EL PAíS › OPINION

Capítulos de una persecución

 Por Jorge Elbaum *

La ofensiva contra el juez Daniel Rafecas y otros jueces y fiscales independientes fue iniciada hace un año y medio por el actual diputado nacional Waldo Wolff cuando todavía ejercía su cargo de vicepresidente de la DAIA. La campaña de desprestigio empezó en enero de 2015 cuando el consejo directivo de la DAIA cuestionó al actual juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Raúl Zaffaroni, por “banalizar la Shoá (Holocausto cuyas víctimas fueron eslavos, judíos, gitanos, testigos de Jehovah, gays y diversos grupos de discapacitados). La crítica al ex juez de la Corte Suprema se sustentó en la analogía del “genocidio por goteo” que sufrían los sectores populares en América latina, como producto del hambre y la exclusión generados por el neoliberalismo.

El segundo capítulo de la ofensiva consistió días después, cuando se conoció la muerte del fiscal Natalio Alberto Nisman, y el propio Waldo Wolff comunicara ampulosamente su hipótesis de que el fiscal había sido asesinado, evidenciando como prueba fáctica –e indudable– una fotografía que el propio fiscal de la causa AMIA le enviara, horas antes de aparecer muerto en el baño, difundida desde su domicilio en el barrio porteño de Puerto Madero. A partir de esa imagen, el actual diputado “probaba” que Nisman no podría haberse suicidado.

El tercer capítulo fue la denuncia del propio Wolff por unas supuestas amenazas telefónicas proferidas por el Juez Rafecas. Dicha situación motivó una denuncia del ya diputado del PRO que fue desestimada por el juez Sebastián Casanello. Sin embargo, dicha denuncia incluía la afirmación del propio Wolff ,de que las amenazas habían sido proferidas por una voz femenina y no por le propio juez. Sin embargo, el ex directivo de la DAIA denunció a Rafecas –que no suele expresarse con tono femenino– ante el Consejo de la Magistratura.

El cuarto capítulo incluyó a varios fiscales federales, que intentaron obsesivamente cuestionar al juez por haber desestimado la acusación de Nisman contra la ex presidenta de la Nación, su canciller Héctor Timerman y el diputado Larroque, entre otros. Este “momento” incluyó la acusación de “Traición a la Patria” –digitada por al AMIA y la DAIA– contra la ex mandataria y el intento por enviar la causa del deceso de Nisman al fuero Federal para otorgarle un matiz de magnicidio y dejar bajo sospecha sistémica a todos los funcionarios del anterior gobierno.

El capítulo actual, consistente en convocar a empresarios, dueños de medios de comunicación y referentes del establishment a expresarse mediante una solicitada, fue también motorizada por Waldo Wolff con la inestimable colaboración de Lilita Carrió, que días atrás llamó a la “colectividad judía a apoyar el juicio contra Daniel Rafecas”. Gran parte de los firmantes de la solicitada representan a los sectores más concentrados de la sociedad argentina, al tiempo que expresan una visión conservadora y en algunas ocasiones reaccionaria de la identidad judeo-argentina. La ofensiva contra Zaffaroni, Rafecas y otros jueces y fiscales se lleva a cabo desde un proyecto de país que instituye lo jurídico como un suplemento pasivo de la monopolización de la realidad, en todas sus facetas: tanto políticas y discursivas como económicas e identitarias. Desde esta perspectiva se ha intentado forzar lo “judío” al límite de una única acepción, aquella que se acomoda a la exclusión neoliberal, la eficiencia marketinera y a la empresarialidad ceocrático. Los distintos capítulos, y sus amnésicos editores, olvidan que una gran proporción de los desaparecidos argentinos tenían el origen argentino-judío que hoy pretenden homogenizar como baluarte de la restauración. Olvidan también, que nuestros orígenes migratorios tienen mucho más que ver con el anarquismo (como el caso de Simón Radovitsky), el sindicalismo nacional y popular (como el caso de Perelman, primer secretario general de la UOM en la década del 40), las tradiciones progresistas (expresadas por Moisés Lebensohn), y con Marshal Mayer, que se jugaba la vida denunciando desapariciones en la década del 70, mientras la DAIA intentaba congraciarse con la dictadura genocida.

En el Corán se denomina a los judíos “el pueblo del libro”. Un libro que –según el Talmud– tiene muchos capítulos indescifrables. Muchos de los cuales todavía no han sido escritos.

* Presidente del Llamamiento de Argentinos Judíos.

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