbano bonaerense y, sobre todo, en el segundo cordón, el más pobre. Significa que los votos que le restan para llegar al 45 por ciento del total, o a fin de superar a Macri por más de diez puntos y evitar un ballottage riesgoso, están con prioridad en los sectores populares. Para ganar, es clave que el gobernador suba en su provincia al margen de mejorar en Córdoba e incrementar unos puntos en Santa Fe. En números concretos eso se llama principalmente conurbano y su expresión discursiva, para ser otra vez reiterativos, es más kirchnerismo, nunca menos. ¿Scioli está persuadido de jugar así? Mientras tanto, la margarita del macrismo es igual de desafiante. ¿Para subir su techo Macri debe insistir en “kirchnerizarse”, hablando como acaba de haberlo en contra de todo ajuste neoliberal? Estas paradojas son sensacionales, porque un tramo del escenario, que en buena medida lo constituye la opinología mediática, da que a Scioli le conviene moverse a la derecha y a Macri a la izquierda, lo cual es una contradicción en sus propios términos. ¿Por qué le convendría a Macri desderechizarse, si a su adversario lo beneficiaría justamente correrse a un discurso “moderado”? ¿Por qué a Scioli le arrimaría voluntades ir hacia donde Macri está mejor, si Macri quiere “salirse” de lo que ya tiene? Una de las dos está equivocada. ¿O ambas?
Como nadie está seguro de la respuesta, el perfil de las campañas anda en veremos y, encima, ya suena agotador el encadenado de las denuncias de corruptela. Las que afectan al oficialismo son un paisaje cotidiano, monotemático, sin interesar su solvencia. Hubo sí el suceso de la acusación contra el candidato macrista Fernando Niembro por tráfico de influencias, que los medios opositores ningunean o minimizan y que, por fuera de imputar juego sucio, no pudieron desmentir porque la probanza es o semeja demoledora. Sin embargo, a esta altura parece comprobado, o ratificadamente atendible, aquello de que fijar agenda sobre lo que la gente tiene que hablar no es lo mismo que convencerla de cómo pensar. O votar. Hay quienes sostienen que las revelaciones sobre el caso Niembro –que deberían serlo también respecto de quienes aprobaron la operatoria en el gobierno de la Ciudad– representan el fin de su carrera política. Aun si es así, como lo fueron las denuncias contra el vicepresidente Boudou y varias otras, la experiencia demuestra que son consecuencias individuales sin efecto mayor en las grandes decisiones colectivas (desde ya, si es que los escándalos no alcanzan proporciones gigantescas). Entonces, se adelantó el peso prevaleciente, terminante, que la economía tendrá, como de costumbre, a la hora de decidir el voto por parte de las franjas indecisas. La economía real, las perspectivas que nutran al imaginario social y la incidencia que tendrán en él cómo despliegue sus cartas cada quien.
Uno de los problemas más agudos del Gobierno se concentra en el flanco externo, porque el ingreso de divisas se ve amenazado por la caída en el precio de las materias primas que Argentina exporta y la grave situación de su principal socio comercial, Brasil. Esas divisas son indispensables para sostener la estabilidad o el crecimiento de un país como el nuestro, cuya estructura productiva no llega a generarlas de forma propia en nivel suficiente. No se puede decir que frente a eso haya inacción gubernamental, porque allí están las políticas proactivas de respaldo a la demanda interna con el Estado como motor, la intervención regulatoria del Banco Central, o sin ir más lejos los anuncios de nuevas medidas de estímulo a las pymes efectuados esta semana. Y a la vez se rechaza el recetario tramposo de volver a endeudarse en el exterior sin más ni más, para después terminar incendiados como ya ocurrió porque la fiesta hay que pagarla y resulta que aquel andamiaje productivo siguió rengo. Sin embargo, hasta que en el mejor de los casos se pueda desplegar lo que está y deba estar en marcha para un desarrollo sostenido y sustentable, las presiones locales de los grupos ligados a la exportación e intereses corporativos diversos, junto con las adversas condiciones regionales e internacionales, son un cuello de botella complicado. Algunas economías regionales son testigo, pero la realidad y expectativas más amenazadoras pasan por el tipo de cambio –en el que influyen históricos factores culturales– y siendo que esas expectativas a veces construyen la realidad. De ahí en más, la pulseada contra el círculo rojo de los devaluacionistas, rebajadores del gasto público y reducidores de salarios.
Cuando se observan los números de “la macro”, ni el presente ni el horizonte de corto y mediano plazo dan un diagnóstico (tan) sombrío. ¿A nadie llama la atención, entre los catastrofistas, que siga bajando el otrora psicopateante riesgo-país, que los papeles de inversión argentinos gocen de buena salud, que el Gobierno haya captado el jueves más de 5 mil millones de pesos al colocar una nueva emisión de bonos? El primer dato que los gurúes ocultan a sabiendas es que la relación deuda en dólares/PBI no llega a un porcentual de 10. Es 8,9. Simplemente, Argentina debe en dólares menos del 10 por ciento del tamaño de su economía. En febrero pasado ya lo había señalado el informe de la consultora McKinsey, publicado por la Biblia del mundo financiero, el británico Financial Times, al indicar que Argentina es uno de los pocos países del mundo que en los últimos siete años redujo su deuda en relación al PBI. Las ratios de países desarrollados aumentaron desproporcionadamente: Francia y Reino Unido, 66 y 62 por ciento; España, 72 por ciento; China, 83 por ciento; Rusia, 19 por ciento; Estados Unidos, 16 por ciento. Argentina la redujo un 11 por ciento. Al hablarse de la suba del endeudamiento argentino, se entremezcla olímpicamente lo que se debe en moneda extranjera con la deuda en pesos nacionales en manos del Estado y de particulares. Es una de las tantas falacias de los economistas neoliberales, y sus parlantes mediáticos, que también esconden los balances presentados en la Bolsa por las empresas cotizantes, con ganancias de hasta el 200 por ciento respecto del mismo período que el año pasado. Bien resumido por el colega Cristian Carrillo en el Cash del domingo 16 de agosto pasado, “las industrias siderúrgica y petrolera se vieron favorecidas por una mejora en la competitividad de la moneda, aunque critican un supuesto atraso cambiario; las que sustituyen importaciones recuperaron terreno gracias al aumento de la demanda interna, y el sector bancario continúa liderando el ranking de las más rentables”. En cifras redondeadas, el Santander reportó ganancias por casi 1800 millones de pesos; el BBVA Francés, casi 1600 millones; el Galicia, más de 1700 millones; Sociedad Comercial del Plata, 202 millones; Transener, unos 1200 millones; Edesur, 430 millones; Telecom, unos 2000 millones; Grupo Clarín, ganancias por más de 1600 millones de pesos sólo en el primer semestre de este año, con una mejora de casi seis veces respecto de igual período en 2014.
Se diría, nuevamente, que a otro perro con el hueso de la profunda crisis coyuntural y estructural. Hay situaciones serias y hasta graves, alentadas por la excesiva concentración de la economía en las pocas manos que fijan la cadena de precios. Pero los lamentos no se condicen con la facturación y ganancias de esos mismos grandes grupos. El tema es si tendrán la capacidad de que alguna o mucha gente distraída se asocie en el voto con sus llantos y operaciones.
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